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Rosario de México • Rosario Robles

Testimonio de una infamia.

Escrito en OPINIÓN el

Estas líneas representan lo vivido en mil 101 días de cautiverio injusto, de lo aberrante que significa el abuso de la prisión preventiva en nuestro país, pues se convierte en una condena anticipada, una estigmatización, violatoria de la inocencia. Hoy tengo la oportunidad de contar mi verdad, que nunca será absoluta, lo que aprendí a un alto precio. De recordar pasajes de una lucha que no fue sencilla por no venir de una familia con pedigrí político, una clasemediera a la que le tocó, junto con otras compañeras de generación con convicciones semejantes, romper el techo de cristal en los ámbitos del poder. Hoy debo volver a batallar para señalar un hecho profundamente injusto: la operación que pretendió destrozar una carrera política de tantos años. En este libro se recogen también revelaciones simbólicas de quienes son privadas de su libertad, de sus tragedias personales; contiene recuerdos de los logros y aportaciones a favor de un país al que amo y que he recorrido de cabo a rabo. Es un testimonio —para cuando yo ya no esté— de la necesidad de dejar claro que sí se puede llegar alto a pesar de todos los intentos por destruir esa trayectoria. Estoy empeñada en que se recuerde que después del viacrucis siempre viene la resurrecciónRosario Robles

Fragmento del libro de Rosario Robles Rosario de México”, publicado por Penguin Random House Grupo Editorial, S.A. de C.V. en enero de 2024 bajo el sello editorial Grijalbo. Cortesía de publicación de Penguin Random House Grupo Editorial, S.A. de C.V. (México).

Rosario de México | Rosario Robles

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Desde la otra orilla del río

Quienes me conocen desde hace tiempo saben muy bien que no fue nada sencillo tomar la decisión en 2003 de dejar la Presidencia Nacional del Partido de la Revolución Democrática (PRD) que ayudé a fundar; el que cobijó y sirvió de paraguas para competir y ganar elecciones al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, a Andrés Manuel López Obrador, a gobernadoras, gobernadores y cientos de legisladores, la misma institución que bajo sus siglas y estructura me permitió ser diputada federal, secretaria de Gobierno y jefa de Gobierno del Distrito Federal.

Renunciar bajo presión a este último cargo y después irme definitivamente del partido en 2004, rodeada de aciagas circunstancias, fueron acontecimientos de profundo dolor, de pérdidas en muchos sentidos y, desde luego, de certezas: empezaría a pagar las cuentas de la gente vinculada con Andrés Manuel que habían sido apoyados financieramente por Carlos Ahumada, lo cual en ese momento por supuesto que constituía un gran escándalo por mi relación personal, a pesar de que yo desconocía muchos de esos tratos.

Con toda la desazón que implicó irme del PRD en esas condiciones, nunca pasó por mi cabeza acallar un impulso que se había vuelto casi natural en mí: el de cristalizar acciones políticas en pro de principios que me han movido —entre ellos, la causa feminista—. Apenas dos meses después de dejar de ser presidenta del partido, y con motivo de la conmemoración del 50º aniversario del voto femenino en México, formé parte de la convocatoria de un grupo de mujeres con mucha visibilidad pública para organizar un evento con el objeto de conmemorar las cinco décadas de este hito.

Creía, al igual que ellas, que para que nuestros planteamientos retumbaran en los oídos de los hombres, pero también de las mujeres que aún apoyan el machismo, teníamos que hacerlo juntas, sin distingos, con ánimo plural y diluyendo colores partidistas.

En retrospectiva y tal como están las cosas hoy resultaría casi impensable volver a reunir en una misma causa a Elba Esther Gordillo, Margarita Zavala, Olga Sánchez Cordero, Martha Sahagún, Malú Micher, Beatriz Paredes, Patricia Mercado, Josefina Vázquez Mota, Amalia García, Laura Carrera, Marta Lamas y una decena más de personas que representan muy diferentes caras del empuje femenino. Pero ahí estábamos, tratando de dejar un testimonio de la lucha en pos de la igualdad política.

Menciono esa anécdota porque ejemplifica no sólo la vocación por hacer cosas en beneficio de grandes sectores —en este caso, ni más ni menos, a favor de la mitad de la población—, sino porque muestra cómo en un lapso relativamente breve han cambiado tanto las cosas en nuestro país. En la política mexicana, 20 años pueden ser nada para algunas personas, como cantó Gardel con febril mirada, pero para otras ese tiempo puede desdibujar y hasta desviar sus sueños y objetivos, como les sucedió Veinte años después a los mosqueteros de Dumas.

Recuerdo que la Rosario de entonces había atravesado un periodo complicado por los comicios intermedios y trabajaba como nunca para obtener votos y curules en la Cámara de Diputados, logrando prácticamente duplicar la bancada del PRD. En ese tiempo, Ahumada me amenazó con hacer público el dinero que le había dado a personajes cercanos a López Obrador, como René Bejarano y otros (en ese momento no mencionó que tenía videos). Finalmente se abstuvo de hacerlo, pero si él hubiera denunciado en ese momento, habría significado una catástrofe electoral para el perredismo, y yo pensaba seriamente que había que pavimentar el camino para la candidatura presidencial de quien en ese momento era nuestro jefe de Gobierno.

Sin embargo, aprovechando nuestra cercanía, sustrajo unos documentos que yo tenía firmados en blanco para cualquier eventualidad, ya que yo casi no estaba por estar recorriendo el país. Muchos años después los usó para extorsionarme. Como estaban en blanco los llenó como si el PRD le debiera una deuda gigantesca. Yo ya estaba en el gabinete de Enrique Peña Nieto. Pensé primero en renunciar antes que aceptar ese chantaje. Afortunadamente los dirigentes del Sol Azteca y yo unimos fuerzas y logramos detener legalmente ese fraude, tanto en Argentina como en nuestro país, aunque él ahora trate de revivirlo. Pero lo que aquí cuenta es que a la Rosario de hace 20 años le tocó absorber todo el impacto de una trama que se había estructurado entre Ahumada y varios conspicuos integrantes del equipo del hoy presidente de la República. Ellos iban por el cash que hoy sabemos fue y sigue siendo el aceite de los engranes del movimiento que gobierna a nuestro país. Pero yo pagué por ello, por haber cometido el error de no diferenciar lo personal de lo político, porque era más fácil culparme a mí por una relación personal que a otros por sus actos cuestionables. Lo que sólo pasa con las mujeres.

Como escribí en mi libro anterior, de todo esto traté de advertirle a Andrés Manuel. Lo busqué no una sino en varias ocasiones para enterarlo del posible escándalo que se cernía, pero no fui recibida; la fractura era insalvable desde su perspectiva del todo o nada, del conmigo o contra mí. Y vino el escarnio. Se me señaló sin razón, pero cuidándose de no satanizar a quienes habían ido con sus bolsas y sus ligas por los recursos ilegales.

Pero si somos justos, los problemas comenzaron desde que ganó la Jefatura de Gobierno. Incluso antes, desde la campaña, en la que a pesar de todo lo que se hizo para su triunfo en la ciudad, no pudo ocultar su molestia cuando me negué a entregarle miles de despensas para su campaña en la Ciudad de México, pensando que como éramos del mismo equipo yo estaba obligada a hacerlo. Ya como candidato electo me empezó a atacar, se enojó porque no quise aceptar su propuesta de incrementar el costo del Metro y otras medidas poco populares que él quería que cayeran sobre mis espaldas siendo todavía jefa de Gobierno. Ahí empezó todo. Porque nadie puede decirle que no, menos la que él consideraba su pupila, su brazo derecho, su incondicional. Y mucho menos porque soy mujer.

Por fortuna, a pesar de mi salida del PRD, hubo personas que confiaron en que mi voz aún merecía ser escuchada en la arena pública, y el periódico Milenio, gracias a Carlos Marín, fue un espacio que me abrió sus puertas en forma de columna semanal. Eran tiempos en los que los diarios todavía pagaban decentemente, aunque ese ingreso no alcanzaba para mantener los gastos de mi casa y pagar la colegiatura de mi hija Mariana, que estudiaba la universidad. Aunque yo conservaba algunos ahorros, se fueron agotando, así que la tarjeta de crédito sirvió en no pocas ocasiones como instrumento de financiamiento para cubrir los gastos universitarios, y el saldo lo iba cubriendo mes a mes con ciertos malabares.

Es verdad que no suelo ser demasiado previsora de las finanzas personales, como bien recuerdan aquellos que estuvieron conmigo cuando encabecé la administración de la Ciudad de México. Al ejercer como jefa de Gobierno tenía un sueldo mensual de 60 mil pesos, pero decidí emitir un decreto por el cual los altos funcionarios no gozaríamos de liquidación al concluir el encargo. Algunos de esos subalternos debieron odiarme, por supuesto, pero yo sentía que más que un premio era un privilegio tener la oportunidad de servir a la ciudad y, como tal, casi los que teníamos que pagar éramos nosotros.

Desde luego que una economista en cuyo currículum figuran altos puestos públicos no tenga holgura financiera es algo que a muchos les parece inusual, sospechoso. Pero para alguien educada en la unam de los años setenta, cuyos profesores eran exiliados argentinos, chilenos y mexicanos que habían vivido la represión de 1968, una estudiante cuyas materias incluían analizar durante siete semestres El Capital, que discutía en el Auditorio Ho Chi Minh de Ciudad Universitaria si era mejor y más viable el modelo de comunismo chino, soviético o cubano, el ahorro previsor y la acumulación de riqueza no figuraban precisamente en sus prioridades más altas.

Reitero que algunos debieron aborrecer ese arranque de moderación republicana cuando decidí no darnos liquidación al entregar el gobierno capitalino. . Y máxime porque después, ya en mi posición de presidenta del PRD, tampoco es que ganara mucho. Como he afirmado a lo largo de los años, con mis propios recursos pagué los seguros personales, el gasto corriente de la casa, mi camioneta, la gasolina y también mi indumentaria.

De esa manera iba capoteando el temporal cuando sucedió un hecho que me entristeció profundamente apenas me enteré: quien había sido parte de mi equipo en el Gobierno del Distrito Federal como jefe de Comunicación, el periodista Agustín Granados, moría de un paro respiratorio derivado de un cáncer fulminante, cuando apenas tenía 60 años. Su ausencia, sin embargo, me dejó en aquel 2006 una herencia inesperada, pues me ofrecieron cubrir la colaboración que Agustín tenía en el noticiario de Pepe Cárdenas en Radio Fórmula. Esa generosidad duró, como nos gustaba decir, “todo el sexenio” hasta antes de integrarme a un nuevo equipo de gobierno.

En esos años tanto los artículos en Milenio como las charlas con Pepe en la radio me permitieron mantener cierta vigencia mediática con opiniones y análisis de la situación nacional. Pero aún faltaba algo más para completar la quincena, como solemos decir; es público que en ese entonces estaba divorciada de Julio Moguel, el papá de Mariana, y los gastos, sin ser exorbitantes, sí requerían de más esfuerzos y estar atenta a las oportunidades.

La posibilidad llegaría gracias a una mujer a quien yo conocía apenas por algunos trabajos esporádicos en un área en la que ella llegó a ser referencia, las encuestas, sobre todo en las vinculadas con elecciones. María de las Heras, inteligentísima, con una gran intuición y logros notables en la estimación estadística —sobre todo en los comicios del año 2000 en los cuales Vicente Fox alcanzó la Presidencia—, no pudo anticipar el triunfo de Felipe Calderón en 2006, que por lo demás era difícil de predecir debido a un apretado margen de 236 mil votos de diferencia con Andrés Manuel.

Haber errado en la metodología con las encuestas de su empresa Demotecnia afectó de mala manera el ánimo de María e incluso se veía un poco deprimida; pero al ser una mujer de carácter, fraguó en su cabeza una nueva aventura para, quizá, sacarse la espinita. Y le corría prisa.

Me invitó a comer en un restaurante de la zona de Altavista, en la Ciudad de México, ocasión que aprovechamos para empezar a conocernos un poco mejor dado que yo con quien había trabajado diversos proyectos que involucraban encuestas era con algunos de sus colegas. Al llegar nos saludamos y María me soltó sin mucho preámbulo: “Oye, te propongo que hagamos un grupo, una especie de consultoría para ayudar a las mujeres a que sean candidatas ganadoras. Yo tengo la parte de las encuestas con Demotecnia, tú operas perfectamente el territorio y conozco a una chava que se llama Margarita Jiménez Urraca, que es buenísima en toda la parte de creatividad y de la lógica multinivel”.

Así arrancó su plan y lo seguí con entusiasmo porque vaya que cobró sentido para un proyecto que conjuntaba en sí mismo una de mis grandes pasiones: dotar de poder a las mujeres que creían en ellas mismas.

A volapié propuse para esa iniciativa a mis amigas Laura Carrera Lugo, experta en temas de perspectiva de género, y a Rocío Bolaños, con experiencia en asuntos de comunicación y vínculo con medios. También estuvo, por supuesto, Ana Vázquez Colmenares, especialista en imagen y lenguaje corporal, de quien aprendí que 80% de la comunicación es no verbal, la hacemos con el cuerpo o tan sólo con la manera de saludar (conocimientos que aplicamos posteriormente para capacitar brigadistas).

No tardamos mucho en imaginar cómo podríamos armar paquetes de servicios y de campañas exclusivas para mujeres con ambiciones de obtener cargos de elección popular. A Margarita se le ocurrió el nombre de la consultoría, uno que jugaba provocativamente con la semántica de una palabra que era al mismo tiempo muy familiar para las mujeres y que remitía a un fuerte apoyo. Así nació Sostén Centro de Inteligencia, cuyo concepto y diseño sería algo que hoy le llamarían “disruptivo”.

Una anécdota simpática, que después me hizo augurar buenos tiempos para el emprendimiento, ocurrió al salir del restaurante y pedir cada una su coche. En la despedida, de manea distraída le extendí al señor del valet lo que creí era el boleto del estacionamiento, cuando María y el mismo valet se miraron entre confundidos y divertidos: ¡le estaba dado una estampa de la Virgen de Guadalupe que siempre guardaba en mi cartera!

—No creo que sirva para que te traigan el carro, pero quizá sí para otras cosas —me dijo De las Heras entre car­cajadas.

Así fue el inicio de una empresa que resultó ser muy diferente. Tan lo era que en la presentación en sociedad de Sostén, a principios de 2007, la gente del Club de Industriales, al ver nuestro logotipo, alzó la ceja y nos advirtió que no, que ahí no podíamos mostrar algo así. Ese lugar, en la calle Campos Elíseos de Polanco, es conocido por ser muy de señores, muy de corbata obligada, y aun así les dijimos que armaríamos un escándalo si nos impedían hacer nuestro evento, con nuestro logo, faltaba más. No había redes sociales, pero claro que podíamos generar una gran polémica. Nos colocamos en nuestros lugares, saludamos y empezó el evento.

Recuerdo algunas frases que dije ahí. Una de ellas es que no pretendíamos competir contra los hombres: “No lo queremos todo, sino sólo 50% que, legítimamente, nos corresponde”. Hoy ya tenemos paridad.

Era un momento muy oportuno para lanzarnos al ruedo porque en 14 estados se iban a renovar gubernaturas —Yucatán y Puebla entre ellos— o alcaldías y presidencias municipales desde Chihuahua, Sinaloa y Durango hasta Veracruz, Oaxaca o Chiapas; y además porque nuestra oferta era inmejorable debido a que brindábamos estrategia política, análisis de medios, imagen, mercadotecnia, comunicación y por supuesto políticas públicas con perspectivas de género, además de trabajo en el territorio sin simulación y prácticas novedosas.

El mensaje de nuestra propuesta cayó en terreno fértil, pero sobre todo entre las filas priistas gracias a razones casi obvias: María de las Heras era muy influyente en esa estructura partidaria, además de que la politóloga Margarita Jiménez trabajaba en campañas para gente mexiquense. A eso se debió que a la presentación llegaran personajes como Manlio Fabio Beltrones y otros altos cuadros del PRI.

Fue precisamente Margarita la que me invitó a una comida que hacía cada año Mario Vázquez Raña con gobernadores del tricolor. Ahí el duranguense Ismael Hernández Deras se me acercó para comentarme que le gustaría trabajar con Sostén, pero particularmente conmigo. No me resultó del todo sorprendente dado que, para algunos cuadros del PRI, yo tenía fama de ser una gran operadora, algo que había demostrado cuando en el PRD, con Andrés Manuel, eché a andar las Brigadas del Sol con muy buenos resultados, concepto que planeé y que después el tabasqueño aplicó para movilizar a sus Servidores de la Nación.

Esa era la fama que yo traía a cuestas cuando el entonces gobernador de Durango se me acercó en la comida organizada por el dueño de El Sol de México. Ismael nunca imaginó que las candidatas que había designado para sendos distritos del estado que traía en la alforja de los perdidos pudieran ganar como lo hicieron. Bajo nuestra asesoría lo lograron, y el PRI ni siquiera tuvo derecho de que entraran sus candidatos plurinominales gracias a ese triunfo. Empezaban las aventuras.

Con Blanca Alcalá pasó algo semejante. No era favorita y estaba 20 puntos abajo en la competencia para ser alcaldesa de la capital de Puebla, pero con recomendaciones como las de Ana Vázquez —le sugirió a Blanca vestir siempre de blanco—, la estructura territorial y el seguimiento puntual que hicimos de la campaña, lo consiguió. Ivonne Ortega, que competía para la gubernatura de Yucatán, también ganó. Las dos por cierto grandes mujeres, mexicanas comprometidas y que realizaron con dignidad y resultados sus encargos.

En lugares tan complicados como Ciudad Juárez, Chihuahua, en un tiempo en el que los presidentes municipales iban rodeados de gente armada hasta las cachas, nosotras, las de Sostén, particularmente Laura Carrera y yo, armamos —en la lógica multinivel— redes de 20 mil mujeres que ayudaran a generar espacios seguros en la casa, en la calle y en las colonias. Y nos empezaron a contratar también para ese tipo de proyectos, más comunitarios y no enfocados tanto en personas específicas o en cuestiones electorales. Fue ahí donde conocí a Clara Torres, que nos hizo entender con proyectos pioneros la importancia de compartir con las mujeres las tareas del cuidado.

 

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