Shane Tamura, un joven de 27 años, irrumpió en un edificio de Midtown Manhattan, en Nueva York con un arma, quitando la vida a cuatro personas antes de dispararse él mismo en el pecho. Tras su suicidio dejó una nota de tres páginas, en la que responsabilizó a la NFL por no informarle de los peligros que conlleva practicar futbol americano y que lo llevó a contraer una enfermedad silenciosa y devastadora.
“Estudien mi cerebro”, escribió Tamura. Esa fue su última petición.
Fue jugador de futbol americano en la preparatoria en California. Nunca llegó a la NFL, pero en su carta responsabilizó directamente a la liga profesional de haberle ocultado los peligros del deporte. Aseguró sufrir encefalopatía traumática crónica (ETC), una enfermedad degenerativa del cerebro causada por golpes repetidos en la cabeza.
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Aunque las autoridades aún no confirman si Tamura padecía esta condición, su historia reabre un viejo y urgente debate: ¿cuánto daño puede causar realmente el fútbol americano?
La ETC: una sombra en el deporte
La encefalopatía traumática crónica, también conocida como demencia pugilística, se origina por impactos repetitivos en el cráneo, ya sea a través de conmociones cerebrales o golpes más sutiles pero constantes. Con el tiempo, esas lesiones minan el funcionamiento del cerebro, matando células y rompiendo los hilos invisibles de la mente.
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Sus síntomas son devastadores: pérdida de memoria, confusión, dolores de cabeza, impulsividad, depresión, ansiedad, pensamientos suicidas. En el interior del cerebro, el rastro más característico de la enfermedad es la acumulación anómala de una proteína llamada tau, diferente a la que se observa en el Alzheimer.
El diagnóstico sólo puede confirmarse de manera definitiva mediante una autopsia cerebral.
Y eso es, precisamente, lo que pidió Tamura con su último aliento: que su cerebro sea estudiado.
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Un patrón dolorosamente familiar
Tamura no fue el primero.
En 2011, Dave Duerson, campeón del Super Bowl con los Chicago Bears, también se disparó en el pecho y dejó una nota: “Por favor, donen mi cerebro a la ciencia”. El examen post mortem reveló un caso severo de ETC que afectaba funciones como el juicio, la inhibición y el control emocional.
Un año después, Junior Seau —ícono de la NFL y miembro del Salón de la Fama— siguió el mismo camino. Se suicidó con un tiro al pecho. Jugó dos décadas en la liga, habló públicamente sobre el costo físico del juego y murió convencido de que algo en su mente ya no funcionaba bien. Su diagnóstico fue el mismo: ETC.
El patrón se repitió en Wyatt Bramwell, un joven de 18 años que nunca llegó al profesionalismo. En 2019, se quitó la vida, dejando instrucciones claras: que su cerebro fuera donado. También fue diagnosticado con ETC.
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El rostro humano detrás de las estadísticas
El caso más mediático fue el de Aaron Hernandez. Exestrella de los New England Patriots, fue condenado por asesinato y se suicidó en prisión a los 27 años. La autopsia reveló el peor caso de ETC jamás registrado en alguien de su edad. Su comportamiento errático, paranoia, agresividad y abuso de sustancias, encontró explicación entre los pliegues de su cerebro dañado.
La lista sigue creciendo:
- Terry Long se suicidó a los 45 años. ETC confirmado.
- Chris Henry, muerto a los 26 en un accidente, también tenía ETC.
- Jovan Belcher, quien asesinó a su pareja y luego se suicidó en 2012, tenía la enfermedad.
- John Grimsley, el primer diagnóstico oficial de ETC en fútbol americano, abrió una puerta a una verdad que muchos no querían ver.
Y aún en vida, jugadores como Warren Sapp tomaron la decisión de donar su cerebro a la ciencia, conscientes del deterioro de su estado mental.
Ciencia, cifras y advertencias
La Universidad de Boston (BU) está al frente de la investigación sobre ETC. Su Centro de Encefalopatía Traumática Crónica (CTE Center) alberga el mayor banco de cerebros del mundo dedicado a lesiones deportivas.
Sus hallazgos son alarmantes:
- En 2017, encontraron ETC en el 99% de los cerebros de exjugadores de la NFL que estudiaron.
- Para 2023, habían diagnosticado ETC en el 91.7% de 376 cerebros de exjugadores.
- En jóvenes menores de 30 años que practicaron deportes de contacto, más del 40% mostraron signos de ETC, incluso si nunca fueron profesionales.
- Cada 2.6 años de práctica de fútbol americano duplican el riesgo de desarrollar la enfermedad.
- La causa más clara: no son las conmociones aisladas, sino la suma de miles de impactos, incluso los que no provocan síntomas inmediatos.
La Dra. Ann McKee, directora del centro, es una de las voces más firmes en advertir sobre los peligros del fútbol, sobre todo en niños y adolescentes.
Más allá de la ciencia: miedo, percepción y suicidio
El vínculo entre ETC y comportamientos suicidas no es sencillo de detectar. Muchos pacientes con ETC no son violentos ni piensan en quitarse la vida. Y, paradójicamente, algunos estudios sugieren que los exjugadores de la NFL tienen una tasa de suicidio igual o incluso inferior a la del resto de la población masculina.
Entonces, ¿por qué la percepción pública parece decir lo contrario?
Un estudio de Harvard en 2024 ofrece una pista. Se encontró que un tercio de los exjugadores creen tener ETC, y esa sola creencia aumenta su riesgo de suicidio. La percepción de estar condenado por una enfermedad incurable puede ser tan devastadora como la enfermedad misma.
La NFL: negación, presión y cambio
Durante años, la NFL negó cualquier relación entre su deporte estrella y la ETC. Intentaron desacreditar al Dr. Bennet Omalu, el primer médico en identificar la enfermedad en un exjugador, y minimizaron los riesgos de las conmociones cerebrales. Pero la presión de la ciencia, los medios y las demandas legales fue demasiado fuerte.
La liga ha tenido que pagar más de mil millones de dólares en compensaciones a exjugadores. Ha modificado reglas para reducir impactos, mejorado protocolos médicos y promovido campañas de salud mental. Jugadores como A.J. Brown y Bryce Young han hablado abiertamente de su lucha contra la depresión y la ansiedad.
Aun así, muchos expertos, como la Dra. McKee, consideran que estas medidas son insuficientes, especialmente en categorías juveniles. La Fundación Legado de la Conmoción Cerebral incluso recomienda que los niños no jueguen fútbol americano antes de los 14 años.
El legado de Shane Tamura
Shane Tamura no fue una estrella de la NFL. No acumuló trofeos ni contratos millonarios. Fue un joven más que jugó al fútbol en su adolescencia y, según sus propias palabras, cargó con las secuelas invisibles de ese deporte durante años.
Su historia, sumada a las que le preceden, recalca que los daños del fútbol americano no siempre se ven en el campo, pero pueden perdurar mucho después del silbato final.
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¿Por qué es relevante el tema?
El caso de Shane Tamura es importante porque pone rostro humano a una crisis silenciosa que afecta a cientos de atletas: los efectos neurológicos del fútbol americano.
Aunque nunca llegó a la NFL, su final violento y su petición para que estudien su cerebro, reabre el debate sobre la encefalopatía traumática crónica (ETC), una enfermedad vinculada a los impactos repetidos en la cabeza.
Su historia refleja un patrón inquietante entre exjugadores que terminan en suicidio, y plantea preguntas urgentes sobre la responsabilidad de las ligas deportivas, la falta de protección en niveles amateurs y la necesidad de más investigación, prevención y apoyo en salud mental.
En un deporte que idolatra la resistencia física, el caso de Tamura recuerda que el verdadero riesgo puede estar en lo que no se ve: el daño interno y acumulativo que puede cambiar una vida desde adentro.
VGB
