León, Guanajuato.- En la esquina de Donato Guerra con Francisco I. Madero, en pleno centro de la ciudad, ahí, frente a los comercios, las prisas y el ruido del tráfico, ocurre un fenómeno tan común que ya nadie lo nota: el semáforo peatonal marca rojo, pero la gente cruza como si estuviera en verde. Familias enteras, oficinas completas, estudiantes y hasta policías repiten el mismo comportamiento. Voltean a la derecha, luego a la izquierda, se aseguran de que ningún coche venga… y se lanzan. El semáforo apenas sirve como decoración.
Durante la un ejercicio de observación realizada en este punto —que es una de las esquinas más transitadas por peatones en la zona— la escena se repite con precisión casi matemática. El peatón llega, mira a los lados, calcula mentalmente sus probabilidades, y decide cruzar cuando percibe un “espacio seguro”. Lo curioso es que esa percepción rara vez toma en cuenta la señal luminosa que está frente a sus ojos. La prioridad no es el semáforo, es el flujo de autos. Si no vienen coches, el peatón siente que la calle le pertenece.
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Hay padres que cruzan jalando a sus hijos pequeños, enseñándoles que lo importante no es obedecer el semáforo sino “asegurar” que no venga un vehículo. Hay trabajadores que aceleran el paso antes de que el tráfico se reanude. Hay adultos mayores que avanzan con paso lento, a veces dudando, a veces regresando, mientras coches que dan vuelta sin direccional frenan de golpe para no atropellarlos. Incluso se observa a policías cruzar en rojo sin pensarlo dos veces, validando con su ejemplo la idea de que las luces peatonales son opcionales, no reglas formales.
La contradicción se vuelve todavía más evidente cuando llega el momento en que el semáforo sí cambia a verde. El peatón tiene cinco segundos exactos para cruzar —cinco— antes de que la luz vuelva a ponerse en rojo. En una esquina donde conviven peatones de todas las edades y condiciones físicas, cinco segundos son casi una burla, alcanzan para atravesar un carril si caminas rápido, pero no para cruzar con calma ni para quienes tienen movilidad reducida. Y como se trata de una vuelta continua para los vehículos, el peatón que por fin tiene el derecho de paso de todos modos es presionado por los autos que giran como si nada. Es una batalla constante entre quién cede primero.
Pero, ¿hay consecuencias legales por pasarse este semáforo si vas caminando?
En León, como en el resto de México, sí existen consecuencias legales por cruzar la calle ignorando un semáforo peatonal, aunque en la práctica pocas veces se aplican. El Reglamento de Policía y Vialidad del Municipio establece que todo peatón debe obedecer las señales de tránsito, y que cruzar con luz roja constituye una infracción administrativa, sancionable con una multa que puede ir desde los $400 hasta más de $1,000 pesos, según la tabla vigente de faltas viales.
La combinación produce un caos silencioso. Algunos peatones avanzan con determinación, otros se detienen a mitad del paso cebrado, (que por cierto ni pintado está) otros dudan, otros corren. Los conductores tampoco entienden si deben frenar, avanzar o negociar con señas improvisadas quién pasa primero. La calle se convierte en una coreografía torpe donde nadie sabe bien cuál es su turno, cuál es su prioridad o cuánto riesgo está corriendo. Si, todo por no respetar el semáforo en rojo.
Detrás de esta escena cotidiana hay una realidad más profunda:
Se trata de un hábito cultural arraigado. En León —como en gran parte del país— se aprende desde niño que para cruzar una calle basta con “ver a los lados”. La idea del semáforo peatonal como una protección legal, como una herramienta que ordena el espacio público y salva vidas, tiene poco peso en la práctica. El semáforo está ahí, pero el peatón confía más en su cálculo personal que en la señal luminosa.
El riesgo, por supuesto, no es hipotético. En León, la siniestralidad vial es una problemática documentado. Datos recientes publicados por el Municipio de León, muestran que en 2024 la ciudad registró más de 5,800 accidentes de tránsito, y que en los primeros meses de 2025 ya se acumulaban 11 peatones fallecidos por atropellos. El Observatorio Estatal de Lesiones Vehiculares ha señalado que, en promedio, en la ciudad se contabilizan alrededor de 200 accidentes al mes, y que entre 2019 y 2023 se registró un incremento superior al 50 % en peatones lesionados. Aunque no todos estos casos se relacionan directamente con cruces en rojo, sí confirman que caminar en León implica un riesgo constante, especialmente cuando la infraestructura peatonal es insuficiente o está mal diseñada.
El cruce de Donato Guerra y Madero es un ejemplo claro de cómo un semáforo mal sincronizado puede convertirse en un generador de estrés urbano. El peatón espera dos minutos para recibir cinco segundos de permiso para cruzar, mientras los autos disfrutan de una vuelta continua que ignora por completo la presencia humana.
Lo más preocupante es que esa normalización del riesgo afecta a todos. A los niños que aprenden desde pequeños que las reglas son opcionales. A los adultos mayores que dependen de la prudencia ajena para no ser arrollados. A los conductores que deben frenar de golpe o zigzaguear para evitar embestir a alguien. Y a una ciudad que, en teoría, está obligada a priorizar al peatón por encima del automóvil.
La pregunta que queda en el aire es incómoda: ¿realmente es culpa de la gente que cruza “mal”? ¿O es culpa de un sistema de movilidad que obliga al peatón a improvisar para sobrevivir?
