SALUD MENTAL

Cuando el trabajo te rompe: sobrevivir al burnout

Durante 547 días tuve el síndrome de burnout, una enfermedad mental asociada al desgaste profesional que me arrebató la energía, la escritura y la maternidad plena. En esta crónica comparto mi caída, el tratamiento y la recuperación para visibilizar un problema creciente en México

Créditos: LSR Hidalgo
Escrito en NACIÓN el

Desconozco el momento exacto en que el síndrome de burnout, o “cerebro fundido”, se adueñó de mí. Lo que sí sé es que drenó toda mi energía a mis 39 años en el año 2021. Durante quince meses, hubo días en que incluso acostada frente a la televisión sentía un agotamiento profundo.

Durante 547 días tuve el síndrome de burnout, una enfermedad mental asociada al desgaste profesional que me arrebató la energía, la escritura y la maternidad plena.

Un lunes cualquiera, mientras preparaba a mis hijos para la escuela, mi cuerpo no respondía. Las manos entumecidas, la cabeza lenta y lo único que pude decir a mi esposo fue: “No puedo, estoy agotada”. Mi vida cotidiana, que antes realizaba con aparente facilidad, se volvió imposible; cocinar, dar clases, conducir, incluso escribir.

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Atribuí mi cansancio a la maternidad, pero pronto entendí que la raíz era otra. Llegó la ansiedad, la irritabilidad, el insomnio, el aislamiento. Los ruidos cotidianos —el licuado, las risas de los hijos, el correr en casa— se volvieron insoportables. Me convertí en una mamá tóxica, incapaz de disfrutar lo que antes me daba felicidad.

El diagnóstico que cambió todo

Finalmente acudí a la doctora Liliana Tapia, especialista en psiquiatría en Querétaro. Llegué abatida, en pijama y lentes oscuros, con exámenes de química sanguínea, perfil tiroideo y análisis de orina. Mi cuerpo estaba relativamente sano; mi cerebro, roto.

La doctora me dijo con firmeza: “Tienes Burnout”. Esta enfermedad, explicó, es un síndrome de desgaste profesional relacionado con la sobrecarga laboral, el perfeccionismo y los hábitos de vida exigentes. Aunque no es mortal, puede derivar en depresión, ansiedad severa y enfermedades metabólicas si no se trata.

En México, la prevalencia del burnout es alta. Según la consultora Patricia Lozano Luviano, el país supera a China y Estados Unidos en trabajadores que reportan agotamiento laboral extremo. La revista Global publicó en 2023 que el 75% de los trabajadores mexicanos sufre fatiga por estrés laboral, y más del 40% de los empleados de oficina se sienten exhaustos diariamente.

El tratamiento y los costos de la recuperación

El tratamiento que me indicó la doctora Tapia incluía medicamentos y psicoterapia constante. Entre ellos: escitalopram, un inhibidor selectivo de la recaptación de serotonina (ISRS) que ayuda a regular la ansiedad y la depresión; alprazolam, en dosis bajas, para el control de episodios agudos de ansiedad; y terapia cognitivo-conductual semanal.

Cada consulta costaba aproximadamente $1,200 pesos mexicanos, y el tratamiento farmacológico mensual ascendía a $1,500 pesos. Durante los 17 meses que duró la recuperación, los gastos se aproximaron a $34,000 pesos, sin contar transporte ni sesiones adicionales de psicoterapia.

Además del costo económico, estaba la pérdida de productividad. Durante el síndrome de burnout, no pude trabajar plenamente: dejé de escribir, dar clases y cumplir con responsabilidades profesionales, afectando tanto ingresos como mi desempeño laboral. Según el Barómetro de la salud mental de los trabajadores en México, el 34% de la fuerza laboral padece algún trastorno mental asociado con el trabajo, y solo un 10% tiene acceso a atención especializada.

Los síntomas: del cuerpo a la mente

Los efectos físicos fueron evidentes; insomnio, tensión muscular, dolor de cabeza, fatiga constante y alteraciones en el apetito. Los efectos emocionales fueron devastadores; irritabilidad, apatía, cinismo y pérdida de confianza en mis capacidades. Incluso mi vocación, la escritura, se volvió imposible: redactaba frases sin sentido, como si hubiera perdido la sintaxis y la coherencia.

La vida cotidiana era un desafío. No podía manejar, preparar comidas ni interactuar con mis hijos sin sentirme abrumada. La vergüenza me llevó al aislamiento; dejé de responder llamadas, me autocensuré y sentí cómo mi círculo cercano comenzaba a cansarse de mi situación.

La recuperación: resiliencia y nuevos hábitos

Con el tratamiento, la medicación y el apoyo terapéutico, comencé a recuperar funciones básicas y confianza. La doctora Tapia insistió en hábitos de prevención; establecer límites claros, horarios regulares de comida y descanso, ejercicio constante y reducción de la sobrecarga laboral.

El proceso fue lento. Reaprendí a manejar, a preparar a mis hijos para la escuela y a escribir de nuevo. Cada pequeña acción representaba un triunfo sobre el síndrome que había tomado mi vida. En enero de 2023, después de 547 días de lucha, sentí que mi cerebro recuperaba claridad.

Hoy, sigo atenta a mi salud mental. El burnout no se olvida ni desaparece completamente; puede volver si se descuidan los límites, pero el conocimiento y las herramientas aprendidas permiten identificarlo a tiempo. La recuperación no solo fue un esfuerzo personal, sino también económico y social, en un país donde el acceso a la salud mental sigue siendo limitado.

Contexto nacional y laboral

El burnout es un problema creciente en México. Según Global, más de 18 millones de trabajadores mexicanos enfrentan fatiga por estrés laboral. El costo económico de la pérdida de productividad por enfermedad mental asciende a billones de pesos a nivel nacional. La falta de acceso a tratamientos especializados y el estigma asociado impiden que la mayoría busque ayuda.

Además, la pandemia exacerbó la problemática. El trabajo remoto, la sobreexigencia laboral y la falta de desconexión intensificaron la incidencia de burnout, especialmente en profesiones de alto desempeño académico y mediático, como la mía.

Lecciones aprendidas

Mi experiencia demuestra que el burnout es un problema real, con impactos físicos, emocionales y económicos. Reconocerlo, buscar ayuda y establecer límites son fundamentales para evitar consecuencias más graves.

Entendí que la maternidad, la carrera profesional y la vida personal pueden coexistir con equilibrio si se previene el desgaste profesional y se invierte en salud mental. Los tratamientos, aunque costosos, son una inversión en bienestar y productividad.

Hoy, puedo abrazar a mis hijos, retomar mi escritura y conducir sin miedo. El síndrome del cerebro fundido me enseñó que nadie es invulnerable y que cuidar la mente es tan importante como cuidar el cuerpo.