Para Bailey Miller, de Canadá, el baile no fue solo un pasatiempo. Desde los tres años y medio se convirtió en su forma de expresión y, con el tiempo, en la fuente de energía que guiaría su recuperación ante uno de los mayores desafíos de su vida.
La Fundación del Tumor Cerebral de Canadá compartió su historia, que comenzó con una primera convulsión cuando tenía dos años. Los médicos diagnosticaron epilepsia y su familia trató de controlar las crisis con diferentes medicamentos. Las resonancias magnéticas mostraban una lesión pequeña en el cerebro, pero los doctores no consideraron necesario intervenir.
Durante varios años, los episodios disminuyeron y la condición pareció estable. Sin embargo, para el verano de 2024 la lesión aumentó de tamaño. Bailey perdió peso rápidamente y los estudios posteriores indicaron un crecimiento significativo del tumor. El seguimiento médico se volvió más frecuente.
Te podría interesar
Una crisis inesperada
Después de la Navidad de 2024, Bailey empezó a sentirse débil y con náuseas. Tenía dificultad para caminar, pero insistió en asistir a su clase de baile. Su madre, Lyndsey MacBride, recordó que su hija bajó las escaleras con esfuerzo, decidida a no faltar al estudio.
Tras el calentamiento, Bailey comenzó a marearse y regresó a casa. Los vómitos se volvieron incontrolables, por lo que fue trasladada al Hospital Infantil de Winnipeg. Una tomografía reveló una hemorragia severa. “No sabía que un tumor cerebral podía sangrar”, contó su madre. Esa noche, los médicos prepararon una cirugía de emergencia.
Te podría interesar
Durante el procedimiento se instaló un drenaje ventricular externo para aliviar la presión. Bailey pasó varios días sedada e intubada. Los especialistas temían que quedara con daño cerebral que afectara su movilidad, visión o lenguaje. La biopsia confirmó un astrocitoma pilocítico de grado bajo, con una mutación asociada a hemorragias espontáneas.
La vuelta al estudio
Contra todo pronóstico, Bailey despertó sin secuelas graves. Su deseo de regresar al baile fue inmediato. “Solo quería volver a moverme”, dijo. Una semana después de recibir el alta médica volvió al estudio, primero para mirar, luego para seguir los pasos con lentitud.
Su profesora le advirtió que, si deseaba competir, debía bailar con toda su energía. Bailey aceptó el reto. “Me dije que no iba a rendirme”, relató. Con descansos frecuentes y esfuerzo constante, volvió a participar en todas sus rutinas competitivas.
La recuperación no se limitó al baile. Aunque perdió un mes de clases por la hospitalización, terminó el año escolar en el cuadro de honor. La constancia que mostraba en el estudio se trasladó también a la escuela.
TAMBIÉN LEE: “Mi vida no es el cáncer”: Maru enfrenta por segunda vez un tumor, 20 años después
TAMBIÉN LEE: El cerebro que se niega a envejecer: la ciencia descifra la fórmula de los “Superancianos”
Más allá del diagnóstico
El compromiso de Bailey alcanzó a su comunidad. En 2025 se unió por primera vez a la Caminata del Tumor Cerebral en Winnipeg y se convirtió en la mayor recaudadora individual de fondos en Canadá, con más de 23,000 dólares. “Sentí que todos entendían por lo que había pasado”, expresó.
Hoy continúa con controles médicos cada tres meses y enfrenta dolores de cabeza ocasionales. Aun así, mantiene su rutina de baile y planea estudiar enfermería pediátrica. “Quiero ayudar a los niños como me ayudaron a mí”, afirmó.
Su historia muestra cómo la disciplina y la pasión pueden transformar la adversidad. En su caso, el baile no solo marcó el ritmo de su recuperación, también le dio el valor para mirar al futuro con determinación.
VGB
