Cada fin de semana, cientos de adolescentes se congregan en bodegas, salones y casas rentadas por AirBnB (sin el conocimiento de los dueños) en las pueden consumir casi cualquier sustancia, sin vigilancia y sin seguridad. Todo con plena conciencia de quienes las organizan.
Este negocio, que opera principalmente los fines de semana y en fechas como Día de Muertos y San Valentín, atrae a cientos de jóvenes. Los organizadores, a menudo estudiantes universitarios o de preparatoria, no sólo gestionan el acceso, sino también la venta clandestina de alcohol, frecuentemente adulterado y de drogas, generando ganancias que se cuentan por miles de pesos en una sola noche.
La maquinaria detrás de las fiestas clandestinas
Esteban, de 19 años, cuenta a La Silla Rota cómo se organizan estas fiestas en la Ciudad de México. Desde los 16 años, forma parte de un grupo de jóvenes, algunos mayores de edad, que operan como una empresa informal. Unos hacen las invitaciones, otros controlan las entradas, uno más contrata a DJs o raperos y otros se encargan del alcohol.
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La clave de su éxito, dice, radica en la promoción. Empieza en las escuelas, en las que los organizadores contactan a estudiantes o "personas que vean que tienen círculos de amigos o que mueven gente". A estos promotores, conocidos como "RPs" (Relacionistas Públicos), se les ofrece una tarifa y una comisión por cada entrada vendida.
La publicidad se realiza a través de volantes (flyers) atractivos, diseñados a veces con inteligencia artificial, que se distribuyen en redes sociales o se colocan discretamente en entradas de preparatorias y universidades. "Por lo general suelen hacerse por grupos de Telegram o de Whatsapp. Te metes al chat y ahí está toda la información", detalla Esteban.
La selección de los promotores es estratégica. Buscan gente “atractiva o muy sociable” o ambas, pues "mientras más gente, pues es mejor".
El precio de la entrada es calculado meticulosamente, dividiendo el costo del lugar entre la cantidad estimada de asistentes. Las preventas, más baratas, son un gancho para asegurar la afluencia y facilitar el acceso directo. Los costos varían desde los 100 o 150 pesos para estudiantes de preparatoria y secundaria, hasta los 400 o 500 pesos para eventos en salones más grandes.
"La gente lo paga porque pues obviamente la gente empieza a tener un prestigio, o sea tu marca como tal pues si conoce una fiesta y la anterior vez estuvo chida pues piensan que la siguiente va a estar igual de chingona", argumenta Esteban, revelando la lógica de construir una "marca" clandestina en este submundo.
Alcohol adulterado y drogas
Lo que se consume en estas fiestas también es un negocio. Esteban confiesa que la mayoría de las veces el alcohol que se vende está adulterado.
Pero el alcohol es solo la punta del iceberg. Esteban revela que en las mesas de las fiestas no solo venden bebidas. "También hay mesas donde venden vapes o otro tipo de cosas, wax y también hay gente que luego llega a colar drogas más pesadas como perico o cristal".
El acceso a estas sustancias es sorprendentemente fácil, ya sea preguntando a alguien conocido o simplemente acercándose a quienes las venden. Todo esto en presencia de menores de edad pues la mayoría "son estudiantes y no tienen INE”.
La operación de estas fiestas no solo se basa en la logística y el consumo clandestino, sino también en un “entendimiento” con la autoridad.
Esteban lo admite sin titubeos. "Honestamente estamos en México, aquí con que le des una mordida al oficial, pues ya con eso".
¿Qué dice la ley?
En la Ciudad de México, este tipo de fiestas no están tipificadas como delito en sí mismas, pero violan varias disposiciones legales y administrativas, dependiendo de factores como la venta de alcohol sin licencia, la falta de permisos de operación, la presencia de menores, la contaminación auditiva, entre otros.
Estas operaciones suelen contravenir la Ley de Establecimientos Mercantiles de la Ciudad de México, que exige licencias y permisos específicos para la venta y consumo de alcohol, así como para la realización de espectáculos públicos.
Además, la Ley de Cultura Cívica de la Ciudad de México sanciona el exceso de ruido, el consumo de alcohol en vía pública o la perturbación de la paz de los vecinos. La presencia de menores de edad consumiendo alcohol y drogas expone a los organizadores a faltas administrativas y, dependiendo de la gravedad y la recurrencia, incluso a la intervención de las autoridades ministeriales por delitos relacionados con la salud pública o la corrupción de menores.
El Instituto de Verificación Administrativa (INVEA) y las alcaldías son las principales autoridades encargadas de la supervisión y clausura de estas fiestas irregulares.
La batalla vs. las fiestas clandestinas
No hay un registro oficial sobre cuántas fiestas clandestinas se realizan en la Ciudad de México. Sin embargo, mientras Esteban habla de cientos de fiestas al año y eventos que atraen a cientos de jóvenes cada fin de semana, los reportes de las alcaldías muestran cifras mucho menores.
En la alcaldía Coyoacán, por ejemplo, la autoridad ha intervenido en 28 fiestas clandestinas durante los últimos tres años.
La alcaldía confirmó a La Silla Rota que estos eventos se organizan “de voz en voz, a través de redes sociales o cerca de centros educativos” y que los operativos que han realizado, a cargo del INVEA y la propia alcaldía, responden al llamado de vecinos o por denuncias anónimas.
“Se ha notado la presencia de menores de edad y también la venta de bebidas alcohólicas sin autorización”, explican.
Asimismo, señalan que han ubicado un patrón de ubicación de estas fiestas. Siempre cerca de Ciudad Universitaria o de las preparatorias de la demarcación. Algunas fiestas han sido desmanteladas en la colonia Cantil del Pedregal, Copilco y en el Barrio de la Concepción.
¿Por qué es importante este tema?
Contexto: el problema se replica en otras demarcaciones. Recientemente, en mayo de 2025, la alcaldía Cuauhtémoc desalojó una fiesta con más de 800 menores en la colonia Guerrero, donde las condiciones de riesgo eran extremas. Alcohol sin regulación y hasta ataúdes como hieleras. Cinco jóvenes resultaron intoxicados en un evento que, según la alcaldesa Alessandra Rojo de la Vega, pudo haber terminado en tragedia al operar sin permisos.
De acuerdo con la alcaldía, de octubre de 2024 a mayo de 2025, se han clausurado tres fiestas ilegales, una en el Centro Histórico, otra en la colonia Tránsito y la última en la colonia Guerrero.
"Eran tremendas broncas, peleas, venta de droga"
Mientras los organizadores celebran sus ganancias y las autoridades luchan por contener el problema, las comunidades que sufren estas fiestas viven una pesadilla.
Alejandro Oviedo, exmiembro del Comité Ciudadano de la colonia Nápoles y administrador de la cuenta Seguridad Nápoles en X, lo sabe bien. Aunque en su colonia la situación actual es más controlada, recuerda con pesar un caso emblemático: una bodega en la calle Texas 109, identificada como Warlock Fighters / St. Rufus, que se convirtió en el epicentro de un caos nocturno.
"Llegaban fácilmente 200, 300 muchachos", narra Oviedo. "Era terrible, pero terrible. Las quejas de los vecinos eran muy fuertes", dice en entrevista. "Ellos no vendían alcohol, así evadían a las autoridades, su gancho era dejarlos entrar con el alcohol en la mano".
El verdadero negocio, confirma el líder vecinal, era la venta de droga: "Sobre todo, al final iba dirigido a vender droga".
