No habla. El Mochilas no dice palabras, ni estructura un enunciado.
El indigente de León, conocido como El Mochilas, no dice nada. Si acaso, alguna vez grita enojado o expresa monosílabos cuando alguien lo molesta. “Nooo”, dice, con cierta dificultad. Pero no articula dos o tres palabras, ni construye juicios. Al parecer tiene algún problema con el habla y el juicio. O simplemente no quiere hablar.
El Mochilas vive en su mundo. Anda por el centro de la ciudad de León, cargando sus múltiples mochilas misteriosas por las calles. Usa dos anillos amarillos de plástico, un collar de calavera y un pequeño radio de pilas para escuchar música con sus audífonos morados.
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Su historia es muy poco conocida. Nadie sabe en realidad cómo se llama, de dónde es, y desde cuándo vive en las calles. Hay quienes dicen que era un estudiante de Filosofía o que es una persona preparada, pero no se sabe. Lo cierto es que se ha convertido en un personajes importante de la ciudad. El Mochilas despierta simpatías en la gente por su forma cordial de ser y porque siempre carga cinco o seis mochilas. No molesta a nadie. No se involucra. No participa. Anda solitario por el mundo, caminando por las calles, viendo pasar los días.
La gente le regala comida. El Mochilas no batalla por una torta, un refresco o un taco. Es un indigente que se ha ganado el cariño de los leoneses, por el misterio de sus mochilas. ¿A dónde va con esas mochilas? ¿Qué lleva adentro? ¿Es cierto que carga basura? En realidad El Mochilas no va a ningún lado. No anda de viaje. Ni tiene un plan. No tiene hogar, no tiene amigos. Lo único que posee son sus mochilas.
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-¿Cómo te llamas?, le pregunté algún día.
El Mochilas no dijo nada. Solo se me quedó viendo a los ojos, sin expresión alguna. Su mirada tampoco dice algo. Solo observa. No sonríe, ni expresa molestia. Su reacción es como si no escuchara, como si nadie le estuviera diciendo algo. No responde.
-¿Cómo estás? -le pregunté otro día.
Y tampoco respondió. El Mochilas no tiene ningún interés en convivir. No se acerca a nadie. Y no permite que nadie entre en su vida.
La última vez, le escribí en un papelito mi nombre y le di una pluma.
-Pablo -decía el papelito-. Y le dije con calma:
-Yo me llamo Pablo, ¿tu cómo te llamas?
El Mochilas tomó el papelito y la pluma, y comenzó a escribir con pequeñas rayitas, lentamente, cinco letras encimadas en un diseño extraño. Quise ver qué escribía, pero no me dejaba ver. Me devolvió el papelito que decía muy claramente:
- J-E-S-U-S.
Todo con letras mayúsculas. En un trazo hermoso y perfecto.
J-E-S-U-S.
-¿Te llamas Jesús? -le pregunté.
Me dijo que sí con un movimiento de cabeza. Y con una leve sonrisa.
Dios mío. El Mochilas se llama Jesús.
CM