“La economía rusa es vulnerable. El 80?% de las exportaciones rusas son de petróleo, gas y minerales. La gente dice: bueno, los europeos se quedarán sin energía, bien, los rusos se quedarán sin dinero antes de que los europeos se queden sin energía. Yo comprendo que resulte incómodo influir de este modo en los lazos comerciales, pero es uno de los pocos instrumentos que tenemos a largo plazo. Lo único que queremos es cambiar la estructura de dependencia energética, de que se utilice más la plataforma energética norteamericana, de la tremenda abundancia de petróleo y gas que estamos encontrando en Norteamérica. Queremos tener oleoductos que no pasen por Ucrania o Rusia. Llevamos años intentando que los europeos se interesen por otras rutas de oleoductos y gasoductos. Es hora de hacerlo. Y gran parte de esto es actuar, actuar lo más rápido posible…”.
Siempre son necesarios los archivos. Suelen proporcionar revelaciones y asisten como nadie a la hora de tener que explicar o, bien, advertir, de que se corren riesgos de transitar el camino del fracaso. Esas declaraciones no pertenecen a ningún presidente ejecutivo o director comercial de la ExxonMobil o de Chebrón. La que hablaba, allá por el 2014, a pocos meses de que se desatará la guerra por el Dombás entre Rusia y Ucrania, no era otra que Condoleezza Rice, la ex secretaria de Estado de George Bush (2001-2009), quien en una entrevista desgranó la posición de su gobierno en materia energética y, más faltaba, en aquel conflicto, germen o aperitivo de esta guerra que lleva más de un año y de la que no se avizora final a la vista.
Solo un fragmento de aquella entrevista alcanza para corroborar que se actuó, bastante “rápido” (según los cánones de Rice) si tomamos en cuenta el estado actual de ese conflicto bélico y los trastornos energéticos y económicos que le ha provocado a Europa y, por qué no, al resto del mundo. Las palabras de la férrea ex secretaria de Estado circulan por TikTok (precisamente la red de origen chino), justo por estos días en que el líder chino, Xi Jinping, recibe a su par brasileño, Luiz Inácio Lula Da Silva, que lleva bajo el brazo su proyecto de formar un club de países para alcanzar la paz entre Rusia y Ucrania y, de paso, reforzar el acuerdo comercial con su principal socio (China), actualizarlo para que esté más acorde a estos tiempos de transformación de las influencias globales.
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No en vano, Lula comenzó su visita a China en la ciudad de Shanghái, para acompañar la posesión como presidenta del Nuevo Banco de Desarrollo (NBD, el banco de los BRICS), de su aliada y amiga, Dilma Rousseff, quien en el 2011, lo había reemplazado en la presidencia brasileña, abogando por romper la hegemonía de la utilización del dólar en el comercio global.
Tanto aquellas declaraciones de Rice hace nueve años, como la de Lula, ahora nos brindan la pauta de que estamos bastante lejos de pacificar a rusos y ucranianos. Los intereses de Estados Unidos y los de Rusia (con el apoyo tras bambalinas de su aliado, China), se seguirán debatiendo entre cañonazos y ataques con misiles. Las expresiones del presidente brasileño, que viene de atravesar la marca de los primeros 100 días en el gobierno, no son, lo que se dicen, las más felices para alguien que quiera mediar en un conflicto con distintas aristas.
Por un lado, la cuestión energética, como ya lo confesó Rice, por el otro el enclave prorruso en el Dombás, que en su momento fue la excusa perfecta para darle lugar a las armas y, aquello que más irritaba a Vladímir Putin, la siempre latente expansión de la OTAN (Alianza Atlántica).
Nadie puede negar la sinceridad de Rice en sus declaraciones, las de entonces y las de los últimos meses, cuando repite que la estrategia de Putin es debilitar a occidente. Tampoco se puede desconocer el juego de Lula, en el escenario internacional, a donde regresa llamando la atención por sus posturas y declaraciones, luego de 14 semanas de una gestión gubernamental, más abocada a frenar intentos de golpe, sabotajes y a recomponer la calidad institucional (afectada por cuatro años de bolsonarismo) que a poner la economía del gigante sudamericano a funcionar nuevamente.
Logró reinstalar los planes sociales de la era del Partido de los Trabajadores (PT 2003-20016), en el gobierno y ahora prepara una serie de medidas para paliar el desfase económico que en los últimos años sufrieron los sectores medios de la población. Eso, recién a su regreso de China, donde intenta reinstalar a su país en el escenario internacional.
Una oportunidad inmejorable para un político que es consciente de las dificultades que tendrá por delante para gobernar en su país. La debilidad política en el Congreso y la heterogeneidad de los que respaldan su tercer acto presidencial, lo obligan a denodado esfuerzo de pragmatismo. En cambio, hacia afuera, en lo que respecta a las relaciones internacionales, tiene la posibilidad de ser el Lula de siempre para conservar a su tropa progresista, tranquila y con la lealtad indestructible.
De lo contrario, no hubiera anunciado el regreso de Brasil a la Unasur, una organización tan vacua como estéril a la hora de resolver algún conflicto regional, o ahora parándose frente al dólar o cuestionando tanto a Zelenski por haber desoído las advertencias de Moscú y seguir adelante con su intento de acoplarse a la OTAN y a la Unión Europea.
Más allá de sus intenciones, la atracción que genera esta visita de Lula a la capital china no sería tal, si días antes no hubiese estado en el mismo rol el francés, Emmanuel Macron. A su paso, el presidente francés provocó cierta tirria, tanto en Washington como en algunas capitales europeas.
Levantó bastante polvareda discursiva su postura de que Europa mantenga “una autonomía estratégica” y aquello de que “ser aliado no significa ser un vasallo”, en referencia a Estados Unidos. Y todo esto mientras, fronteras adentro, Francia parece haberse convertido en una especie de parque de atracciones para la violencia callejera, a instancias de las políticas presidenciales.
Visitas de Estado, estas, que hasta aquí ponen de manifiesto el “increcendo” de la influencia china en medio de la puja comercial que viene lidiando con Estados Unidos. Paradójicamente, fue la petrolera francesa Total, la que acaba de cerrar un contrato con su par china CNOOC, en yuanes, y es Brasil el que celebró el hecho de llegar a un acuerdo para someter todas las transacciones bilaterales en esa moneda.
Más allá de las escenas de acercamiento a China, nada puede hacer que Francia, y en particular bajo el gobierno de Macron, vaya a sacar los pies del plato o maneje posturas disímiles a los del resto de sus socios europeos. Mucho menos que Lula vaya a tomar distancia de Estados Unidos, principalmente, durante la administración Biden. Por ahora todo obedece a la necesidad de estar bien parados ante un realineamiento hegemónico, que está en curso desde hace varios años y que se viene manifestando en diferentes situaciones y a través de distintos actores.
Sin ir más lejos esta semana, la número uno del Fondo Monetario Internacional (FMI) Kristalina Georgieva, alertó sobre el efecto directo en la cadena de suministros para los países más pobres que puede acarrear la guerra en Ucrania. Aseguró que se podría caer “en otra guerra fría”, lo que a su entender “sería catastrófico”, si no se aseguran los productos necesarios para la subsistencia.
Conjeturas de toda índole que se van haciendo, mientras el reacomodamiento global sigue su propia dinámica.
Como en el caso del testimonio de Condoleezza, que vino a echarnos un poco de luz al porqué de la guerra en Ucrania, habrá que seguir revolviendo y refrescando archivos para detectar hacia dónde va el mundo o, al menos, dónde nos dejará ubicados la nueva realidad geopolítica.