Irene Vallejo, una de las autoras que más me gustan, cuyos textos me atrapan y dejan pensando por su claridad y profundidad, sostenía que “quizás los libros sean una forma de inmortalidad, un camino al futuro y una posibilidad de trascendencia”, pues representan “el pensamiento y las emociones de quienes los escribieron, y de todos los que los leyeron y dejaron allí la huella de sus pasos”.
No obstante, como cuenta en su ensayo “El infinito en un junco”, el campo de la literatura es uno más donde las aportaciones femeninas han quedado relegadas; pues las primeras “tejedoras de relatos”, al compartirlos de manera exclusivamente oral, mientras giraban la rueca o manejaban el telar, se perdían en el tiempo al no quedar plasmados en ningún sitio, a causa, también, de la dificultad de acceder a la educación.
A pesar de los obstáculos impuestos por una cultura patriarcal, en donde las mujeres carecían de derechos o estaban muy limitados, Vallejo recupera el legado de varias de ellas, de las que aún quedan fragmentos de poemas o apenas se recuerda quienes eran, como Safo, Aspasia, Corina, Telesia, Praxila, Erina, entre otras.
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Desde épocas pasadas y hasta la fecha hemos tenido que superar un sinfín de barreras para destacar en este arte y para revertir el hecho de que la calidad de nuestro trabajo documental se juzgue por razones de género.
Para avanzar en esa lucha, hemos roto convencionalismos y encontrado la forma, primero, de estudiar letras; y, luego, de publicar nuestras ideas, incluso usando seudónimos u omitiendo la autoría.
Tales fueron los casos, en el siglo XIX, de las hermanas Charlotte, Emily y Anne Brönte, las mentes creativas detrás de “Jane Eyre”, “Cumbres Borrascosas” o “Agnes Grey”, respectivamente, cuyas novelas fueron firmadas bajo los alias de Currer, Ellis y Acton Bell, para evadir los prejuicios de entonces.
Desafortunadamente, dichas desigualdades siguen presentes. Según un estudio de la UNAM de 2020, elaborado con base en datos del Catálogo Bibliográfico de la Literatura en México del INBAL, en marzo de ese año, de 2 mil 94 nombres registrados, solo el 26.7% se referían a escritoras en comparación con el 73.3% de hombres.
Asimismo, las brechas en el medio han permeado en el reconocimiento a las literatas. Por ejemplo, el Premio español Miguel de Cervantes, otorgado cada año, desde 1976 y hasta 2022, ha sido entregado a escasas seis de ellas frente a 42 varones, las cuales vale mencionar: a María Zambrano (1988), a Dulce María Loynaz (1992), a Ana María Matute (2010), a Elena Poniatowska (2013), a Ida Vitale (2018), y a Cristina Peri Rossi (2021).
Decía Virginia Woolf, respecto a la invisibilidad que hemos padecido que “para la mayor parte de la historia, anónimo era una mujer”; de tal suerte que negar nuestra participación en ésta es narrarla con sesgos y a medias.
Que este 16 de octubre, Día de las Escritoras, sirva para reivindicar y enaltecer a todas aquellas que han hecho valer su vocación literaria, dejándonos recuerdos imborrables con sus obras y abriendo camino para todas.