Esta historia comenzó en la época de la guerra fría, el 29 de noviembre de 1947, cuando México se abstuvo de votar en la Asamblea de las Naciones Unidas que aprobó la partición de Palestina. Durante varias semanas, el entonces canciller Jaime Torres Bodet, reveló en sus Memorias, fue sometido a un tenaz acoso de los partidarios de los judíos y de los árabes.
“El sentimiento humano, avivado por el recuerdo de persecuciones nazis contra los representantes del pueblo judío, hizo lo demás –escribió Torres Bodet–. La simpatía personal me inclinaba a entender la causa de los judíos. Pero la razón histórica, y el recuerdo del caso Texas me obligaba a imaginar –como mexicano– la reacción que tendrían por fuerza los pueblos árabes […] No hubiera sido honorable pronunciarse contra las aspiraciones de los judíos, ni era sensato ignorar los derechos del mundo árabe. Por mucho que nos desagradasen las abstenciones habíamos de abstenernos”.
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A partir de ese día, hace 76 años, la política de México ante el conflicto de Oriente Medio se ha mostrado ambigua y distante, sin estar exenta de resbalones y enredos diplomáticos, como en 1975, cuando el gobierno de Luis Echeverría votó en la ONU condenando el sionismo y generó un boicot turístico; y el que sucedió la semana pasada, por las declaraciones del presidente Andrés Manuel López Obrador por el ataque de Hamás a Israel, que motivó una fuerte reacción de su embajada al demandar una postura más enérgica, ya que “la neutralidad implicaría, en última instancia, respaldar el terrorismo”.
México fue el último país latinoamericano en reconocer en 1949 al Estado de Israel. La Doctrina Estrada (autodeterminación y no intervención) fue el fundamento de la diplomacia mexicana, hasta que Echeverría, autoproclamado “líder del Tercer Mundo”, se reunió con el líder de la OLP, Yasir Arafat, en El Cairo y permitió que los palestinos abrieran una Oficina en la Ciudad de México.
Después, Echeverría respaldó la condena al sionismo en la ONU sin prever la respuesta de los judíos. Hubo manifestaciones de protesta en Tel Aviv, Nueva York y Washington y los judíos estadounidenses promovieron un boicot turístico contra nuestro país.
El desenlace de esta “diplomacia errática” lo narró José Agustín en su Tragicomedia mexicana: Echeverría tuvo que enviar a Israel al titular de Relaciones Exteriores Emilio Rabasa con el fin de disipar “malentendidos”.
A su regreso, Rabasa tuvo que declarar: “México no ratificó su voto al sionismo, simplemente lo explicó. Ni yo pedí perdón ni mucho menos lo hice a nombre del país”. El pobre Rabasa acabó pagando los platos de este siniestro episodio y a fines de 1975 Echeverría le pidió la renuncia.
Es muy pronto para saber las repercusiones que tendrá la posición adoptada por López Obrador ante el ataque de Hamás a Israel; mientras tanto, el ex canciller foxista, Jorge G. Castañeda recordó “cuando Echeverría se metió a golpes con Israel” y advirtió: “Pelearse con Israel es conflictuarse con mucha gente, muy poderosa, aunque supongo que la comunidad judía de México le perdonará ésta a AMLO, como le han perdonado todo” (Nexos, 10-10-2023).
Mucho antes (Este País, 21-05-2006), Rabasa (Qepd) había aclarado: “Jamás me mandó Echeverría a pedir perdón. Y menos lo hubiese yo aceptado (…) lo que manifesté allá fue “borrón y cuenta nueva” en las relaciones México-Israel”.