"Para un hombre, la barba es como para la mujer las pestañas", esta es la conclusión a la que llegó Roberto Aquique, socio de una conocida cadena de barberías en la zona centro. Afirma que su clientela llega y se va satisfecha por los servicios que brindan bajo una simple apuesta: la barba es, en realidad, un negocio; por eso, no es casualidad que su oficina se encuentre allí.
“La barbería es el lugar donde los hombres nos afeitábamos, se quedó el concepto de barbería que era para afeitarse, pero no es tampoco un salón de belleza para hombres. En realidad, es un lugar masculino desde la decoración, la música, el tipo de servicios. Se convirtió en un centro de cuidado personal masculino, no de hombres”.
Aquique refiere que la barbería es similar a un club donde el cliente puede también tomar un trago o cerveza mientras espera su servicio.
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“Es un lugar que me gusta y donde me lo paso bien, con un ambiente padre, relajado”. Sin embargo, dice, no es fácil determinar cuánto tiempo pasa un cliente en el lugar.
“Por lo general los hombres estamos ocupados, vienen por ejemplo a la hora de comida. Te voy a contar que hay clientes que nos los traen las esposas, novias o amigas. Me ha tocado muchas veces que nos dicen ‘es que le dije si te vas a dejar la barba ¡arréglatela! Y es que, la verdad, los hombres somos flojos para el arreglo personal. Pero una vez que lo empiezas a hacer y le agarras el gusto, te sigues”.
Barbas al gusto
En este negocio, describe, los clientes primerizos salen transformados porque aunque suelen llegar y pedir un servicio de barba, si lo que piden no es lo que les conviene, entonces reciben una contra propuesta.
“No es lo mismo atender a un notario que a un cuate con una banda de rock, un artista o el gerente de un hotel. Es importante la fisonomía del cliente, aunque a veces la barba es nuestro juguete”, considera.
“Yo compararía la barba con las pestañas de las mujeres. Para las mujeres las pestañas y las cejas les levanta mucho la cara; y de un tiempo a la fecha la barba vuelve a hacer todo otra vez. Por ejemplo, tú ves a un hombre con barba y lo volteas a ver aunque después dices ‘no estaba tan guapo’; pero ya lo volteaste a ver”.
Nos decía que hay quienes cuidan su barba hasta en la comida y deben darle un shampoo después.
Es que quienes la usamos, hay que cuidarla. Somos esclavos de la barba, tenemos que cuidarla porque puede ser toda la presencia de un hombre. Si a un hombre le quitas la barba le puedes quitar la mitad del atractivo.
Los cuidados
Aquique explica que quien la usa, debe aprender a cuidarla día a día; y eso incluye meter tijera por propia mano.
“Aparte de que se tiene que rasurar fuera de donde esta su barba, lo tiene que hacer con cuidado para no quitarle la forma. Tiene que recortarla con maquinita ¡y es todo un show! La realidad es que la barba es como una novia: la tienes que cuidar y tratar bien porque si no, te revienta”.
El negocio de la barba va ligado también a la autoestima del cliente. “Es un negocio que nos deja cosas muy positivas, la gente viene con gusto, con ganas de venir, porque es un espacio para ellos; un club de amigos también nos podemos echar una cerveza o un whisky, porque es tu espacio”.
Incluso, refiere, llegan aquí clientes del extranjero que viajan a la Ciudad de México por diversas razones. “No lo digo yo, sino ellos. Nos dicen ‘es que ustedes tienen una atención muy padre, son muy espontáneos y prometen regresar antes de viajar de vuelta a sus países ¡y lo cumplen!”.
Por eso el lema de este negocio lleva a una sola conclusión: “hoy en día el barber shop es como ir a un buen restaurante, sinónimo de lugar padre y buena vibra”.