León, Guanajuato.- En la capital zapatera, justo al lado de la terminal de autobuses, se encuentra Plaza del Zapato, un sitio donde convergen turistas, comerciantes, curiosos y amantes del calzado. Pero más allá de los aparadores brillantes y los descuentos de temporada, hay un personaje que se ha ganado fama propia: el elevador más lento de todo León.

Ubicado entre los pasillos de mármol y vitrales relucientes, este elevador aparenta ser una joya moderna. Metálico, con acabados pulcros y paredes de vidrio que permiten ver el interior desde afuera y viceversa, cualquiera pensaría que se trata de un transporte eficiente, veloz, digno de una plaza comercial. Pero basta con presionar el botón para que empiece el verdadero espectáculo: el show de la paciencia.
El elevador conecta tres puntos básicos: el estacionamiento ubicado en la parte alta de la plaza, la planta baja y el primer piso. A simple vista, nada complicado. Sin embargo, cuando el equipo de Silla Rota Guanajuato decidió cronometrar su tiempo de traslado, descubrió el dato que lo catapultó a la fama: 56 segundos para recorrer 10 metros. Casi un minuto de vida perdido en una caja de vidrio, viendo cómo el mundo avanza mientras tú… no.
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Al principio, uno piensa que es un error. Que quizá ese día estaba fallando. Pero no. Lo lento no es en la subida, ni en la bajada. El verdadero problema comienza justo cuando el elevador está por llegar a su destino. Es entonces cuando entra en una especie de trance, como si necesitara meditar profundamente antes de abrir sus puertas. Tiembla, se sacude, se ajusta. Como si tuviera miedo de aterrizar.
—No es que viaje despacio —dice un comerciante de la plaza entre risas—, es que llega con miedo.
Y mientras uno espera pacientemente a que el elevador tome valor, las reglas pegadas en su interior ofrecen una distracción: “Prohibido fumar”, “No exceder la capacidad”, “Máximo seis personas”, y la más llamativa de todas: “Prohibido portar armas”, acompañada de una imagen de un rifle de asalto M16. Uno no sabe si reír o preocuparse.
Pese a su apariencia moderna y reluciente, el elevador se ha ganado el desprecio silencioso de muchos. Los visitantes, al ver que hay escaleras eléctricas o normales, optan por ellas sin dudar. Los pocos valientes que deciden subir o bajar por el elevador suelen arrepentirse al primer sacudón.
—Para que me subía a esto, ¿es normal que tarde tanto?— Comentó una jóven que viajaba en el elevador.
Aun así, el elevador resiste. Cada día abre sus puertas metálicas con dignidad, como si no supiera su fama, como si no le importara que lo ignoren. Y aunque lento, llega. Siempre llega.
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