Pachuca.— Todos los días de los últimos tres años Miriam Martínez Aguilar abrió las puertas del bar La Covacha en el centro de Pachuca, un lugar tranquilo que combina el estilo de cantina con un toque más moderno, pero que para ella ha sido no sólo su espacio de trabajo, sino también el sitio que le ha dejado amistades y le ha ayudado como terapia en algunos de los momentos más complicados de su vida.
Con 36 años, Miriam laboró casi siete en ese sitio. Los primeros cuatro fueron sólo como la encargada de abrir a la una de la tarde y retirarse a las tres, pero en 2022 comenzó a trabajar de tiempo completo y con más responsabilidades, pues ahora se convirtió en la encargada, la bartender, la cantinera, la mesera y también la sacaborrachos cuando se requería.
No es un trabajo que muchas mujeres desempeñen, no sólo en Pachuca, sino en México, y hace algunas décadas hubiera sido impensable pues tenían prohibida la entrada a estos lugares, pero los tiempos cambian y hay que tener un carácter fuerte y no temerle a nada para encargarse de un establecimiento como este y de los clientes “mala copa” que suelen aparecer cada cierto tiempo.
Te podría interesar
Miry, como le dicen sus amigos, da la impresión de ser una mujer dura y seria. Sin embargo, cuando se platica con ella, empieza a relucir su verdadero carácter. Ella menciona que por las mismas características del trabajo, tiene que mostrar una actitud firme ante los clientes que visitan el bar, sobre todo, cuando hay que mantener el orden.
Te podría interesar
Generalmente, los días y las noches transcurren tranquilas en La Covacha, no obstante, hay ocasiones en las que hay que poner el temple a prueba. Miriam, recuerda una de las situaciones más recientes en las que tuvo que desalojar a unos clientes que ya estaban poniéndose agresivos, no sólo con los trabajadores, sino también con otros consumidores.
En esa ocasión, tuvo que hacer gala de carácter para sacarlos del lugar, pero al momento de cerrar las puertas, estas personas comenzaron a patear y rompieron el vidrio de la entrada, mientras profería amenazas hacia su persona y hacia el establecimiento.
Aunque ese tipo de cosas podrían asustar a cualquiera, ella no es de las personas que se intimidan fácilmente. Su tiempo en el bar le ha enseñado a saber manejar estas situaciones, sin caer en provocaciones para evitar problemas mayores.
Pero no todo es malo, pues lo que le encanta es el ambiente, conocer gente, el ritmo y la adrenalina de fiesta de todas las noches, además de las amistades que ha logrado hacer durante todo ese tiempo, y el hecho de que dos de sus hijos trabajen con ella en el mismo lugar.
Así llegó a ser cantinera
Fue en 2018 cuando Miriam llegó a La Covacha por primera vez como cliente: “De ahí me involucro en una relación sentimental y me gustó el lugarcito, y ya fue como empecé a adentrarme, unos seis meses después, laboralmente. Estuve varios años donde nada más iba yo a abrir el local, pero ya trabajando de tiempo completo, casi tres”.
El amor y el trabajo llegaron al mismo tiempo. Y aunque al principio sólo eran dos horas del día las que se encontraba en el lugar, con el paso de los años le ofrecieron encargarse del sitio y fue en un momento en el que necesitaba concentrarse en algo para no dejarse caer.
Ese amor que conoció en el bar se convirtió en su esposo. Adolfo era su nombre, y aunque había una diferencia de edad, no fue impedimento para tener una relación bonita. Lo que le gustó de él fue que era un “hombrezote”, dice. Desde que lo vio, le gustó, aunque él siempre le habló con la verdad, y le dijo, a manera de premonición, que no le iba a durar mucho tiempo.
Ella decidió darse una oportunidad y vivir ese amor, por lo que se aventó al ruedo y se fue a vivir con él. Adolfo era un hombre separado y tenía tres hijos, al igual que Miriam, y ella notó que le había costado mucho superar esa ruptura, aunque él siempre lo negaba, pero su estado anímico fue deteriorándose con el tiempo. Hace casi tres años, él dejó este mundo.
El golpe fue muy duro para Miriam, pero para no derrumbarse decidió enfocarse de lleno en el trabajo, mudarse de casa y comenzar de nuevo. El apoyo de su madre fue fundamental para no dejarse caer en el vicio, pues pensó mucho en tirarse al alcohol, pero la contención emocional y su red de apoyo la sacaron adelante.
Y es que no era la primera vez que esta joven madre vivía una experiencia complicada. Miriam se casó muy joven con un hombre con el que procreó tres hijos, pero que ejerció violencia y maltrato contra ellos, además de que no trabajaba y ella era la que sostenía el hogar.
Pero todo tiene un límite y agarró valor un día y se fue con sus hijos para regresar a la casa de su mamá en Real del Monte para asumir el rol de madre autónoma. Con el tiempo conoció a otro hombre, con el que empezó a salir y a tener una relación formal.
Él decidió irse a Estados Unidos para trabajar y mandarle dinero para sus gastos, los de sus hijos, e incluso los de su mamá. La separación fue difícil, pero se mantuvieron en contacto todos los días por videollamadas; sus niños se encariñaron con él.
Durante ocho meses, él le envió dinero cada semana, y un septiembre le comentó que a partir de enero le enviaría un poco más para que comenzara a ahorrar y comprar una casa, pues sus intenciones eran estar máximo dos años en Estados Unidos y regresar para establecerse ya como una familia.
Pero otra vez, la vida le jugó chueco. En octubre, uno de los amigos de él le informó que su novio había muerto por un paro cardíaco fulminante; ella no lo podía creer, y tampoco su hijo mayor, que se había encariñado con él.
Pero fue real. Miriam todavía se encargó de recibir el cuerpo cuando fue repatriado y trasladarlo hasta el pueblo de donde él era originario, cerca de Molango, donde su familia no sabía nada de él desde hacía ya varios años, y mucho menos de ella.
“Fue todo un caos, casi me linchan por allá, porque ellos decían que por qué a su hermano le había pasado eso, que por qué me mandaba dinero a mí en lugar de ellos. Yo dije, yo cumplí con llevarlo hasta el lugar de donde era él, y me regresé para Pachuca a seguir echándole ganas”.
Su madre, su apoyo
En ambos casos, su madre fue su soporte para salir adelante. Ella trabajaba justo en una cocina económica que se encontraba al lado de La Covacha, así que la veía diario. Juntas habían pasado muchas cosas desde que su padre se fue de la casa y su mamá, como muchas mujeres del país, tuvo que hacerse cargo de ellos, así como el fallecimiento de su hermano, a quien veía como la figura paterna.
Cuando eso ocurrió, ella comenzó a ser más independiente y a forjar su carácter, posteriormente conoció al padre de sus hijos. Lo único bueno que le dejó esa relación, fueron a sus tres retoños, uno de 21, otro de 18 y uno más de 16, de los que habla con mucho orgullo. A sus 36 años, ya es abuela, tiene dos nietos, uno de cuatro meses y otro de dos.
Y después de tres años de la muerte de su esposo, Adolfo, decidió darse una nueva oportunidad en el amor y comenzó a salir con otra persona, con un poco de miedo, admite, pues sus experiencias anteriores han sido difíciles.
Sin embargo, decidió arriesgarse nuevamente, y parecía que todo estaba marchando bien por primera vez en mucho tiempo, pero la vida es impredecible y le tenía reservado otro golpe, el más duro que ha tenido en su vida.
En noviembre del año pasado, falleció su mamá. Esta situación la ha marcado de manera importante y la llevó a tomar una decisión drástica, pero necesaria: renunciar al trabajo como encargada del bar de sus amores y tomar distancia física de todo lo que la rodea.
Un cambio de aires
“Fallece mi mamá, y mi mundo se derrumba completamente. Ese es el motivo por el cual yo decido dejar La Covacha. Ella trabajaba aquí a un lado y la veía diario, y ahorita me está costando mucho, está muy reciente y lo vengo arrastrando”.
Miriam renunció hace apenas unos días al bar y se aventuró a probar suerte y a iniciar de cero en uno de los lugares más turísticos del país: Cancún, donde además de trabajar, quiere sanarse a sí misma.
“Tratar de curarme, tratar de estar bien, tratar de asimilar las cosas para poder estar bien yo primero conmigo misma y poderle brindar a mis hijos esa estabilidad de tener una mamá fuerte, como siempre he sido. De tener una mamá que no importa lo que pase, no se va a derrumbar”.
Algunos le han dicho que está tratando de escapar de la realidad y ella admite que probablemente tengan algo de razón, pero en este momento necesita encontrarse con ella misma. Por ello pidió comprensión a su nueva pareja y contó con el apoyo de sus hijos.
Sí tiene fecha de regreso, aunque sería temporal, pues planea estar en octubre en Pachuca para acudir al cumpleaños de su primer nieto y al de su pareja, pero sus planes son estar algún tiempo más en su nueva residencia, juntar dinero y poner un negocio propio.
Su meta es tener un bar, pues además ha conocido bien como se maneja, pero si no se puede, le gustaría concretar una tienda de abarrotes o un restaurante: “Alguno de esos tres, pero de que pongo algo, pongo algo. Yo quiero hacer algo para mí, algo propio, donde ya no tenga que estar arriesgándome, por eso quiero poner mi negocio y enviar a alguien más para que pueda estar al frente de eso”.
Y es que el giro de bar es muy demandante. Miriam asegura que al menos en el lugar donde trabajaba, siempre se mantuvieron acorde a la ley, respetando lo que establecen las normativas para evitar problemas y jamás ofreciendo cosas distintas a la venta de alcohol, aunque sí hubo ofrecimientos que siempre rechazó de la manera más amable posible.
¿Qué te llevas de este trabajo?
“Hice muchas amistades y pues me voy. Sí me pesa, me pesa un poquito irme así, pero creo que lo necesito. Yo ya concluí mi historia ahí. En ese lugar conocí a mi esposo, ahí me junté y también ahí lo perdí. Es la mejor de mis historias. La Covacha me dio mucho, tanto emocional como económicamente. Fue un trabajo muy agradable para mí, un poco riesgoso, pero siempre tratando de mantener el orden y creo que se logró”.
sjl