Pachuca.— Tras el paso del huracán Priscilla por el estado de Hidalgo, las comunidades serranas de Huehuetla quedaron aisladas entre lodo y derrumbes. Sin caminos, sin luz y sin alimentos, las familias enfrentan ahora un nuevo golpe: la especulación de precios. El maíz se vende hasta en cien pesos el cuartillo y la maseca alcanza los trescientos. Los pobladores sobreviven con lo poco que les queda, mientras la ayuda oficial no llega.
No hay camino, no hay luz, y tampoco hay maíz ni jitomate a precios accesibles. Tras el paso del huracán Priscilla, los habitantes de El Xoñe y El Chote, comunidades de Huehuetla, sobreviven entre el aislamiento, la escasez y el abuso de quienes se aprovechan de la emergencia para elevar los precios de los alimentos básicos.
“El maíz está en cien pesos el cuartillo, el jitomate en ciento cincuenta, y la maseca nos la venden hasta en trescientos pesos. No hay de otra, porque no tenemos dónde comprar”, relata Lucero Campos Tolentino, habitante de El Xoñe, quien junto con su familia y vecinos lleva más de una semana sin poder salir del pueblo.
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El aislamiento comenzó la madrugada del viernes, cuando los arroyos que cruzan el municipio crecieron de manera repentina y se desbordaron, arrasando con la carretera que conecta con San Lorenzo e Ixhuatlán de Madero, las dos rutas que permitían el acceso a la comunidad.
“Desde el martes empezó a llover, pero ya el viernes amanecimos sin paso. Se llevó la carretera. Y no fue sólo el agua, fueron los derrumbes, los arroyos, todo se vino junto”, narra Lucero, mientras explica que los mismos pobladores han intentado reparar con palas y picos lo que el huracán destruyó.
“Nos quedamos encerrados”
La comunidad de El Xoñe se encuentra a cinco horas de la cabecera municipal de Huehuetla, por un camino que, en condiciones normales, ya era difícil de transitar. Hoy, después de las lluvias torrenciales, es prácticamente intransitable.
“Estamos encerrados. No hay paso para San Lorenzo ni para donde comprábamos. En San Lorenzo ya no venden nada, todo está cerrado”, cuenta la mujer.
Sin acceso a víveres, los habitantes dependen únicamente de lo que guardaron en casa o de lo poco que logran conseguir entre vecinos. Algunos productores, señala, aprovecharon la situación para acaparar maíz y venderlo a precios que duplican o triplican su valor habitual.
“Hay gente que se aprovecha. Retuvieron el maíz y el jitomate para venderlo más caro. Y uno no puede salir, no hay cómo traer comida”, dice Lucero, con una mezcla de cansancio y resignación.
Sin luz y sin escuela
El huracán también destruyó la red eléctrica. Desde el jueves pasado, las comunidades de esta zona permanecen sin energía, lo que agrava el aislamiento.
“Nos dicen que va a tardar hasta veinte días o dos meses en regresar la luz. Porque la corriente viene de Ixhuatlán de Madero, y allá también se llevó todo el puente. No pueden pasar a arreglar nada”, lamenta Lucero.
Los niños tampoco han regresado a la escuela. Los maestros viven en San Lorenzo, y aunque algunos intentaron llegar caminando, el lodo y los derrumbes lo hacen imposible. “Ya no pueden pasar. Hay mucho lodo. Y los caminos están cayéndose”, explica.
Una economía rural paralizada
La mayoría de las familias de El Xoñe y El Chote viven de la milpa. Siembran maíz y frijol, pero el calor de los meses pasados y ahora las lluvias destruyeron parte de las cosechas. “Hubo derrumbes donde había milpas. Se las llevó la tierra. Ya no se recupera nada”, dice Lucero.
El golpe al campo y el cierre de los caminos significan, para más de 90 familias, el riesgo de quedarse sin alimento ni ingresos durante semanas. “Somos 66 familias aquí en El Xoñe y 25 en El Chote. Todas afectadas. Nadie puede salir”, agrega.
Piden apoyo
Entre la incertidumbre y la incomunicación, la solicitud de los habitantes es clara: ayuda urgente. “Que nos apoyen con despensas, con algo de comida, porque ya no hay dónde comprar. Y que arreglen las carreteras, porque sin paso no podemos vivir”, pide la mujer.
Las imágenes enviadas desde la comunidad muestran el daño: caminos convertidos en ríos de lodo, alcantarillas destruidas y tramos de carretera a punto de colapsar. “Por donde vivimos ya se quiere caer la carretera. Si vuelve a llover fuerte, se va a ir”, advierte.
Mientras la ayuda institucional no llega, los vecinos se organizan para despejar el paso, quitar piedras y rellenar con tierra los socavones. “Vamos con picos y palas, entre muchos, pero son muchos derrumbes. Es peligroso”, dice Lucero.
Pero lo que más pesa ahora no es sólo la devastación material, sino la sensación de haber sido olvidados. A casi una semana de que comenzaron las lluvias, “No ha llegado ninguna ayuda. Nadie ha venido. Nosotros solos estamos arreglando el camino”, concluye Lucero.
sjl
