La economía mexicana nos habla, y sus mensajes son un llamado a la reflexión más que al pánico. Los números recientes, con una inflación que bajó al 3.67% en marzo y una actividad económica que se contrajo un 0.2% en enero, según el INEGI nos invitan a detenernos y observar con atención. Esta semana, el Banco de México podría recortar la tasa de interés en 50 puntos base, una decisión que no solo busca ajustar el rumbo, sino que nos coloca ante una pregunta esencial: ¿qué significa este momento para nosotros como país?
No es un secreto que las familias mexicanas sienten el peso de estos tiempos. El consumo, ese pulso vital de nuestra economía, se ha ralentizado. Los precios de la canasta básica, aunque menos agresivos que antes, aún pesan en los bolsillos. Al mismo tiempo, la industria automotriz, tan nuestra, enfrenta vientos en contra con las tarifas del 25% que Donald Trump impuso desde el 4 de marzo. Pero más allá de los datos, hay una historia humana: la de quienes ajustan sus gastos, planean con cuidado y buscan salir adelante.
Pienso en el campo, en esos agricultores del norte que miran al cielo esperando agua, mientras las tensiones con Estados Unidos por el tratado del Río Grande se complican. La negativa de enviar agua a Tijuana no es solo un asunto diplomático; es un recordatorio de lo interconectados que estamos, de cómo lo que ocurre afuera resuena en nuestras tierras. También pienso en Teuchitlán, Jalisco, donde el hallazgo de un supuesto “campo de exterminio” nos sacude, no solo por su crudeza, sino porque nos lleva a preguntarnos cómo sanar las heridas que frenan nuestro crecimiento.
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El mundo no nos da tregua. Las amenazas de más aranceles desde Washington, esta vez por el petróleo venezolano a partir del 2 de abril, nos recuerdan que vivimos en un tablero global donde las piezas se mueven rápido. Sin embargo, en este torbellino hay espacio para la introspección. ¿Qué podemos aprender de esta desaceleración? Tal vez que la fortaleza no reside solo en los grandes proyectos, sino en las pequeñas decisiones: el ahorro de una familia, la creatividad de un emprendedor y la paciencia de un agricultor.
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Dentro del país, las voces políticas también nos invitan a reflexionar. Las tensiones en Morena, con figuras como Cuauhtémoc Blanco en el ojo del huracán, nos muestran que incluso en la incertidumbre hay oportunidad para dialogar y buscar consensos. No se trata de señalar culpables, sino de entender que el camino económico lo construimos entre todos: gobierno, empresas y ciudadanos.
Quizá este sea un momento para mirar hacia adentro. No digo que sea fácil; los retos son reales y las soluciones no llegan solas. Pero México tiene una historia de resiliencia que nos sostiene. Este enfriamiento económico puede ser una pausa, una oportunidad para ajustar el paso y fortalecer lo que nos une. ¿Y si, en lugar de temer una recesión, la vemos como un espejo que nos desafía a ser mejores?
El futuro no está escrito. Depende de lo que hagamos hoy: de la confianza que sembremos, de la solidaridad que mostremos, del ingenio que despleguemos. Estamos frente a un cruce de caminos y, aunque el panorama asuste, también inspira. Porque si algo sabemos los mexicanos es que, incluso en la tormenta, encontramos la forma de seguir adelante.
#CuartoDeGuerra | José Luis Lima González, columnista de LSR Hidalgo. X: @pplimaa