León, Guanajuato.- Rocío, conocida como "La Jarocha", ha vivido una vida marcada por la lucha contra las adicciones y el dolor, pero también llena de amor por los pequeños placeres de la vida. Es una mujer que encuentra paz en la naturaleza, en regar sus flores y hablarles como si fueran viejas amigas. “Sentir la tierra, el pasto, el aire fresco... así disfruto de vivir”, dijo con una sonrisa. “Después que sea vieja y no pueda ni caminar, ni siquiera voy a poder hacer esas cosas. Hay que vivir el momento”.
Durante más de veinte años, Rocío fue consumidora de múltiples drogas, siendo el cristal su última adicción. "Le digo a mi papá, vengo a verte para que me veas que estoy saliendo de las drogas, pero demasiado tarde, mi padre ya no me puede ver, sólo se lo puedo decir a su tumba", compartió con la voz entrecortada. Rocío ha experimentado de primera mano el doloroso poder que las drogas ejercen sobre quienes las consumen, alejándolos de sus seres queridos y de sí mismos. “Te quita todo, te quita la familia, te convierte en un títere, te hace indolente”, confesó.
A pesar de haber perdido mucho, Rocío ha empezado un camino de recuperación, impulsada por una mezcla de voluntad y nuevas ocupaciones. “Estoy dejándolas, porque mira", señaló a su cuerpo; lo que el cristal llevó”, explicó. Ahora, dedica su tiempo a ayudar a personas mayores y a cuidar a un niño de cinco años, rescatado de un entorno de abandono y consumo de drogas. "Es una criatura, y si yo no arreglo mi vida, ¿cómo voy a arreglar la de los demás?", se cuestiona.
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Para Rocío, el proceso de dejar las drogas no es sencillo. La ansiedad la acompaña, y se refugia en el cigarro para aliviar la presión. Evita la marihuana, consciente de que podría llevarla de vuelta al mundo que intenta dejar atrás. Su lucha también se traduce en cambios físicos: ha comenzado a ganar peso después de haber estado sumida en la adicción, un indicio de que su cuerpo empieza a recuperarse. Sin embargo, la vida no le es fácil; “a veces comemos, a veces no”, comenta sobre su situación económica, especialmente desde que se encuentra sin trabajo.
A lo largo de su vida, Rocío ha enfrentado violencia y la pérdida de su hogar a manos de criminales que quisieron convertir su casa en un "punto" de venta de drogas. Después de ser agredida, tuvo que huir y refugiarse con su ex pareja, lo que significó empezar desde cero. La delincuencia, sin embargo, no es algo nuevo en su vida. En un momento de su pasado, fue víctima de un brutal ataque con un picahielo, que le provocó un derrame cerebral y la dejó en estado vegetal durante un año. Este episodio traumático le dio una nueva perspectiva y motivación para valorar cada instante, por simple que sea.
Para Rocío, la vida es una lucha constante, pero también es una oportunidad para redimirse y, en sus palabras, "vivir al par con los demás". Aunque no tiene una relación cercana con su familia, sueña con un día recuperar ese vínculo. “Siembras rosas y puras espinas, pero también puedes dar amor”, dice. Sus hijos, a quienes llama "mis bebés", de 21 y 17 años, son su mayor tesoro, aunque no puede estar siempre con ellos debido a problemas legales con su ex pareja.
En su camino de sanación, Rocío se ha encontrado a sí misma a través del baile, su otra gran pasión. "Salsa y todo eso", dice con entusiasmo. El baile se ha convertido en una expresión de su deseo de vivir y superar el dolor. Como muchas personas que han atravesado momentos oscuros, ella sabe que salir adelante no es fácil, pero con cada paso de baile, con cada flor que riega, Rocío va encontrando motivos para seguir adelante.
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