Donde había bancas para que se sentaran los feligreses de la Iglesia se instalaron literas, lo que era un patio se adaptó como comedor y con un trabajo que incluye voluntarios, instancias de Gobierno y al personal de la Iglesia, se convirtió a la Parroquia de la Soledad, en el barrio de La Merced, en un refugio temporal para migrantes.
“Todo comenzó porque empezó a llegar un migrante, luego otro migrante, y el padre Benito ya trabajaba con chicos en situación de calle, empezaron tocar la puerta y se juntaron 12 chicos y el padre los recibió”, explica la coordinadora de la parroquia, Claudia Torres Cervantes.
La cantidad de migrantes que llegaban a las inmediaciones de la Plaza de la Soledad, por su cercanía con la terminal de varias rutas de autobuses que viajan de Chiapas y Oaxaca a la Ciudad de México, provocó que la Iglesia de la Soledad se volviera el punto donde podían pasar la noche y recibir tres comidas calientes.
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En un principio se habilitó una habitación en la parte trasera de la parroquia para que las personas que llegaban a pedir auxilio pasaran la noche, pero con el tiempo se debieron tomar mayores medidas ante el aumento del flujo de viajantes.
Fue el fenómeno de las caravanas migrantes que llegaban a la Plaza de la Soledad, lo que movió definitivamente a que se adaptara gran parte de la iglesia como albergue.
“Así fue como el padre comenzó a tocar puertas por aquí por allá, se abren unas se cierran otras, lo apoyan con cobijas, por otro lado con alimentos, también personal de Salud se nos acercó”, recuerda la coordinadora.
Por las mañanas las decenas de personas migrantes que habitan el albergue salen a las calles, algunos a trabajar o conseguir algo de dinero, otros juegan fútbol en la plaza. Y como en la iglesia se les dan tres comidas al día, muchos vuelven por los alimentos; sin embargo es por la noche cuando la mayoría vuelven a cenar y pernoctar.
Uno de los extranjeros que van de paso a Estados Unidos es Jandry, un joven ecuatoriano que abandonó su país más por el desamor que por la falta de oportunidades.
La hermana de Jandry estuvo en el albergue de la Iglesia de la Soledad y finalmente pudo llegar a los Estados Unidos, desde donde invitó a él a que la alcanzara.
“Llegué aquí porque mi hermana me dijo que aquí la trataron muy bien y como la conocían aquí me estoy quedando”, dice el joven ecuatoriano de 24 años, que realiza varias tareas en el refugio temporal.
Una vez que Jandry obtenga su permiso para transitar por el país, continuará su viaje a los Estados Unidos, donde una vez establecido, planea pedirle a la madre de su hijo que lo alcance.
Refugio se enfrenta a rechazo de vecinos
A pesar del apoyo que la gente de la Iglesia de la Soledad ha recibido tanto del sector privado como público, algunos vecinos se han quejado de que se reciba a los viajeros.
“Vecinos se han quejado, la gente, pero el padre Benito en cada misa nos hace ver las cosas de tal manera que nos hace reflexionar, no hace ver porque ayudar al prójimo, no por compromiso o ganarnos el cielo, porque de verdad lo necesitan, tienes que tender la mano a alguien, porque todos necesitamos de todos. Si ha habido que viene a decirnos que viene a quitarnos el trabajo o para invadir nuestro territorio, pero la mayoría viene huyendo.”, dice Claudia.
A la hora de la comida, todos los refugiados ayudan, algunos a servir, otros a limpiar, voluntarios lavan los trastes y todos comen luego de hacer una oración que cierra con un “que Dios bendiga lo que cae en la barriga”.
La demanda de un espacio para dormir ha sido tal, que las misas se ofrecen usando solo la mitad del espacio de la parroquia, ya que el otro 50 por ciento, es ahora un dormitorio delimitado por un muro de plástico blanco.
Ha sido tal el agradecimiento y reconocimiento de la ayuda en La Soledad que se va pasando la voz entre migrantes y hay quienes llegan preguntado por el padre Benito o por Claudia.
La gente de La Soledad ayuda porque el padre así lo ha inculcado, ellos lo resumen con la frase “seamos Cristo ayudando a otros Cristos”.
MRV