El mundo ha entrado en una de las épocas de cambios más profunda y compleja de la historia de la Humanidad. La mayoría de nuestros hijos no está preparada para afrontarla y lo sabemos.
Los padres de todo el mundo son conscientes de este cambio y saben que las asignaturas tradicionales son necesarias, pero insuficientes. Sus hijos necesitan volverse más responsables, creativos y tolerantes ante las diferencias. Tienen que aumentar su capacidad para pensar por sí mismos para tomar la iniciativa, relacionarse con los demás y ser resolutivos.
Asimismo, los líderes empresariales tienen dificultades para encontrar personas cuyas aptitudes y personalidad encajen con las exigencias de la economía global actual, entre las que se incluyen una gran capacidad de comunicación, de análisis, de organización, de trabajo en equipo y de dominio de la tecnología.
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El líder interior muestra paso a paso como colegios, padres y líderes empresariales de todo el mundo están aplicando las enseñanzas de Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva de Stephen R. Covey para preparar a la próxima generación de cara a los extraordinarios retos y las increíbles oportunidades que presenta el siglo xxi.
Fragmento del libro de Stephen R. Covey “El líder interior”, editado por Paidós, © 2024, © 2009 Traducción: Carlos Ossés Torrón. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.
Stephen R. Covey (1932 – 2012) fue profesor, consultor de organizaciones, escritor, un experto en familia y una autoridad internacionalmente respetada en materia de liderazgo. El Dr. Covey dedicó su vida a enseñar una forma de vida y de liderazgo basada en principios para construir tanto familias como organizaciones. Obtuvo un máster en Dirección de Empresas de la Universidad de Harvard y un doctorado por la Brigham Young University, donde fue profesor de conducta organizacional y dirección de empresas.
El líder interior | Stephen R. Covey
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¿Demasiado bueno para ser verdad?
Durante muchos años, hemos practicado la educación del carácter sin conseguir ningún resultado. La primera vez que hablé de la opción del liderazgo, muchos escépticos pensaron que se trataba de algo insustancial. Pero ahora son verdaderos creyentes. LESLIE REILLY, Distrito de Colegios Públicos del Condado de Seminole, Florida
Los jóvenes de hoy, nuestros hijos, pertenecen a la generación más prometedora de la historia. Se encuentran en la cumbre de todas las épocas. Pero también se hallan en la encrucijada de dos importantes caminos. Uno es el amplio y transitado camino que conduce a la mediocridad de la mente y del carácter y, en consecuencia, al declive social. El otro es un camino en pendiente, más estrecho y «menos trillado» que permite acceder a infinidad de posibilidades humanas y que, por tanto, constituye la esperanza del mundo. Si se les muestra el camino, TODOS los niños son capaces de seguir esta segunda senda.
Pero ¿quién va a enseñárselo, si no somos ni usted ni yo? ¿Dónde aprenderán a tomar esa senda, si no es en su hogar o en la escuela? ¿En qué momento van a emprenderlo, si no es ahora?
Acompáñeme y podrá conocer una historia jamás revelada y cargada de grandes esperanzas.
Cuando los doctores Rig y Sejjal Patel se trasladaron a Raleigh, Carolina del Norte, estaban, como la mayoría de los padres, muy interesados en encontrar un buen colegio, un lugar donde sus hijos pudieran aprender en un entorno saludable y seguro que estimulara sus mentes. Pidieron consejo a algunos de sus colegas y todos les recomendaron el mismo colegio: el centro de enseñanza elemental A. B. Combs.
Sobre el papel, el centro A. B. Combs era un lugar bastante corriente. No era más que un colegio público ubicado en un barrio tranquilo que albergaba a más de ochocientos alumnos, de los cuales el 18% tenía el inglés como segunda lengua, el 40% almorzaba gratis o con descuento en el comedor, el 21% estaba acogido a algún programa especial y el 15% eran considerados alumnos superdotados. El edificio que los alojaba tenía cincuenta años de antigüedad y algunos profesores llevaban mucho tiempo trabajando en él.
Pero, aunque sobre el papel el centro A. B. Combs no parecía nada especial, las referencias que obtuvieron los Patel sobrepasaron todas sus expectativas. Los Patel oyeron todo tipo de elogios sobre sus notables resultados académicos, sus alumnos cordiales y respetuosos, su personal docente comprometido y sobre la responsable del centro, que había sido elegida Directora del Año. Apenas había experimentado problemas de disciplina. Los estudiantes que habían tenido graves dificultades en otros colegios progresaban adecuadamente en este centro. Hasta los profesores eran felices. Todo parecía demasiado bueno.
De hecho, cuantas más historias oían los Patel, más se preguntaban: «¿Puede realmente existir un lugar como ese?». No lo expresaron en voz alta, pero no podían dejar de pensar: «¡Parece demasiado bueno para ser verdad!».
Los Patel decidieron ir a visitar el colegio personalmente y cuando llegaron descubrieron que el simple hecho de entrar por la puerta principal del centro A. B. Combs ya es una experiencia cautivadora. Allí se respira un ambiente que no se encuentra en la mayoría de los colegios. Es un ambiente que se puede ver, escuchar y tocar. Y si alguna vez visita el centro durante la celebración anual del Festival Internacional de Alimentación, podrá degustar algo de ese ambiente, ya que el colegio cuenta con alumnos que proceden de cincuenta y ocho países y hablan veintisiete lenguas distintas. El colegio es un lugar limpio. Los alumnos que transitan por sus pasillos miran a los ojos a los adultos y los saludan. Todo lo que cuelga de sus paredes despierta alegría e incluso aumenta la motivación. Los alumnos se tratan entre sí con respeto y la diversidad cultural no sólo se valora de forma muy positiva, sino que se celebra notablemente.
Durante su visita, los Patel descubrieron cuál es la misión del centro y los objetivos que se plantea. Pudieron conocer las tradiciones del colegio, especialmente la tradición de mostrar interés por los demás. Deambularon por sus pasillos y vieron las ci-tas y los murales que estimulaban a los alumnos a dar lo mejor de sí mismos. Dentro de las aulas se encontraron con profesores trabajadores que mostraban confianza en su capacidad. Descubrieron que a todos los alumnos se les asignaba algún tipo de liderazgo y que muchas decisiones las tomaban directamente los estudiantes y no los profesores. A los Patel todo aquello les pareció asombroso y salieron de su primera visita decididos a matricular a sus hijos en aquel centro.
¿Y qué piensa usted?
¿Qué piensa usted? ¿La descripción del centro A. B. Combs le parece «demasiado buena para ser verdad»?
Creo que la principal razón por la que a los Patel (y tal vez a usted también) les pareció que esos informes acerca del centro A. B. Combs eran demasiado «buenos para ser verdad» es que contrastan notablemente con lo que solemos oír sobre los colegios. Estamos tan habituados a oír hablar de abusos, malos profesores, pintadas, mal comportamiento, bajas calificaciones, falta de respeto, ausencia de disciplina, violencia en los centros, elevados índices de abandono, que cuando nos hablan de un lugar tan positivo adoptamos una actitud escéptica. O simplemente nos parece algo demasiado difícil de creer o de dudosa sostenibilidad.
Debo confesar que si no hubiera visto el centro A. B. Combs con mis propios ojos, y si no hubiera comprobado que no es el único colegio que goza de semejante éxito, yo también habría dudado de la viabilidad, transferencia y sostenibilidad del método que empleaba ese centro. Pero cada vez hay más colegios que aplican su método y que disfrutan de un éxito equivalente. Como consecuencia de ello, he decidido congregar sin reservas a otros líderes empresariales, padres y profesores de todo el mundo para que crean firmemente en la tarea que esos centros y esos grandes educadores están llevando a cabo.
Lo que están haciendo esos educadores es enseñar principios básicos de liderazgo a unos alumnos que, en algunos casos, sólo cuentan con 5 años. Les enseñan diversos tipos de capacidades, que a menudo se pasan por alto, que les permitirán tomar las decisiones adecuadas, mantener una relación cordial con los demás y administrar el tiempo de manera inteligente. Además de enseñarles esos principios, también proporcionan a los alumnos verdaderas oportunidades para aplicarlos, ofreciéndoles la ocasión de demostrar su liderazgo en la clase, en el colegio y en la propia comunidad. Toda esta tarea se lleva a cabo de tal manera que mejora los logros del alumno y restituye la disciplina y la ética del carácter tanto en las aulas como en el patio del colegio. Y lo que más agrada a los profesores es que también lo están realizando de tal manera que no se convierte simplemente en «una tarea más», sino que ofrece una metodología que muchos podrían describir como «una manera más adecuada de hacer lo que ya están haciendo».
A medida que vaya avanzando en la lectura de este libro descubrirá las razones por las que el centro A. B. Combs y otros semejantes han optado por enseñar esos principios básicos de liderazgo, de qué modo los abordan y qué resultados están consiguiendo. Pero, en principio, estos colegios presentan de manera casi generalizada las siguientes características:
- Una mejora en los logros de los alumnos.
- Un notable aumento de la autoestima y de la confianza en sí mismos de los alumnos.
- Un descenso notable en los problemas de disciplina.
- Un evidente incremento en la satisfacción laboral y en el compromiso de los profesores y los administradores del centro.
- Una notable mejora en la cultura escolar.
- Los padres se sienten muy satisfechos y participan en el proceso.
- Los líderes empresariales y de la comunidad desean pres-tar su apoyo.
Los adultos que han visitado o trabajado en estos centros destacan principalmente el aumento manifiesto de la confianza en sí mismos que demuestran los alumnos, así como su capacidad para mantener una buena relación con los demás y para resolver problemas. Uno de los resultados que los profesores suelen destacar es la notable reducción de los problemas de disciplina. El hecho de que haya menos disputas y actos de indisciplina ha permitido a los profesores concentrarse más en los aspectos académicos y, como consecuencia, recuperar la eficacia de su trabajo. Muchos padres se quedan extasiados al comprobar lo que está sucediendo en estos colegios. No sólo se deshacen en elogios hacia la tarea efectuada en tales centros, sino que también declaran que ha mejorado la conducta de sus hijos en casa. De hecho, después de observar a sus hijos, muchos padres han tratado de educarlos siguiendo los mismos principios de liderazgo con el fin de que puedan aplicar tales principios a las tareas que realizan en casa. Y es fascinante comprobar que la mayoría de esos resultados se han conseguido en el transcurso de su primer año de aplicación.
Por supuesto, dentro de los círculos docentes la principal cuestión que se plantea es la siguiente: ¿cómo ha influido este método en los resultados académicos? Naturalmente, la respuesta puede diferir de un colegio a otro. Algunos de los centros mencionados en este libro ya tenían unas calificaciones elevadas antes de poner en marcha este proceso, así que sus resultados académicos tenían poco margen de mejora. Pero, incluso en ese caso, prácticamente todos los colegios han mejorado sus calificaciones. Posiblemente el dato más alentador procede del centro A. B. Combs, que es el que lleva más tiempo aplicando este método. Al principio lo aplicaron utilizando un profesor en cada nivel escolar y ese mismo año el porcentaje de alumnos que aprobaron los exámenes de fin de curso aumentó del 84 al 87 %, debido principalmente a la mejora de las calificaciones que experimentaron los estudiantes de los cursos piloto. Al año siguiente, todo el colegio aplicó el método del liderazgo y el porcentaje de alumnos aprobados dio otro salto significativo, alcanzando esta vez el 94 %. Si tenemos en cuenta la heterogeneidad de los alumnos que estudiaban en el centro y el elevado porcentaje de estudiantes que apenas disponían de ingresos, no se trataba de una proeza menor. Pero lo que hace que la mejora en las calificaciones sea realmente valiosa es que el centro A. B. Combs ha sido capaz de mantener esas elevadas calificaciones durante años, llegando finalmente a alcanzar un máximo del 97 %, lo que ha desempeñado un papel crucial en su designación como mejor colegio de educación especializada de Estados Unidos. Pero, premios aparte, la verdadera importancia que se desprende de ello es que el método del liderazgo es realmente sostenible.
Todos estos resultados son indicios prometedores para el exigente ámbito de la educación.
La grandeza debe encajar con la realidad actual
En estos colegios está sucediendo algo que considero más importante que cualquiera de los resultados que he mencionado antes, incluyendo el aumento de los resultados académicos y de las sonrisas que se dibujan en los rostros de los padres y los profesores. Los alumnos que estudian en estos colegios salen dotados con una especie de «grandeza» y con ciertas capacidades que no sólo les permitirán sobrevivir, sino que les harán prosperar a lo largo del siglo XXI.
Deje que me explique.
No es ningún secreto que nos encontramos ante uno de los periodos más emocionantes y prometedores de la historia del hombre. La eclosión de los avances tecnológicos y la globalización de los mercados han creado una serie de oportunidades sin precedentes en lo que respecta al desarrollo y prosperidad de las personas, las familias y las organizaciones, así como de la sociedad en general. Por supuesto, también debemos afrontar muchos problemas y dificultades —que siempre han existido y seguirán existiendo—, pero si miramos a nuestro alrededor veremos que las oportunidades de progresar y de hacer algo importante se pueden encontrar en cualquier ámbito de la vida. Sin embargo, en este clima de oportunidades hay una cuestión que azuza continuamente la mente y el corazón de los padres, los educadores y los empresarios. ¿Están los jóvenes de hoy debidamente preparados para aprovechar la multitud de oportunidades que tienen ante sí? ¿Están debidamente equipados para afrontar las dificultades que éstas conllevan?
Hasta hace poco vivíamos en una era conocida como la era de la información. En ese periodo, las personas que manejaban la mayor parte de la información —las que guardaban la mayor parte de los «datos» en su memoria— eran las únicas que tenían la fortuna de ascender a los puestos principales de las diversas profesiones. Durante esa época se pensaba que los padres y los colegios debían centrarse en inculcar la mayor cantidad posible de datos en las células cerebrales de los alumnos, siempre que fueran los datos adecuados para aprobar los exámenes adecuados. Después de todo, tener «datos en la cabeza» es lo que permitía a los alumnos sacar la máxima puntuación en los exámenes «basados en datos», es lo que les permitía ingresar en las mejores universidades «basadas en datos» y, a su vez, eso les permitía experimentar un ascenso meteórico en la correspondiente escala profesional «basada en datos».
Pero esa época se ha ido superando a medida que la economía global entraba en una nueva fase caracterizada por su intensa velocidad y su complejidad. Si bien la información basada en datos sigue siendo el factor clave en la supervivencia del mundo actual, eso ya no es suficiente. Dada la difusión masiva de Internet y de otros recursos digitales, los datos que hasta ahora eran secretos celosamente guardados, que sólo estaban al alalcance de las principales universidades, en la actualidad son completamente accesibles en cualquier rincón del planeta con sólo pulsar un botón del ratón. Como consecuencia de ello, muchas de las llamadas profesiones de «élite», que anteriormente exigían una amplia preparación académica, ahora han pasado a los ordenadores o a personas procedentes de todo el mundo que tienen una educación académica mucho menor y que reciben salarios más bajos. El conocimiento de los datos por sí mismo ya no marca la diferencia entre las personas que consiguen tener éxito y las que no.
Por el contrario, las personas que ahora aparecen como los nuevos «vencedores» del siglo XXI —los nuevos prósperos— son las que poseen una capacidad creativa que se encuentra por encima de la media, unos profundos conocimientos analíticos, un talento natural para prever las cosas y —sorpresa, sorpresa— una notable capacidad para relacionarse con los demás. Tal y como afirman Daniel Pink y otros autores, las personas que actualmente se están haciendo con el control de la economía son los grandes cerebros. Ellos son los inventores, los diseñadores, los oyentes, los pensadores en general, los creadores de significado y los conocedores de modelos: son esas personas que saben optimizar y manejar creativamente los datos, sin limitarse a memorizarlos y repetirlos de manera mecánica. Y todo esto lo consiguen porque saben trabajar eficazmente con los demás. Quizá no se ha dado cuenta, pero las personas que poseen ese tipo de talento están apareciendo en todos los continentes, incluso en las aldeas más remotas. Tal y como apunta Larry Sullivan, antiguo director general del Distrito de Colegios Independientes de Texarkana (Texas): «Los estudiantes de hoy ya no se limitan a competir por un empleo contra los alumnos de las ciudades o de los Estados vecinos, sino que compiten con los estudiantes de China, India, Japón, Europa, Sudamérica, Madagascar, y todas y cada una de las islas y continentes que hay entre ellos».
Pero, aunque ésta sea la nueva realidad, a menudo oigo quejarse a los líderes empresariales de que el nuevo empleado que acaban de contratar, pese a que ha obtenido un máster o un doctorado, no tiene «la menor idea» de cómo trabajar con los demás, cómo realizar una presentación básica, cómo comportarse de manera ética, cómo organizar su tiempo o cómo ser creativo, por no hablar de que tampoco saben inspirar creatividad en los demás. ¿Cuántas veces he oído hablar a los ejecutivos de que su compañía está dispuesta a aprovechar una nueva oportunidad en cuanto se presente pero que no puede pasar de la colocación de la primera piedra porque están inmersos en conflictos o disputas éticas entre empleados o subcontratistas? ¿Cuántas veces he oído quejarse a los padres de que su hijo, recién graduado en bachillerato, ha despuntado en los exámenes de ingreso a la universidad y, sin embargo, no sabe asumir la responsabilidad de sus actos, expresar oralmente sus pensamientos, tratar a las personas con respeto, analizar una decisión, sentir empatía, marcar prioridades, resolver conflictos de forma madura o planificar sus objetivos? Si preguntáramos a esas personas si piensan que los estudiantes están preparados adecuadamente para afrontar la realidad actual, creo que escucharíamos un inequívoco y rotundo «¡no!».
Cuantas más conversaciones de este tipo mantengo, más pienso en mis nietos y sus futuros hijos. Y siempre me hago la misma pregunta: «¿Qué les reserva el futuro? ¿Qué puedo hacer para prepararlos mejor ante la nueva realidad que se avecina?». De hecho, en esta época en la que se leen muchos más sms que libros de texto, me preocupa mucho menos la información que estudiarán mis nietos en el colegio que lo que sus compañeros —e incluso sus profesores— les van a contar acerca de la vida y de la manera en que deben manejarla. He pasado más de a mitad de mi carrera profesional ejerciendo de profesor y sé perfectamente cómo un educador puede sustentar la mediocridad o inspirar excelencia en un estudiante, independientemente de la materia que imparta.
Mientras me esfuerzo en destilar la esencia de lo que me transmite el nuevo entorno empresarial, lo que me cuentan los educadores, lo que me relatan los padres y lo que me dicta mi propio corazón, el concepto que me sigue viniendo a la mente es el de grandeza primaria. Reconozco que la palabra «grandeza» es un término que intimida a muchas personas. Para algunos, incluso tiene connotaciones peyorativas y resulta un vocablo arrogante. Considero que esto se debe a que muchas personas lo identifican con lo que yo llamo grandeza secundaria. La grandeza secundaria guarda relación con los cargos o los títulos, con los premios, con la riqueza, la fama, las graduaciones o con los logros poco corrientes. Por definición, la grandeza secundaria sólo puede alcanzarla un selecto y extraordinariamente reducido porcentaje de la población. La grandeza secundaria está determinada en gran medida por la comparación que hacemos de una persona respecto a otra.
La grandeza primaria, en cambio, está abierta a todo el mundo. Toda persona puede obtenerla y para ello no hay límites en forma de curva de campana. La grandeza primaria tiene que ver con la integridad, la ética del trabajo, el tratamiento de los demás, la motivación y el grado de iniciativa de una persona. También está relacionada con la personalidad, la colaboración, el talento, la creatividad y la disciplina de una persona. Indica qué clase de persona somos —cada día— frente a lo que poseemos o a los logros temporales que hayamos obtenido. La grandeza primaria no se mide por comparación con los demás, sino por nuestro apego a lo intemporal, a los principios universales. Es un acto de humildad.
A veces la grandeza primaria antecede o acompaña a la grandeza secundaria. En otras palabras, una persona que tiene grandeza primaria también acaba por tener grandeza secundaria. Otras veces la grandeza secundaria viene sola. Todos conocemos a alguien que tiene grandeza secundaria pero carece del menor asomo de grandeza primaria. Al mismo tiempo, muchas personas que poseen grandeza primaria no llegan a conseguir grandeza secundaria e incluso prefieren evitar las candilejas de la grandeza secundaria.
La razón por la que la grandeza primaria me sigue viniendo a la mente es que creo sinceramente que es lo que los líderes empresariales, los padres y los educadores desean encontrar en sus empleados, en sus hijos y en sus alumnos. En el capítulo 2 explicaré detalladamente por qué sucede esto, pero por ahora me limitaré a decir que la realidad de hoy presenta un campo de juego completamente nuevo y global, un campo que exige mucho más que conocer una serie de datos almacenados en la cabeza. Este entorno exige el dominio de nuevas técnicas, aunque en realidad algunas de ellas son bastante «antiguas». Y también exige un nuevo tipo de grandeza primaria, acompañada de una firme base por lo que se refiere a la personalidad.
Por tanto, resulta gratificante que los colegios mencionados en este libro informen sobre la mejora en las calificaciones que han obtenido y sobre la confianza en sí mismos que han adquirido sus alumnos, y también es gratificante que los padres y los profesores declaren que ha aumentado su nivel de satisfacción. Pero sacar mejores calificaciones y tener unos padres más felices no es lo que va a permitir a los alumnos sobrevivir y salir adelante en esta nueva realidad. Necesitan algo más. Y eso es lo que más me conmueve como abuelo, como líder empresarial y como miembro de la sociedad y es lo que va a encontrar en este libro. Los alumnos salen de esos colegios mucho mejor preparados y dotados con la mentalidad, las aptitudes y las herramientas que van a necesitar para afrontar la nueva realidad del mundo actual.