León.- Los vecinos de la colonia Obrera y Chapalita saben que esa casa perteneció a las hermanas Valenzuela, mejor conocidas como "las Poquianchis", pues aunque los crímenes que cometieron fueron hace varias décadas, quedarán para siempre en la memoria.
En la esquina de las calles Bolivia y Sonora se ubica la casa que por años fue un burdel, negocio de Delfina, María de Jesús, Carmen y Luisa Valenzuela; aunque esta fue tan solo una de sus "sucursales", pues operaban tanto en Jalisco como en Guanajuato, entre los años de 1945 a 1964.
Las Poquianchis en León, Guanajuato
La idea fue de Delfina: una cantina donde además de servir tragos, también se ofrecieran los servicios de jóvenes prostitutas. Muy jóvenes, pues de hecho algunas tenían menos de 13 años. Cuando los padres murieron y las hermanas recibieron por herencia una casa que se encontraba en El Salto de Juanacatlán, Jalisco, Delfina convenció a Carmen, a María y a Luisa de que el negocio era seguro, y así comenzó la historia de terror.
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El negocio marchaba bien y rápidamente pudieron abrir otra sucursal, el "Guadalajara de noche", que se convirtió en el burdel más popular de la época. Sin embargo, un día policías y militares no se dejaron sobornar por "El Tepo", hijo de Delfina que se encargaba de la seguridad y de "arreglarse" con las autoridades para que no les clausuraran. El muchacho fue acribillado ante los ojos de su madre, y las Poquianchis decidieron mudarse a Guanajuato para seguir con su negocio acá.
Fue así como las hermanas llegaron a León, compraron un local en la Chapalita, y abrieron su nuevo burdel al que llamaron "La Barca de Oro". Fue entonces cuando obtuvieron su apodo, pues al dueño del lugar de decían "el Poquianchis", y los leoneses comenzaron a llamarles así a las nuevas vecinas.
Para el funcionamiento de "La Barca de Oro", las hermanas iban a los ranchos y comunidades de León, San Francisco del Rincón y Lagos de Moreno, donde convencían a las niñas y jovencitas de trabajar para ellas en León, en "empleos muy bien pagados". Algunas de las víctimas incluso aceptaban con el permiso de sus padres, quienes nunca se imaginaron que en realidad era trata de blancas y tráfico de mujeres.
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Fue hasta el año de 1964 cuando Catalina Ortega, una de las jóvenes prostituidas contra su voluntad, logró escapar y denunció a las Poquianchis. Las autoridades las arrestaron y las trasladaron a Irapuato, donde recibieron su sentencia por los más de 100 asesinatos que pudieron ser comprobados.
Actualmente, aunque los vecinos de la Colonia Chapalita conocen el pasado de la casa, quedan muy pocos testigos que conocieron a las Poquianchis, pues sus crímenes tuvieron lugar hace ya 80 años.
FN
