León, Guanajuato. — El silbato de un tren rompió el amanecer del 10 de julio de 1943, pero aquel sonido no anunciaba guerra ni destrucción. Por el contrario, era la señal de que la esperanza había llegado a León. En la estación principal de ferrocarril de la ciudad, hoy ubicada en la Colonia La Estación, cientos de personas aguardaban para recibir a los primeros refugiados polacos de guerra que pisarían suelo mexicano, tras una travesía de miles de kilómetros huyendo de la Segunda Guerra Mundial.
Europa estaba en llamas. Desde 1939, Polonia había sido invadida por dos dictadores, Adolf Hitler y Joseph Stalin, quienes se repartieron su territorio como si fuera un botín. Mientras los nazis convirtieron el oeste en el centro de sus campos de concentración y exterminio, la Unión Soviética deportó a más de 1.2 millones de polacos a Siberia y otras zonas remotas, sometiéndolos a trabajos forzados, hambre y muerte.
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“En Europa, los trenes llevaban a millones hacia la condena. Pero este tren, el que llegó a León, cargaba vida y libertad,” relata la historiadora Celia Zack de Zukerman, autora de La Pequeña Polonia en México.
Un viaje de 14,000 millas
Los pasajeros que llegaron a León habían escapado de una Europa que parecía no darles salida. Muchos eran mujeres, ancianos y niños —entre ellos 280 pequeños y 236 huérfanos— que habían perdido a sus familias en la guerra.
Liberados de los campos soviéticos por acuerdos internacionales, fueron trasladados primero a Irán, después a India y finalmente cruzaron el océano para llegar a Estados Unidos. Desde allí, emprendieron el último tramo de su viaje en tren hacia México, recorriendo en total 14,000 millas (más de 22,500 kilómetros).
“Ese tren no solo los movía de un país a otro. Los movía de la muerte a la esperanza,” explica Zack de Zukerman.
El día que León abrió sus brazos
Cuando el convoy se detuvo en la estación de León, el recibimiento fue multitudinario. Una orquesta militar entonó los himnos nacionales de México y Polonia mientras autoridades locales y ciudadanos ondeaban banderas y lanzaban vivas.
“Recuerdo que la gente nos abrazaba y lloraba. Nosotros también llorábamos, aunque no entendíamos bien el idioma. Era la primera vez que sentíamos que estábamos a salvo,” narró años después Anna Zarnecki de Santos Burgoa, una de las niñas refugiadas.
Incluso los trabajadores del ferrocarril, que en aquel momento se encontraban en huelga, aceptaron transportar gratuitamente a los refugiados como gesto de solidaridad. Fue un acto que demostró la humanidad y la hospitalidad de la ciudad.
El ambiente era de fiesta y emoción: los niños recibieron dulces y flores, mientras la población leonesa presenciaba un hecho histórico.
“Para los habitantes de León era algo increíble: en medio de la guerra mundial, su ciudad se convertía en un símbolo de paz,” agrega Zack de Zukerman.
El contraste de los trenes
Mientras en Europa los trenes conducían a miles de prisioneros hacia Auschwitz, Treblinka y otros campos de exterminio, este tren llegó a Guanajuato cargado de vidas salvadas.
“Los mismos vagones que en otros lugares eran sinónimo de muerte, aquí simbolizaron salvación. Fue como si el destino hubiera cambiado de vía,” reflexiona la historiadora.
Ese 10 de julio fue solo el comienzo. En los meses siguientes, un segundo grupo llegó el 2 de noviembre de 1943, sumando un total de 1,453 refugiados polacos que pisaron tierras mexicanas por primera vez en León.
El tren se detuvo, las puertas se abrieron y, por un instante, el horror quedó atrás. Aquella bienvenida marcó un nuevo capítulo para quienes habían sobrevivido a lo impensable.
La llegada de los refugiados polacos a León no fue improvisada ni producto de la casualidad
fue el resultado de una negociación internacional cuidadosamente planeada. En diciembre de 1942, el primer ministro polaco en el exilio, Wladyslaw Sikorski, visitó México y se reunió con el presidente Manuel Ávila Camacho para acordar la recepción de un grupo de refugiados que huían de la guerra. En aquel encuentro, México aceptó brindar asilo temporal bajo la condición de que su estancia durara solo mientras terminaba el conflicto. Incluso, Estados Unidos se comprometió a financiar el traslado y el primer año de manutención con 3 millones de dólares, mientras que Gran Bretaña actuó como mediadora. Así, cuando el tren llegó a León el 10 de julio de 1943, ya todo estaba pactado: autoridades mexicanas, estadounidenses y polacas habían trabajado durante meses para que ese momento histórico fuera posible.
Pero ¿A dónde fueron una vez llegaron a León Guanajuato?
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