Israel Stalin tiene 18 años. Es ecuatoriano y vio que la llegada de las pandillas a la costa de Machala, en su país, acabó con los empleos. Por ello salió de Ecuador en busca de mejores oportunidades y ahora quiere quedarse en México. Así lo comparte el propio migrante, entrevistado en el albergue de Tláhuac, instalado por el gobierno capitalino.
No es el único migrante que pernocta ahí. Hay paisanos suyos, haitianos, cubanos y de otras nacionalidades que sueñan con acabar su travesía migrante en México y quedarse en nuestro país a trabajar.
Dos de ellos, que son un matrimonio, Yuniel y Yudaisy, quienes decidieron dejar Cuba porque el dinero que ahí ganaban ya no alcanza para nada. Afirman que bajo el régimen de Miguel Díaz Canel la situación ya es insostenible en materia económica. Debieron vender su casa, salir rumbo a Nicaragua aprovechando el visado libre y de ahí venir a México para buscar un futuro más próspero. Yudaisy espera que en cuanto les vaya bien en México, pueda ir por sus hijos de 10 y 14 años.
Te podría interesar
Otro caso es el de Maxo, haitiano de nacimiento. En su esforzado español, dice que salió de su país porque no había gobernabilidad ni presidente y sí mucha inseguridad. A él le agrada la posibilidad de quedarse en México e incluso en cuanto tiene la oportunidad o algún ofrecimiento, acepta trabajar para obtener algunos pesos que le permitan comprarse cosas.
Israel Stalin, Yudaisy, Yuniel y Maxo forman parte de las alrededor de 300 personas migrantes que han llegado al albergue instalado en el terreno conocido como la Mini Marquesa, al lado del Bosque de Tláhuac, y donde personal de la Secretaría de Bienestar Social capitalina los ha acomodado en dormitorios que están en una especie de salones, donde descansan en colchonetas.
La dependencia también ha repartido unas 60 tiendas de campaña protegidas por una enorme carpa amarilla, y adapta 20 remolques para que ahí se queden más personas, ya que se espera que lleguen más migrantes, que podrían ser hasta mil 500.
"Las pandillas acabaron con el trabajo"
Israel Stalin tiene 18 años, es de la Costa de Machala, en Ecuador, y como miles de migrantes de distintos países, debió salir de su nación porque las pandillas del crimen organizado acabaron con las fuentes de trabajo.
“Llegaron a mi país y todos empezaron a subir el precio de las cosas, empezaron a robar, a matar y entonces empezamos a correr riesgos, o sea, las empresas y todos nosotros ya no hubo más trabajo, entonces yo decidí buscar una manera de salir adelante, porque a mí no me gusta estar en los malos pasos. Decidí yo mismo a salir de mi país”, dice este joven delgado y de barba rala, entrevistado a unos pasos de un enorme centro de conexión a celulares.
Israel Stalin dejó a su familia completa: su mamá y sus hermanos. Se le pregunta si el viaje fue duro.
“Sí fue duro, pero a veces digo que tal vez no valía la pena, tal vez sí, pero ya estoy aquí”.
Comparte que sí ha sufrido xenofobia, que no falta quien le ha preguntado en los países que ha estado, que a qué vino o por qué mejor no se quedó en su país.
“Pues yo le digo tal vez tú te sientes bien aquí, pero algún día les digo ojalá que no pasen por esta situación, porque la pena es dura, no es nada fácil”, dice, sin inmutarse por el calor que a esa hora hace en el patio del albergue, sin ningún árbol cerca.
Reconoce que su meta era llegar a Estados Unidos, pero después de que pasó esto de que hay que usar una aplicación y el turno de espera ante las autoridades migratorias estadounidenses es larguísimo, planea quedarse en México.
“Me gustaría quedarme aquí porque sí, hay buenas oportunidades aquí en México, hay buenos empleos”, considera.
A Ismael Stalin sí le tocó dormir en la calle en México y ahí “gente buena” le dijo que acudiera al albergue y que le podían dar ayuda y podía ver lo de su residencia.
Ya en el albergue de Tláhuac se encontró a otros ecuatorianos que buscan hacer cita con la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados, que solo atiende los casos de personas que huyen de su país por motivos de persecución. En los casos que no entran en esta categoría, los canaliza con el Instituto Nacional de Migración, entidad que también es la que da los documentos migratorios a quienes se considera refugiados de otros países.
“Estamos aquí bien, la verdad, si nos han atendido bien, nos ha ido bien, pero la cosa es que ahorita no tenemos dinero. Estamos tratando que nos ayuden y todo eso hasta encontrar la forma de que ya que nos compongamos bien con los papeles, ya también tienes la oportunidad de tener trabajo o hacer algún trabajo o algo así. Bueno aquí la mayoría nos piden papeles, entonces se nos hace difícil”.
Dice que además de paisanos suyos ha visto gente de Haití, Cuba, Venezuela, Perú, Chile y hasta Argentina y Colombia.
-Cuéntanos qué es lo más duro de ser migrante.
-Se siente uno solo, la soledad a veces mata, otra vez la familia te llama, pues la extraño, te ponen a llorar.
Dice que lo único que no le gusta es la comida, porque le ha hecho daño. La comida es hecha por los comedores comunitarios de la Secretaría de Bienestar Social.
Me salí del país porque no hay presidente
Maxo es un haitiano de 33 años. Es alto, delgado y de mirada dura pero que a diferencia de otros paisanos suyos, accede a ser entrevistado. Parece apurado. Aunque apenas llegó al albergue el 26 de mayo, es muy solicitado porque es un traductor entre sus compatriotas migrantes que sólo hablan creole y las autoridades mexicanas que hablan español.
Se le pregunta por qué se salió de Haití.
“Me salí de mi país porque no tiene presidente, no tiene seguridad y por eso el dinero falta”, explica Maxo.
Buscar mejores oportunidades en otros países para él no es nuevo. Desde 2010 ha salido de Haití aunque también ha regresado. Antes de llegar a México ha estado en Brasil y en Chile. Hace tres años no regresa a su patria.
“Mi intención es quedarme en México, buscar un trabajo y al trabajar mejorar mi vida y si puedo también traer a mi familia, junto conmigo aquí en México porque me gusta aquí.
Para trabajar en forma requiere un permiso, que debe tramitar ante el Instituto Nacional de Migración.
Se le pregunta cuál es la ventaja de estar en el albergue. Sin dudarlo responde que es la de no dormir en la calle. Encuentra más seguridad. También hay baños. Lo que no le gusta son los alimentos.
“Porque usted lo sabe, cada uno en su país tiene una costumbre de alimento. Eso es lo que extraño, esos alimentos”.
Decidí salir por la economía
Yuniel es un hombre cubano que el 30 de mayo acababa de llegar al albergue. Iba y venía preguntando sobre los servicios del albergue e instalando la casa de campaña en que él y su esposa se iban a quedar.
De manera amable, accedió a contestar algunas preguntas sobre las causas de su éxodo a México, donde planea quedarse.
“Soy cubano y decidí salir por la economía que ahora mismo hay. No tenemos nada, hay falta de recursos, de todo. No tenemos medicinas y sabemos desgraciadamente que tenemos que dar a la familia, que uno quiere tratar de salir adelante por ellos”.
Se le pregunta cómo logró salir de la isla, ya que se sabe es complicado ir de viaje a otro país. Responde que en realidad salió sin contratiempos, ya que él y su esposa viajaron a Nicaragua que es de libre visado.
“Salí a Nicaragua en avión normal y ahí fui pidiendo permiso y llegando hasta acá y acá quiero quedarme. No quiero seguir a Estados Unidos, quiero tener mi residencia, estar legal, poder trabajar y tener todo bien. Pero sí quiero regresar por mi familia, ir a verlos, llevarles lo que necesiten”, expresa.
Respecto a los contratiempos que tuvo en el viaje, menciona que sufrieron abusos de policías en Honduras y Guatemala, a los que no les importa que los migrantes tengan permisos para transitar, de todos modos les quitan dinero.
El 5 de mayo fue cuando Yuniel y su esposa llegaron a México y aquí no sufrió abusos de ese tipo, afirma.
En México ha hecho algunas chambitas, distintas a lo que se dedicaba en Cuba, que era en labores de seguridad. Dice que aunque son pequeños trabajos, le ha servido para tener dinero.
“Veo que con lo que trabajo me puedo comprar la comida, me da para , cosa que allá no, Cuba sí está muy apretado”.
El 30 de mayo llegó por la mañana a la Ciudad de México, fue a la Comar para ver si reunía los requisitos de refugiado, le dijeron que ya no había turnos pero que en el albergue iban a dar algunos, y fue cuando se dirigió a Tláhuac.
“No quiero estar escondiéndome de la migra ni de nada y sí tengo miedo de regresar a Cuba porque ya no tengo nada, vendí mi casa, vendí todo para poder hacerme este viaje”.
Aprovecha para agradecer a las autoridades lo que están haciendo, al acogerlos y darles la oportunidad de poder estar ahí.
"Mi plan es legalizarme aquí"
Yudaisy es la pareja de Yuniel. Ella dejó a sus dos hijos, de 10 y 14 años, para buscar una mejora económica porque ahí ya no alcanza el dinero.
“Vine con la idea de poder ayudar a mi familia y salí de allá por la necesidad tan grande que hay”, dice, recostada en su casa de campaña, mientras toma un descanso. En ese pequeño espacio tiene algunas de sus propiedades, como su ropa.
“Mi plan por lo menos es legalizarme aquí, trabajar, poderlos ayudar y después traerlos”. Para ello espera le den una residencia permanente las autoridades migratorias mexicanas y luego dar el otro paso de regresar a Cuba por lo menos para ver a mis hijos”.
Para Yudaisy lo más duro es haber dejado a sus hijos, dice, y toma una pausa. En ese momento los ojos se le humedecen.
Junto con ella hay otra cubana que no accede a la entrevista en cámara, pero dice que la situación es peor que cuando estaba Fidel Castro. “Con Fidel, Cuba reía, con Díaz Canel ya no”, resume. Ella tampoco quiere ir a Estados Unidos. Dice que ya no quiere moverse de México.
Pueden atender 200
En el recorrido hecho por La Silla Rota se pudo observar algunas de las actividades que hacen los migrantes. Algunos lavan su ropa en un lavadero, otros hablan por teléfono, los niños juegan en el patio o en una mesa con personal del DIF. Otros, los que van llegando en camiones de la Red de Transportes de Pasajeros trasladados desde la Comar, en la colonia Juárez u otros que llegan por sus propios medios, acomodan sus cosas.
Unos más descansan en las casas de campaña, donde caben dos personas. De acuerdo con el servicio médico, las principales enfermedades son deshidratación, diarrea y cuadros gripales. Si detectan algún posible caso de covid19, les hacen prueba, pero hasta el momento nadie ha llegado contagiado.
De acuerdo con información de la Sibiso, en el albergue de Tláhuac, que es temporal, se pueden atender hasta a 200 personas, que ahí encuentran servicios de dormitorio, alimentación e higiene. De acuerdo con algunos empleados, han llegado a haber hasta mil 500 migrantes. Otro albergue se encuentra en el Bosque de San Luis Tlaxialtemalco, en Xochimilco.
MRV