En el Centro Histórico de León, justo entre las calles Álvaro Obregón y Belisario Domínguez, sobrevive un corredor que alguna vez fue símbolo del auge comercial de la ciudad: el Pasaje Praxedis Guerrero. Hoy, recorrerlo es caminar entre ruinas vivas, negocios que resisten y el eco de una historia que pocos recuerdan.
Este pasaje fue la primera Zona Piel de León. Aquí, antes de que existiera el emporio que ahora rodea el Estadio León, se vendían cinturones, carteras, maletas y todo tipo de artículos de cuero. Con su nombre inscrito en la entrada principal, aún resalta el letrero azul que da la bienvenida al “Mercado de Artesanías Praxedis Guerrero”, pero lo que hay tras él dista mucho de un mercado vivo.
Apenas se cruza la entrada, el bullicio de la calle se apaga. Las cortinas de la mayoría de los locales están cerradas y cubiertas de grafiti. Las paredes están rayadas, las estructuras metálicas oxidadas, y el olor a orines se impregna en cada paso. Los letreros de advertencia no se limitan a ser amables: “Este lugar no es baño”, se lee en cartulinas fosforescentes, escritas a mano, amenazando con sanciones a quienes decidan usar los rincones como urinario público. El lugar, además, es refugio ocasional de personas en situación de calle.
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Pero aún quedan señales de vida.
Entre la penumbra de los pasillos, un local con mochilas, cinturones y llaveros de piel llama la atención. Su dueña, una mujer con casi tres décadas en el oficio, relata con nostalgia:
—Muchos piensan que aquí ya no hay nada, pero vea, sí estamos. Aquí era la Zona Piel, sí, desde hace muchos años. Pero luego, con la pandemia y con que nos quitaron de afuera, ya no nos ve la gente. Piensan que está cerrado, que no hay nadie, pero aquí seguimos.
Su voz tiene un tono firme, casi resignado. Menciona que antes podían sacar sus productos a la calle, pero ahora las autoridades los obligaron a replegarse, invisibilizándolos aún más. “Los que ya nos conocen, sí vienen, pero los nuevos no ven nada y se van”, dice.
El contraste más violento llega al final del pasaje. Tras atravesar los oscuros recovecos, la salida da al Mercado Aldama. Ahí todo cambia: hay movimiento, ruido, clientes, vida. Pareciera un portal temporal. Del abandono se pasa de golpe al comercio vivo. Un lugar abarrotado que contrasta con el silencio del corredor.
El Pasaje Praxedis Guerrero, inaugurado en la década de 1950, fue alguna vez un núcleo comercial. Hoy es un esqueleto funcional. Un símbolo de cómo el olvido institucional puede apagar los centros históricos. Y sin embargo, sus comerciantes no se rinden. Resisten.
—Aquí estamos. Lo que se les ofrezca —dice la señora mientras acomoda unas carteras.
Y aunque muchos lo dan por muerto, el pasaje sigue vivo. Silencioso. Escondido. Pero vivo.
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