La Ciudad de México tiene malas prácticas en materia de desarrollo urbano. Básicamente, son las mismas en esta administración, marcada por darse baños de pureza, que por la anterior, que reconocía en el desarrollo urbano un elemento esencial del desarrollo económico.
Quien pinta o hace una remodelación en su casa es extorsionado, sea por no haber tramitado nada o por haber advertido, al hacerlo, que hay una oportunidad para la red de corrupción y extorsiones que prevalece en alcaldías de los dos grupos políticos gobernantes en la ciudad.
En este contexto, y a tres años del Mundial de 2026, a Televisa le urge remodelar el Estadio Azteca, construir un hotel y un desarrollo comercial. Recurrieron a una figura prevista en la ley, el Polígono de Actuación, lo tienen entre cuatro predios, la información es pública, y el potencial les permite construir 1,770,965 metros cuadrados, de los cuales a lo sumo ocuparán el 15%. Les sobrarán cerca de 1.5 millones de m2 de potencial.
El proyecto del Estadio Azteca es legal, bajo los instrumentos legales aprobados hace muchos años: Programa Delegacional de Desarrollo Urbano, Ley de Desarrollo Urbano, Normas Generales de Ordenamiento, entre otras disposiciones. Ningún gobierno ha impulsado cambios de fondo en los ordenamientos para los desarrolladores. Para qué, se preguntarán los “sospechosistas”.
La ruta que han optado para la renovación del Estadio Azteca es la más común: presentar su proyecto en las alturas, aprovechando el músculo que les otorga ser dueños de uno de los principales medios de comunicación y el chantaje por la tercera Copa del Mundo que sucederá en México. No los culpo. Los incentivos están trazados así.
La gran dificultad de todo esto es que las pequeñas construcciones, las más deseables por tener menor impacto, son sometidas a redes de corrupción y extorsión. Las grandes construcciones se imponen no mediante pagos en económico, sino mediante intercambio de favores, sin que haya un diálogo ni un beneficio en su entorno.
De concretarse, el nuevo centro comercial junto al Estadio Azteca será una nueva muralla espantosa, como lo es para Xoco el flamante Mitikah, que desde dentro es la más fiel representación de la Caverna de Platón, como bien recuperó esa analogía José Saramago para retratar un hipermercado: seductor por dentro, miserable en sus colindancias.
Soy franco. No tengo problema con que los dueños del Estadio Azteca renueven la sede inaugural de la Copa Mundial de 2026, tampoco con que edifiquen un hotel. Incluso, reconozco su derecho a hacer un centro comercial.
Mi verdadero problema es con el hecho de que nadie vele por el interés público: la Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, y el alcalde Giovani Gutiérrez, como tapetes de Televisa sólo por cuidar su relación con el medio de comunicación. No le exigirán nada extraordinario, pese a que sus impactos sí lo serán.
La comunidad seguirá lastimada por una obra que se impondrá. Nadie piensa que si esa obra dialoga con su entorno, puede generar beneficios para todos: la preservación del Pueblo de Santa Úrsula Coapa y sus tradiciones, la viveza de una economía barrial en el Pedregal de Santa Úrsula, la colindancia con el Pueblo de San Lorenzo Huipulco y con los Bosques de Tetlameya.
La obra del Estadio Azteca debería ser un antes y un después no para el estadio mismo, sino para sus pueblos y colonias vecinas, con inversiones que transformen la zona para beneficio local, que fortalezcan su pequeño comercio, con ampliación del espacio público y con el trazado de una permeabilidad urbana que hoy no existe, por las dimensiones y bardas del estadio.