Las calles que rodean el Zócalo de la Ciudad de México amanecieron este martes 16 de septiembre llenas de uniformes impecables, abrazos y lágrimas de orgullo.
Padres y madres de todos los rincones del país, que viajaron durante horas a la capital, protagonizaron escenas conmovedoras con sus hijos militares antes del inicio del Desfile Cívico–Militar.
“Llegamos desde el domingo porque es un orgullo, una satisfacción enorme poder estar aquí”, dice Berenice Contreras, madre de Adison Yamil, cadete originario de Pánuco, Veracruz.
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A su lado, el cadete de la Fuerza Aérea acaricia el plumaje de “Cabecita”, un halcón de Harris de ocho años que lo acompañará durante el Desfile. “Lo hemos visto crecer y ahora verlo aquí, representando a la Fuerza Aérea, es indescriptible”, dice su padre.
La escena se repite en casi todas las calles del primer cuadro del Centro Histórico. Sonia Hernández y Daniel Ochoa Carrasco viajaron toda la noche desde Oaxaca para acompañar a su hija Alicia, alumna de la Escuela Militar de Ingeniería.
Salieron a las 10 de la noche del lunes y a las cuatro y media de la mañana ya estaban en el Monumento a la Revolución. “Estamos orgullosos de ella, de lo que ha conseguido como mujer en una escuela tan exigente. Siempre tuvo ese don, ese deseo de ser militar”, cuenta Sonia mientras la toma del brazo y la acerca para regalarle un abrazo.
En otra banqueta, Ignacio Morales y Julieta aguardan sonrientes a Guadalupe, su hija recién incorporada al Ejército. Viajaron desde Zamora, Michoacán. “Estamos orgullosos de ella”, resume el padre.
Llegaron a la capital desde las 11 de la noche para alcanzar un lugar y no perderse ni un segundo del paso de la joven marchando alrededor del Zócalo de la Ciudad de México, junto a los 16 mil elementos del Ejército, Fuerza Aérea y Guardia Nacional que participan en esta edición del Desfile.
“Tómame una foto”
Carlos Almedo Hernández, de Papantla, Veracruz, salió de casa a la una de la madrugada. A las seis ya estaba en la capital para abrazar a su hijo, Carlos Manuel Almedo Pateño, ascendido recientemente a teniente.
Mientras le acomodaba su gorra, pedía a la gente que pasaba que le tomara una foto junto a su hijo, con quien posaba orgulloso.
“Me da mucho gusto porque acaba de ascender. Es fruto de su constancia y esfuerzo. Estoy feliz”, dice el padre, mientras su hijo responde con la voz entrecortada: “Es de las pocas veces que ha venido, me motiva mucho que esté aquí”.
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En las calles aledañas al Zócalo no hubo diferencias entre grados militares. Cada cadete, cada teniente, cada soldado era un hijo o hija que, aunque imponentes en sus uniformes, se mostraban indefensos ante sus padres.
“Es un gozo enorme, para él, para nosotros y para la nación”, insiste la señora Berenice.
lrc
