León.- Un incendio aparentemente provocado marcó la noche de este jueves, en definitiva, el fin de una época. La Panificadora del Bajío, aunque dejó de existir hace años, está ligada a la memoria y al sentimiento de los leoneses. Era la que tenía una flotilla de “vaquitas” para distribuir sus productos recién salidos del horno a toda la ciudad, desde el centro hasta las colonias más alejadas.
Eran tiempos en que “las colonias más alejadas” no pasaba de Piletas, Cerrito de Jerez, San Miguel, el Moral y Valle de Señora. Ahí llegaba el camioncito azul con blanco, con su característico claxon-mugido para anunciarse, mucho antes que el aviso fuera “el panadero con el pan” de Tin-Tan.
Eso queda ya solamente en el recuerdo, pues la empresa cerró hace unos 15 años y el edificio quedó en el abandono. Los dueños, la familia Ramírez, cerraron de un día para otro y dejaron el lugar prácticamente abandonado y en un interminable juicio sucesorio. Mobiliario, implementos de la panadería, equipo de oficina, todo se quedó ahí, en el edificio de Donato Guerra 115. Pinzas, charolas y exhibidores podían verse sin problema a través del ventanal, mientras el polvo comenzaba a cubrir todo.
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Del abandono vino la rapiña; los malvivientes entraron brincándose al segundo piso trepando por la marquesina y sacaron casi todo; dejaron algún sillón y estantería de madera, que a nadie serviría.
Fue, ese amplio inmueble, un lamentable ejemplo de abandono en pleno primer cuadro de la ciudad, durante años en el descuido y además como foco de contaminación y nido de vagos. Décadas atrás había pertenecido a la familia Garcidueñas, como vivienda, que fue la que lo transfirió a los Ramírez para fundar la tahona. Amasijo, hornos y talleres cabían en el amplio inmueble, y también había espacio hasta para estacionar el equipo de “vaquitas”.
Incendio total
El deteriorado edificio tenía ya 3 lustros sin corriente eléctrica, ni había veladoras u otra condición que pudiera presuponer un incendio accidental. La lumbre fue prendida de manera deliberada por algún malintencionado que, al pasar, arrojó un cerillo u otro objeto encendido.
Las maderas viejas ahí amontonadas no tardaron en consumirse, las llamas crecieron extendiéndose hacia el interior del edificio, acabando con un sillón negro, un viejo canasto de palma para bolillos, papelería, etcétera.
Hacia el exterior, el fuego alcanzó el que fuera su emblemático letrero, que si en su tiempo brillaba con focos de neón, ahora lo hizo ardiendo amenazadoramente, tanto que preocupó a los pocos vecinos que quedan en esa cuadra de la Donato Guerra, y que pese a que era cerca de la medianoche, casi viernes 30 de junio ya, permanecieron en la calle hasta asegurarse de que los bomberos hubieran controlado por completo el siniestro.
cv