¿Alguna vez has reflexionado sobre por qué prestas atención al contenido, ya sea periodístico o de entretenimiento? ¿Qué te llama la atención? ¿Qué lo desvía? ¿Cuándo te conectas y desconectas del contenido? ¿Y por qué?
Todas estas preguntas están relacionadas con uno de los bienes más preciados de nuestra era: el tiempo. La tecnología puede avanzar sin límites, con inteligencia artificial, 5G, 8k o 1000 megas de internet, pero todo choca con una simple e inmutable realidad de la vida: las 24 horas del día no son elásticas, al menos sin comprometer la salud. Entonces, es mejor que este preciado bien se gaste en algo que tenga sentido en tu vida y la transforme positivamente, así como a la sociedad en general.
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Este tipo de reflexiones se han vuelto cruciales para el modo de vida que tendremos a partir de ahora. No es sólo la separación entre verdad y mentira, realidad y fantasía, lo que definirá el resto de nuestro siglo, sino lo que significan en términos prácticos en nuestras vidas: la elección entre democracias versus autocracias, populismo versus sinceridad, estabilidad versus discordia social.
La prensa no es la solución a todos los dilemas de nuestros tiempos, pero intentamos imaginar un mundo sin ella. ¿Quién depuraría entre hechos y rumores? ¿Cómo se puede confiar en algo o en alguna institución si no existe un certificado de credibilidad que confiera una cobertura periodística seria e independiente? ¿Quién informaría sobre la aparición de una nueva estafa cibernética en la que las personas pierden sus ahorros? ¿Quién investigaría la corrupción y otros delitos cuando las agencias gubernamentales son lentas o negligentes? ¿Quién abordaría los males de las grandes tecnologías y los riesgos que las redes sociales plantean para la estabilidad emocional, política y económica? Finalmente, ¿quién expondría el poder de los corruptos y autócratas y las amenazas a las democracias?
Cómo utilizar adecuadamente el tiempo a la hora de obtener información debería ser una pregunta que nos hagamos constantemente, ya sea para no caer en la trampa de interactuar con plataformas tecnológicas, o para no desperdiciar nuestra curiosidad con montañas de inutilidad e inutilidad.
Los productores de periodismo independiente no están ajenos a los problemas, empezando por la sostenibilidad de la actividad. Con algunas excepciones, la gran mayoría de los vehículos sobrevive con un modelo de negocio que adolece de la asimetría regulatoria de las plataformas tecnológicas. Al basarse en la confianza, ningún vehículo sobrevive renunciando a la ética o haciendo elásticos sus conceptos de veracidad y responsabilidad en la difusión de contenidos, como lo hacen las grandes tecnológicas.
De manera sintética, se puede hacer una analogía entre el fenómeno de las grandes tecnologías y el calentamiento global. En sus modelos de negocio, las grandes plataformas producen como efecto colateral una contaminación social que amenaza la salud mental y la estabilidad del planeta. Por lo tanto, es justo que estas plataformas paguen una tarifa de apoyo al periodismo profesional, lo que limpia gran parte de esta contaminación social. La lógica es simple: quien ensucia el ecosistema debe pagar al menos una parte a quien lo limpia.
Esta podría ser la mayor contribución de las big tech al futuro del planeta: impedir, mediante la financiación de un periodismo diverso, sólido e independiente, que la humanidad siga marchando hacia el abismo, y unirnos tras creencias, charlatanes y estafadores diversos. que supieron aprovechar las lagunas abiertas por el mundo de los algoritmos.