SALUD

Se inyectan aceite para modelar su cuerpo; hoy piden atención médica

Desde los 13 años, Gretel buscó un cuerpo que acompañara su identidad. Lo que debía ser una transformación segura terminó convertida en tragedia quirúrgica

En México no existe registro oficial de los casos de mujeres y mujeres trans que han muerto por cirugías mal practicadas o por inyectarse modelantes en el cuerpo.Créditos: Raúl Estrella /La Silla Rota
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Aceite para motor o de coco, silicona industrial, biopolímeros que corrían calientes dentro de una jeringa veterinaria y se aplicaban directamente en los glúteos, las piernas, la nariz o la cadera, para cumplir el estándar.  Inyecciones caseras en cuartos improvisados, sin anestesia, sin higiene, cirugías mal practicadas, sin la mínima idea de que la belleza que querían podría costarles la vida.

Desde los 13 años, Gretel buscaba un cuerpo que acompañara su identidad. Su tránsito fue guiado por lo que podía pagar con sus propios medios y la urgencia de encontrar un rostro y un cuerpo que la hiciera sentir en paz. Pero su búsqueda terminó convertida en una tragedia quirúrgica.

El procedimiento que debía “embellecerla” se volvió una agresión irreversible. El médico que la operó, Charbel Andrés Sosa Azar, le rebanó la nariz y el procedimiento provocó que apenas pueda respirar. Después inyectó una sustancia dentro de las fosas nasales que selló cualquier posibilidad de flujo de aire. Desde entonces, su vida depende de la boca. No puede cerrar los labios para dormir. Si lo hace, se ahoga.

Las noches pasan entre sobresaltos: se despierta jadeando, golpeándose el pecho, aferrándose a la idea de seguir viva. Su nariz quedó inútil; su cuerpo, vulnerable; su trabajo, destruido. Para ella, la cirugía no solo debilitó su salud: le arrancó la manera en que se sostenía económicamente y la presencia con la que se defendía en la calle.

Intentó buscar justicia. En 2005 interpuso una denuncia. La carpeta nunca avanzó; se hundió entre escritorios, trámites y presiones.  Y aunque en el discurso se presume una Ciudad de México con políticas de vanguardia para las personas trans, Gretel vive la contradicción por una parte derechos anunciados en foros y documentos, pero un sistema que la deja a la deriva.

A casi dos décadas del daño sigue sin cirugía reconstructiva y sin una institución pública que asuma su caso. Para Gretel, ser bella terminó significando perder la respiración.

Contexto: En México no existe registro oficial de los casos de mujeres y mujeres trans que han muerto por cirugías mal practicadas o por inyectarse modelantes en el cuerpo. La organización Brigada Callejera señala que tan sólo en 2025 han muerto alrededor de 150 y se ha atendido a más de 300.   El último dato registrado en la Comisión Nacional de Arbitraje Médico (Conamed) habla de más de 500 quejas que se acumulan ante los riesgos de las intervenciones no reguladas.

Aumentan males por “modelantes”

En el ámbito comunitario, Elvira Madrid, presidenta de Brigada Callejera, explica que la organización ha atendido un incremento drástico de complicaciones por modelantes en mujeres trans.

Actualmente acompañan a más de 100 personas que continúan a la espera de atención hospitalaria. Este aumento, señala, está relacionado con la falta de acceso a servicios médicos especializados y la persistencia de procedimientos clandestinos. Agrega que la esperanza de vida de las mujeres trans ronda los 35 años, muy por debajo de la media nacional.

Raúl Estrella/LSR

De acuerdo con la doctora Edith Cabrera, médica general del Instituto Politécnico Nacional, las sustancias más utilizadas en estas intervenciones clandestinas, y también las más peligrosas, son la silicona líquida de calidad industrial, el aceite mineral, la parafina, la poliacrilamida y productos comercializados como “biogel” o “biopolímeros naturales”, que en realidad no lo son.

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Explica que todas comparten una consistencia líquida u oleosa, parecida a una cera blanda, lo que facilita que migren dentro del cuerpo con el tiempo. Ese movimiento las vuelve especialmente dañinas, porque pueden desplazarse a zonas donde generan inflamación crónica, alteraciones sistémicas, infecciones o deformidades progresivas, complicando aún más cualquier intento posterior de retiro o reparación.

La COFEPRIS ha documentado que las sustancias modelantes provocan infecciones graves, necrosis, daño orgánico y desfiguración permanente. A ello se suman reacciones inflamatorias crónicas y efectos autoinmunes que siguen apareciendo años después. Gretel es el rostro de esa estadística: un daño que no termina y una reparación que no llega.

Raúl Estrella/LSR

Para ser bella, pagó con golpes y con miedo

Para Salma, la belleza nunca fue un capricho; fue una forma desesperada de hacerse un lugar en un mundo. Pero su historia no empieza en un quirófano, sino en la calle, donde trabaja repartiendo volantes y donde cada día es un riesgo nuevo.

Se inyectó biopolímeros desde adolescente, siguiendo lo que entonces veía como modelo de belleza entre mujeres trans mayores. Eran sustancias espesas, aceites hervidos, aplicadas con jeringas de diez centímetros sin control. Lo que en su adolescencia parecía un milagro inmediato hoy es un dolor que no cesa.

Cuando buscó apoyo en el sector salud, la respuesta fue una cita para ocho meses más tarde. En ese periodo de espera el dolor la doblaba. Ocho meses que ella sabe que no aguantaría. Por eso llegó a Brigada Callejera, donde sí recibe atención.

A pesar de todo, Salma sigue adelante. Respira a medias entre la pobreza, la violencia y un cuerpo marcado por intervenciones que nunca imaginaron consecuencias tan severas. Creyó que la belleza le daría libertad; descubrió que la dejó más expuesta que nunca.

Para ella, ser bella significó sobrevivir. Y sobrevivir, cada día, se vuelve más difícil.

Vivir con dolor por ser bella

Sabrina ya usa muletas. Se mira las piernas, las caderas, los brazos, y sabe exactamente dónde duele. Sabe qué zonas arden por dentro, cuáles palpitan en la madrugada, cuáles se endurecen como si un metal caliente viviera bajo la piel.

Desde hace años tiene aceite inyectado en las pantorrillas, en las caderas, en los brazos. En su momento lo hizo sin pensarlo; la belleza era una urgencia, una carrera contra el miedo y la discriminación. Hoy, cada noche, el precio se le clava en el cuerpo.

El dolor es insoportable. Se despierta porque la pantorrilla la quema, porque la cadera late, porque el aceite se desplazó.  Ella misma vio a una amiga, de 63 años, inyectarse los brazos para “levantarlos”.

Para Sabrina, ser bella no fue un lujo fue una apuesta contra el mundo. Presume que logró tener un cuerpo per reconoce que el precio que pagó fue demasiado caro, porque hoy peregrina en hospitales que le dan largas, dice, que no tienen ni gasas, batalla para recibir atención y se pregunta por qué el gobierno las ha dejado solas.

Noemí siempre pensó que la belleza era una puerta. Una puerta al trabajo que soñaba de modelo. Cualquiera que la sacara de las madrugadas limpiando mesas y sirviendo tragos. Tenía 22 cuando decidió “arreglarse tantito”. No tenía dinero, pero alguien le contó que podía hacerlo con aceite.

El primer “arreglo” fue con aceite industrial, caliente, cargado en una jeringa gruesa que entró directo al pecho. Le dijeron que era normal que ardiera. Que las bolas se acomodaban solas. Que no se asustara si se le ponía dura la piel. Con el tiempo, el seno empezó a verse deforme, pero ella siguió adelante: juntó dinero, ahorró meses, pidió prestado. Pagó para “corregirse”. Lo que le pusieron después tampoco era lo que prometían.

 

A mediados del 2020 asintió un calor extraño. Después, un punzón, le costó mucho trabajo que la atendieran por la pandemia y cuando lo hicieron le dijeron que el líquido del implante se derramó y Noemí no podía ni levantar el brazo de dolor. La llevaron al Hospital Rubén Leñero, donde todavía hoy es atendida. Las curaciones son diarias; duelen. La piel está irritada, inflamada, frágil. Los médicos le explicaron que el aceite mezclado con modelantes había deformado conductos. Que la reconstrucción real costaría todavía más de lo que ya pagó… y que quizá ni siquiera sería posible.

 

Perdió su trabajo de mesera en la pandemia. Hoy ella y su hija tienen un puesto de hamburguesas en su colonia. “A ella es a la que le digo que nada de operaciones, de ponerse tantito busto nada, yo por tonta, mira, es que una es tonta, en serio, si alguien le hubiera dicho a una que esto pasaba en serio que ninguna nos operaríamos o no sé yo hoy no entiendo por qué queremos tener un cuerpo que nos cueste tanto”, añade.

Estas mujeres coinciden en que la exigencia brutal de alcanzar un ideal de belleza les ha costado muy cara. Las tres pagaron por cuerpos más femeninos, más “aceptables”, más “bellos” y hoy buscan atención médica.

 

kach