A Eduardo Renaud le gusta vivir y divertirse en la Zona Rosa. Está en desacuerdo con quienes creen que la zona -donde vivieron porfiristas conservadores y fue visitada por bohemios y artistas de la ruptura de la talla del artista plástico José Luis Cuevas- esté en decadencia.
“No es decadencia, va cambiando. Incluso si lo fuera, hay gente que le gusta la decadencia. Siempre es interesante vivir aquí”, asegura a La Silla Rota.
Cuestiona. Si fuera decadente, ¿las administraciones de la delegación y ahora alcaldía Cuauhtémoc invertirían aún ahí para cambiar el pavimento, las banquetas o poner parquímetros? Él mismo responde. Claro que no, es una mina de oro, remarca.
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Entrevistado sobre la calle Génova, la más representativa de la Zona Rosa, con sus jóvenes que buscan diversión, los extranjeros curiosos, los artistas que cantan para vivir o los trabajadores de restaurantes que nunca se cansan de pedir a los visitantes ir a comer ahí, Renaud no se inmuta mientras habla, pues vivir ahí le permite darse cuenta sobre la presencia cotidiana de personas, de lunes a domingo.
Además de vecino de la Zona Rosa, es historiador de arte y tiene una mirada aguda sobre las casonas antiguas de distintas influencias. Los de estilo francés como le gustaban a Porfirio Díaz cuando ordenó diseñar ese espacio para que los ricos dejaran el centro. O las Art Nouveau, como la diseñada por Antonio Rivas Mercado y la cual es la actual casa Museo de Cera.
“En esta zona conviven algunos edificios del siglo 19 pero también podemos ver grandiosos ejemplos del Modernismo y mucho de la arquitectura del Art Decó de los 30 y 40. Es cuando empieza a reestructurarse la zona con las nuevas tendencias artísticas en boga. Si uno es observador y se detiene, aún puede ver que quedan edificios de la arquitectura Decó”, refiere.
También hay lugar para el arte, como es la Plaza del Ángel, con sus tiendas de arte y antigüedades y la presencia de algunos anticuarios, esos seres que no solo venden cosas antiguas, sino que las escudriñan y conocen su historia, explica.
Hay algunos viejos restaurantes que sobreviven como el Bellinghausen, donde antaño se reunía la crema y nata de la política, los nuevos como el bazar Fusión, instalado en una vieja casona estilo europeo, y el Rico, también sobre una casona, en la calle de Niza, que hace décadas era como la Masaryk de la Zona Rosa.
A ello agrega que entre sus calles se pueden ver a gringos, europeos, latinoamericanos y a coreanos, algunos dueños de restaurantes de suculenta comida coreana. Eso le da un aire cosmopolita.
(Foto: Cuartoscuro)
“Todo tiempo tiene vida la zona. Por las noches se potencializa, tiene muchísimas posibilidades, hay bares que tocan cierta clase de música, o hay para bailar, ir a ciertos lugares o si uno busca un romance pasajero lo puede encontrar.
“Si bien uno piensa en la Zona Rosa y libertinaje, es una zona altamente sexualizada y es parte de su atractivo pero depende lo que uno busque. Hay ciertas calles donde uno puede encontrar este tipo de servicios, no es que camines y se exhiban, sí lo hay pero no están tan abiertas a la calle”, aclara.
Pero la Zona Rosa no es perfecta. Conocedor de la zona de día y de noche, de sitios que continúan operando aún cuando sus puertas están cerradas, Renaud sí cree que algo falta. “Una buena taquería”.
ZONA ROSA, UNA MINA DE ORO
Por su valor turístico e histórico, la Zona Rosa se convirtió en un territorio de disputa entre la alcaldía Cuauhtémoc y el Gobierno de la Ciudad de México. A finales de 2021, la alcaldesa Sandra Cuevas presentó un plan para renovar la gloriosa Zona Rosa y convertirla en la Quinta Avenida de Nueva York, la más emblemática de la ciudad de los Rascacielos, por ser la calle con tiendas de marca y cercana a Central Park.
El proyecto iba a iniciar con el Corredor Tecnológico-Turístico de Zona Rosa, en la calle Génova, que costaría 300 millones de pesos; sin embargo, el plan no prosperó, en parte porque el gobierno capitalino no aceptó colaborar.
La jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, decidió lanzar su propio Plan Maestro Zona Rosa este 26 de octubre que contempla una intervención estratégica que tiene como base seis aspectos: repoblamiento incluyente, recuperación y preservación del Patrimonio Cultural Urbano, regeneración de la Imagen Urbana y del Espacio Público, activación económica e inversión, diversificación de posibilidades de Uso del Suelo y modernización de infraestructura de equipamientos y servicios públicos.
Y es que la Zona Rosa es una mina de oro para la Ciudad de México debido a que se ha convertido en un punto de interés para el turismo, lo que beneficia y mete en problemas a los vecinos, tal como se prevé que ocurra en este fin de semana que se conoce como el más caro del año, ya que suben los precios de hoteles y establecimientos en toda la capital debido a la celebración del Gran Premio de México de la Fórmula 1.
ZONA ROSA: EL MISTERIO DE SU NOMBRE
Para algunos la Zona Rosa remite a José Luis Cuevas, el creador de murales efímeros, el que era capaz de firmar la nalga de alguna admiradora, el que representaba la ruptura con los grandes y reverenciados muralistas como Diego Rivera, José Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco.
Precisamente Cuevas está ligado al nombre de la Zona Rosa -luego ya deformado por algunos que le llaman la Zonaja- y Renaud recuerda la leyenda. Cuevas decía que la zona era blanca de día, roja de noche, y la combinación formaba el rosa. Pero además, en esa época una gran parte de la arquitectura era también color rosa, precisa el historiador.
Dicharachero, el pintor también aseguraba que el mote de rosa era un homenaje a la vedette cubana y bailarina como pocas, Rosa Carmina, hermosa musa del director de Charros contra gángsters, Juan Orol.
Pero antes de ser rosa, la zona, ubicada en la colonia Juárez fue un espacio habitacional de familias adineradas que salieron del centro histórico, luego de que el gobierno de Porfirio Díaz diseñara el trazo de esas calles precisamente para esas familias.
DE ZONA HABITACIONAL A ZONA DE RECREO
Fue así como llegaron esas casas de arquitectura de influencia francesa y de las cuales aún quedan en pie algunas. La zona era de uso habitacional y destinado a esas familias retratadas en películas como México de mis Recuerdos.
Pero llegó la Revolución Mexicana y al acabar la contienda muchas de esas familias huyeron o quedaron en ruinas. Incluso el uso de suelo cambió, y poco a poco llegaron nuevos aires, con negocios recién abiertos, entre ellos boutiques de alta costura, galerías de arte, grandes cafés, hoteles y restaurantes.
La élite monetaria que ahí cambió fue sustituida por una intelectual, refinada y apegada a la cuestión artística e intelectual, precisa Renaud.
EL SISMO Y EL METRO CAMBIAN LA ZONA ROSA
Fue en los años 60, 70 y aún principios de los 80 cuando la llamada Zona Rosa vivió su esplendor por el cual aún muchos nostálgicos la rememoran: la presencia de Cuevas y otros artistas como Manuel Felguérez y Lilia Carrillo en la zona. La poesía declamada de Pita Amor y su presencia disruptiva. Pero también Gabriel García Márquez y Octavio Paz recorrieron sus calles. Fue cuando se le bautizó como se le conoce actualmente.
De manera clandestina, la comunidad gay comenzó a usarla como punto de reunión a fines de los 70 y principios de los 80. Pero con los años los lugares estigmatizados empezaron a salir a la luz pública, añade.
(Foto: Cuartoscuro)
Una presencia que permaneció y ha crecido, pues es bastión de la comunidad gay y cuando se celebra cada año la marcha del orgullo, en junio, se vuelve punto de encuentro, de reunión y de plática.
“Este año se volvió una cantina enorme y no se podía ni caminar en las calles”, recuerda Renaud.
El historiador de arte expone otro hecho importante en la vida de la Zona Rosa, un giro hacia la llegada de personas con otros intereses, no necesariamente artísticos ni bohemios, pero que a la larga también se apropiaron de sus calles y le dieron otra vida: la puesta en marcha de la Línea 1 del Metro y la construcción de la glorieta de la estación Insurgentes, que permitió a más gente llegar ahí, incluidos ambulantes.
El Metro la masificó y eso alejó a los que antes se campeaban por ahí, explica. Algo que se replica con el Metrobús y de ahí la gente se mueve para llegar a la Roma, otro punto de encuentro en la Ciudad de México.
Después, el terremoto de 1985, siniestro el cual dejó consecuencias destructoras de algunos edificios de ahí, como en otras partes de la ciudad, también cambió el mapa.
La Zona Rosa volvió a sufrir modificaciones pero se mantuvo en el corazón de miles de capitalinos. Algunas galerías que ahí estuvieron, como la Souza o la Juan Martín, las de las Pecanins se mudaron a Polanco.
TODO MUNDO PUEDE SER QUIEN ES
En cambio, comenzó a ser el bastión gay, surgieron bares como el Taller, el Cabaretito y comenzaron a operar otros que se volvieron referencia para oficinistas, como el bar Botas.
“Surgen grandes bares y permiten que todo el mundo sea quien es”, dice Renaud.
Ahí, en el corazón de la Zona Rosa, en ese espacio entre Insurgentes, Reforma, Florencia, Avenida Chapultepec y en medio Génova, Hamburgo, Amberes, hay de todo.
Fondas en avenida Chapultepec, restaurantes y bares en Génova, una librería de El Péndulo en Hamburgo, otra de El Sótano, inaugurada el año pasado en Londres, una plaza comercial que lo mismo alberga un Hooters con sus meseras vestidas de naranja y blanco, que una Casa de Toño con su carta pegada a la mesa y la presión de los meseros para acabar pronto.
A ello se agregan las Sex Shops con sus coloridos juguetes, en Hamburgo y sobre Amberes, donde también se ven los luminosos bares gays.
Está la mencionada Plaza del Ángel, oasis del arte, en cuyos pasillos predomina el silencio, contrastante con el bullicio de las calles aledañas.
También están hoteles, como el Géneve, que sobrevivió, a diferencia del Sanborns que estaba a sus pies, que cerró sus puertas con la pandemia, lo mismo que el de la esquina de Londres y Amberes, sitio legendario donde los trasnochados iban a desayunar mientras esperaban a que el Metro abriera sus puertas.
La pandemia acabó con otros lugares incluidos los tables dances, que de todos modos tenían sus horas contadas ante los operativos anti trata de personas por parte de la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México.
Otros lugares sí sobrevivieron a la pandemia. Abrían de manera clandestina y sólo los que vivían ahí sabían lo que ocurría, aunque eso no quitaba que era como vivir en estado de excepción: la zona se volvió desolada.
“Se murió la zona”, dice Renaud.
VUELVEN LOS VISITANTES
Ahora, como el resto de la ciudad que ha visto el levantamiento de la recomendación de usar cubrebocas, se ven más llenas sus calles, y en algunas partes hay que buscar espacio para caminar, ante la invasión de aceras por parte de algunos voraces restauranteros.
Pero la Zona Rosa no es sólo esa parte de bares y cafés para buscar el sí de la persona amada o para desfogarse y sacar el estrés cotidiano.
Del otro lado, entre Reforma, Insurgentes, Chapultepec y Versalles está otra parte menos bulliciosa pero con sitios interesantes para ver, comer o reunirse.
Ahí se ve al Museo de Cera, una casa Art Nouveau diseñada por el arquitecto Antonio Rivas Mercado, el mismo que diseñó la Columna de la Independencia
También está la plaza Washington, con sus fuentes, sus bancas, sus enormes árboles y sus restaurantes detenidos en el siglo 20. A unos pasos está el bazar Fusión ya mencionado, y como en otras partes, edificios sostenidos con vigas en sus bases, otros abandonados, pero que parecen reclamar algo.
“Se dice que hace mucho tiempo (antes de AirBNB) en este edificio hubo vida real”, se lee en un papel pegado en una pared de un edificio abandonado. Está firmado por un grupo llamado New Reultrajo, que clama porque no haya #niunvecinomenos.
Es una zona que se modifica, que resiente los cambios urbanos, que los resiste y que lleva tiempo siendo declarada en decadencia, pero visitada lo mismo por jóvenes que personas con canas, remarca Renaud.
“Esta zona se ha convertido en una puerta de entrada a la multiculturalidad en el sentido de que en estos lugares conviven personajes de diferentes credos y lenguas, de diferentes nacionalidades, ya sea que trabajan o bien aquí, gente coreana africana, latinoamericana y europea”.
“Si quisiéramos ser muy puristas veríamos que en algunas partes está sucia, las jardineras están descuidadas, las banquetas alzadas, es parte de lo mismo, transita tanta gente y eso pasa en cualquier capital, va a haber zonas más cuidadas que otras. Si algo se conserva es que se mantiene en relativa calma, aquí se siente viva y evoluciona como tal”, plantea el historiador.
“Hay una gama de posibilidades, aquí nadie se va a aburrir”, concluye.
MRV