El 6 de mayo de 1997, Carlos Castillo Peraza acudió a la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y fue repudiado por un grupo de estudiantes, en el marco de una atropellada campaña a la Jefatura de Gobierno, que Acción Nacional perdió. En esa ocasión, uno de los estudiantes fue interpelado por un periodista, quien le preguntó por la democracia y la tolerancia, a lo que el chico respondió que era una mentira que la democracia signifique tolerancia.
Desde entonces se cocinó lo que hoy vivimos. Es bastante obvio que la democracia debe significar tolerancia, pero la perversión de la palabra significa precisamente lo opuesto. Un grupo define quién cabe en la definición y quién no, y en todo caso, se juzga a la víctima y no se le reconoce como tal.
Yo marché, por primera vez, el 2 de octubre de 1987, a mis casi 16 años, sin mucha idea de cómo fue el proceso de represión de 1968, pero sí con convicciones de izquierda y afinidad con el socialismo real de ese entonces. Todos mis ideales socialistas se desmoronaron el 9 de noviembre de 1989 con la caída del Muro de Berlín. Desde entonces tengo muy claras mis prioridades: la libertad es la base de todo, incluida la justicia social: los sistemas totalitarios ni son justos ni son libres.
El mantra de “2 de octubre no se olvida” no significa socialismo ni “antineoliberalismo”, significa respeto a las expresiones y la demanda de una sociedad democrática. El movimiento de 1968 no era radical. Lo que demandaban los estudiantes del 68 era democracia, no una transición a otro sistema político o económico. El argumento del gobierno para reprimir sí era la infiltración del movimiento por intereses internacionales.
Lo que ocurrió este domingo, en el marco del 54 aniversario de la Matanza de Tlaltelolco es una piedra angular del “neofascismo” mexicano. Puedo tener todas las diferencias del mundo con Denise Dresser, pero también puedo decir que la he encontrado en múltiples manifestaciones en las últimas tres décadas, a veces como participante activa y otras como simple observadora. Esta vez, fue expulsada de una manifestación por quienes se creen dueños de la misma y no se dan cuenta que sus argumentos están más cerca de los de Gustavo Díaz Ordaz que del espíritu de los estudiantes asesinados, heridos, detenidos y desaparecidos aquella noche.
Quienes hemos expresado solidaridad con víctimas de la intolerancia, al final nos encuadramos en la oposición general al régimen de López Obrador. Esto no tendría que reducirse de esta manera. La democracia exige rechazar cualquier forma de intolerancia; no es necesaria la afinidad política con la víctima.
Para algunos simpatizantes del régimen el espíritu democrático se desvanece, por ejemplo, Sabina Berman, cuyo tuit fue presentado en “La Mañanera” del 3 de octubre como argumento presidencial para no solidarizarse con Dresser:
La libertad de expresión ya no es más un valor absoluto en nuestra sociedad, incluso cualquiera puede llamarla “dogma neoliberal”. Quienes han alcanzado la simplificación discursiva son otros. El único parámetro es la simpatía con el presidente. Si estás con él, la calle te pertenece; de lo contrario, el repudio.
En su libro “Political order and political decay”, Francis Fukuyama dice, que “el fascismo es generalmente entendido como una forma mucho más fuerte de gobierno autoritario que los absolutismos de la Europa del Siglo XIX, al involucrar un partido de masas, una guía ideológica, un monopolio total sobre el estado, un liderazgo carismático y la supresión de la sociedad civil.”
Todos los pasos que da la “Cuarta Transformación” son hacia el fascismo, a un estado de masas, con una ideología que utiliza el “anti neoliberalismo” como mero pretexto para rechazar al que piensa distinto, un régimen que busca el control total del Estado, no del gobierno, sentado en el carisma de López Obrador y donde las causas ciudadanas no existen.
No veo cómo esto pueda terminar bien. En el corto plazo, está claro, ellos mandan, ellos pueden expulsar a una persona de una manifestación, pueden convertir a las víctimas en villanos, pueden incluso tener más compasión por los criminales que por los periodistas asesinados. No le busquemos eufemismos. Esto es fascismo y hay que combatirlo, aunque nos cueste la vida.