El 22 de septiembre, los nombres de Bayron Sánchez Salazar y Jorge Luis Herrera —B-King y DJ Regio Clown— acapararon portadas en México y Colombia. El hallazgo de sus cuerpos en Cocotitlán, Estado de México, encendió la indignación binacional: el presidente Gustavo Petro habló de ellos, Claudia Sheinbaum también. Los reflectores de la prensa iluminaron, por unos días, la violencia que no cesa. Pero más allá de esa coyuntura, cientos de familias colombianas siguen viviendo en la oscuridad del silencio mediático.
En la última década, más de 400 colombianos han sido asesinados de forma violenta en México. Otros 226 han desaparecidos, según cifras oficiales de la Cancillería de Colombia en poder de La Silla Rota. Entre mayo del 2004 y mayo del 2024, hay alrededor de 658 familias colombianas quebradas entre la incertidumbre y el duelo.
Detrás de cada número hay una historia que no llegó a los titulares, una silla vacía en una casa, un duelo que se prolonga en el exilio.
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“Muchos de esos crímenes no están recibiendo la atención debida… Aquí tenemos decenas de crímenes contra colombianos sin esa cobertura mediática y que no dejan de ser igual de trágicos, igual de dolorosos”, advierte Alfredo Molano Jimeno, cónsul de Colombia en México. Sus palabras hacen eco de un reclamo que va más allá de la estadística; el derecho a la memoria y a la justicia para quienes murieron lejos de su tierra.
Historias invisibles
El fenómeno migratorio convierte a los colombianos en un blanco vulnerable. Muchos llegaron a México con la esperanza de un futuro distinto, pero encontraron un país donde la violencia acecha a migrantes y locales por igual. “Lo que es claro es que las desapariciones forzadas en México tienen un patrón delictual marcado. La población migrante es el botín perfecto”, añade Molano. En esa lógica de criminalidad, los extranjeros desaparecidos y asesinados parecen diluirse en una espiral de impunidad.
Mientras las muertes de B-King y DJ Regio Clown hicieron eco en noticieros y redes sociales por el brillo de sus nombres artísticos, los de decenas de colombianos permanecen sepultados en la indiferencia. Historias como la de Ania Margoth Acosta Rengifo, una mujer afrocolombiana cuyo cuerpo fue hallado en una fosa clandestina en Michoacán, apenas ocuparon unas líneas en la prensa local antes de desvanecerse.
Su cuerpo, lejos de ser repatriado como el de los músicos recientemente asesinados, quedó en un nicho prestado por el municipio de Michoacán, lejos de Colombia, como si la tierra no sólo la hubiera cubierto a ella, sino también la memoria de lo que fue.
Las cuatro vulnerabilidades de Ania
Para Juan Carlos Gutiérrez, abogado de Ania y de su familia en México, la joven estaba marcada por una condición de riesgo constante: “ser mujer, ser migrante, ser afrodescendiente y vivir sola”. Esas cuatro características, resume, la hacían especialmente vulnerable en un país donde la violencia se ensaña con quienes encarnan todas esas fronteras.
El 21 de febrero de 2024, la Fiscalía Especializada para la Investigación y Persecución de los Delitos de Desaparición Forzada, informó del hallazgo de once cadáveres en avanzado estado de descomposición en el municipio de Tarímbaro, Michoacán. Allí, entre cuerpos sin nombre y violencia acumulada, estaba Ania. No se sabe aún cómo llegó a esa fosa, pero lo que sí quedó claro, según Gutiérrez, es que su cuerpo “tenía muchas huellas de violencia”.
La mujer alta, de piel negra y 1.77 metros de estatura, actriz y modelo nacida en el Chocó, compartió alguna vez un recuerdo en redes sociales, una fotografía de hace una década donde aparecía con su hijo en un parque de diversiones. La imagen iba acompañada de tres “te amo” escritos en mayúsculas. Pero debajo de esa postal íntima, en los comentarios, se acumularon los mensajes de angustia: conocidos y desconocidos preguntaban por su paradero en México, mientras otros no dudaban en revictimizarla por ser lo que era; mujer, migrante y negra.
Ania Margoth Acosta Rengifo era el hilo que sostenía a su familia en Colombia. Desde el Chocó —ese territorio afrodescendiente y olvidado, el segundo más empobrecido del país— viajaban y regresaban llamadas y fotografías que la mantenían cerca de los suyos. Su madre Elaine, y sus hermanos Della y Jussed, guardaban en sus teléfonos las imágenes de Ania y de su hijo Mateo, como quien sostenía un puente frágil pero necesario para no perderse en la distancia.
Durante los ocho meses en que Ania estuvo desaparecida, su ausencia tuvo un lugar físico: una maleta guardada en la oficina de su abogado, Juan Carlos Gutiérrez, director jurídico de IDHEAS, organización mexicana especializada en litigio estratégico de violaciones graves a derechos humanos. Allí permanecieron sus ropas, fotografías familiares, artículos de aseo y pedazos de vida cotidiana, objetos que hablaban de ella cuando su voz ya no estaba. Una maleta que contenía, además, un sueño migrante roto.
Días antes de desaparecer, Ania había confesado sentirse acosada por un hombre al que describió como un mafioso. La presionaba para pelear con otras personas y exigía tener relaciones sexuales con ella, según publicó IDHEAS en octubre de 2023. Sus advertencias quedaron como testimonio de la violencia que la rodeaba.
Desde la capital mexicana, el abogado colombiano Juan Carlos Gutiérrez suelta una frase dolorosa para los más de 18,000 colombianos y colombianas residentes en México. “Si desaparecemos, ten por seguro que Colombia no nos va buscar”… y quizás México tampoco.
Acurrucada frente a una lápida en Michoacán, Della escribe con un pincel sobre el cemento el nombre de su hermana Ania Margoth Acosta Rengifo. No hay ningún detenido. El silencio y la impunidad parecen ser los únicos testigos de esta tragedia.
Contexto: Los músicos colombianos Bayron Sánchez Salazar (B-King) y Jorge Luis Herrera (DJ Regio Clown) fueron asesinados en Cocotitlán, Estado de México, el 22 de septiembre. Sus cuerpos fueron hallados y reportados por la prensa, generando un fuerte impacto mediático tanto en México como en Colombia. El caso llamó la atención de autoridades y del público por sus nombres artísticos y su visibilidad en la música, lo que impulsó cobertura en noticieros y redes sociales. Sus restos serán repatriados a Colombia esta semana.
Por su parte Ania, una mujer afrocolombiana originaria del Chocó, fue desaparecida en Michoacán en junio del año anterior. Tras ocho meses de búsqueda, su cuerpo fue hallado en una fosa clandestina en Tarímbaro, Michoacán, el 21 de febrero de 2024. A diferencia de los músicos, su caso apenas tuvo cobertura mediática y su cuerpo no fue repatriado a Colombia; quedó en un nicho prestado por el municipio, lejos de su familia.
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