León, Guanajuato.- El sol de la tarde cae sobre la Plaza Principal Entre el paisaje de gente disfrutando del inicio del fin de semana un sonido diferente resuena en el aire. Golpes secos y metálicos se entremezclan con un sonido profundo y vibrante, como el eco de un trueno encapsulado en un tubo de PVC.
La gente se detiene, saca sus teléfonos, sonríe y se deja llevar por el espectáculo de un hombre sentado en una cubeta, rodeado de botes de pintura, platos de batería y su inseparable “didiridú”.
Es Edgar, mejor conocido como "Asper Beats", un artista urbano que ha encontrado en las calles su escenario y en los objetos reciclados, su orquesta. Su show dura apenas siete minutos, pero en ese breve lapso, logra lo que pocos: convertir un espacio cotidiano en un concierto improvisado y hacer que extraños conecten con su ritmo.
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De los botes al mundo
Asper comenzó hace más de 15 años con un proyecto llamado Monkeys Jam, un trío de amigos que tocaban percusiones improvisadas en Guanajuato. Su talento y energía los llevaron a recorrer el mundo, tocando en festivales callejeros en Europa y América. “Hemos viajado a Bélgica, Alemania, Italia, Suiza… tocábamos en el Game Fest, una especie de Cervantino europeo donde hay calles enteras para artistas urbanos”, cuenta mientras acomoda sus cubetas.
Pero la vida en la música no siempre es fácil. Tras la disolución de su grupo, Asper decidió continuar solo, apostando por su propio estilo y buscando nuevas oportunidades. “Ahorita quiero sacar más rolas, tener un repertorio de 45 minutos y presentarme en más eventos”, explica con entusiasmo. Sin embargo, el camino del artista callejero no siempre es bien visto. “Nunca nos apoyó el gobierno ni nadie, todo ha sido a base de ahorros y trabajo”, dice con una mezcla de orgullo y resignación.
Un sonido que nace del caos
El espectáculo de Asper no es solo música; es una experiencia. Cada golpe, cada vibración del didiridú, cada beat generado con su voz, tiene una historia detrás. Su instrumento principal no es la batería ni una consola de producción, sino el entorno mismo. “Lo mío es análogo, completamente. No uso computadoras, todo lo hago con lo que tengo a la mano”, dice mientras muestra sus manos marcadas por el contacto constante con las cubetas.
Aprendió a tocar observando videos en YouTube y practicando en las calles. “Un amigo me enseñó un video de un chavo en Estados Unidos tocando botes, y me impresionó. Dije: ‘yo también quiero hacer eso’”, recuerda. Desde entonces, su vida ha estado marcada por la música y los viajes. “Lo padre es que puedo empacar todo en mi mochila, llevarme mi show a cualquier parte y vivir de esto”, dice sonriendo.
Entre beats y pensamientos
Mientras toca, Asper está en un estado de concentración absoluta, pero su mente no se detiene. “Pienso en muchas cosas: qué voy a comer, en el Fortnite, en la gente que pasa”, dice riendo. Su vida es un equilibrio entre improvisación y disciplina, entre arte y supervivencia.
Al terminar su show, la gente aplaude, algunos dejan monedas, otros se acercan para tomar fotos o preguntarle sobre su música. Él agradece con una sonrisa y comienza a guardar sus cosas. El espectáculo ha terminado por hoy, pero mañana, la Plaza Principal volverá a vibrar con su ritmo.
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