San Miguel de Allende.- Tenía apenas ocho años cuando recorría los pasillos de La Fábrica La Aurora, en San Miguel de Allende, ese espacio convertido en museo y centro cultural que alguna vez fue una de las fábricas textiles más importantes de la región.
Caminaba sin prisa, mirando obras, cuando algo me detuvo de golpe: unas esculturas humanoides, deformes y misteriosas, de miradas vacías y profundas, me atraparon como si me hubieran estado esperando. Eran cuerpos que parecían de otro mundo, con rostros extraños, deformes, entre lo humano y lo fantasmal. Me Marcaron para siempre.
Yo me quedé ahí, paralizado, fascinado e intrigado. Fue entonces cuando escuché una voz detrás de mí:
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—Es papel maché —dijo.
Al voltear, lo vi. Edward Swift. Con casi dos metros de altura, su figura era parecía gigantesca. Su mirada era serena, su sonrisa amplia, contagiosa y confiada, un contraste radical con la crudeza y el misterio de las piezas que me tenían hipnotizado.
“Mucho gusto, soy Edward Swift, y esta es mi obra. Es papel maché”, dijo en un español entrecortado.
Ya que su lengua materna era el inglés. Yo, un niño sorprendido, lo vi como alguien salido de un cuento: un hombre enorme, sonriente, amable, que irradiaba buena vibra, nada que ver con las figuras inquietantes que creaba con sus manos.
El origen de un creador peculiar
Edward Swift nació en el Big Thicket, en el este de Texas, y vivió muchos años en Nueva York, donde expuso en galerías como la 2/20 de Miguel Herrera. Desde hace décadas eligió San Miguel de Allende, Guanajuato, como su hogar. Ahí encontró en La Aurora un refugio perfecto para exhibir sus obras y construir un mundo propio de personajes que oscilan entre lo tierno y lo perturbador.
Además de escultor, Swift es escritor: ha publicado ocho novelas y un libro de memorias. Sus historias y sus esculturas comparten una esencia: la exploración de lo humano desde lo extraño, lo fragmentado, lo que a veces da risa y a veces causa desasosiego.
Las Cajas Blancas
En su serie White Boxes, Edward trabajó cajas de madera cubiertas con manta de cielo, botones y barro polímero. Cada una es como una ventana hacia un universo contenido: pequeños cuerpos con rostros blancos, semejantes a espíritus encapsulados en un espacio reducido. Se trata de escenas comprimidas que juegan con la repetición y lo colectivo, como si cada caja guardara una multitud de almas atrapadas.
Los Guardianes
En Guardians/Vigilantes creó figuras monumentales, de más de dos metros, elaboradas con papel maché sobre madera y alambre. Llevan símbolos grabados en los cuerpos, que no significan nada específico y, sin embargo, lo sugieren todo. Estas piezas recuerdan a tótems o figuras tribales que parecen vigilarnos a nosotros, los espectadores. Sus rostros pintados con acrílico y sometidos a procesos agresivos —lavados con manguera, frotados con cepillos— muestran la voluntad de Swift de que el arte resista y sobreviva al maltrato. Es un trabajo de rudeza y poesía al mismo tiempo, inspirado en fórmulas que aprendió de la artista de Luisiana Clyde Connell.
One Leg to Stand On
Quizás la serie más personal y profunda de Swift sea One Leg to Stand On. Son esculturas hechas con papel maché, alambre y zapatos viejos. El título proviene de la expresión inglesa “You don’t have a leg to stand on”, que se refiere a una situación en la que no tienes pruebas o no puedes sostener tu postura. Para Swift, esta metáfora se volvió literal: figuras humanas que solo tienen una pierna para sostenerse.
Pero hay otra capa más íntima. Su madre usaba esa frase con ironía, diciendo: “I’m a tired old worn out widow with only one leg to stand on” (“Soy una viuda vieja y cansada que apenas puede sostenerse con una pierna”). Para ella, significaba estar al borde, en su última opción. Ese humor ácido y doloroso marcó a Swift, y la serie se convirtió en un homenaje extraño a esa memoria familiar.
Además, el propio Nicholas Cuéllar, artista de San Miguel, lo inspiró cuando hace unos 15 años le vendió dibujos donde aparecían hombres parados en una sola pierna. Swift convirtió esa idea en esculturas inquietantes, de dos a tres pies de altura, que parecen tambalearse entre la fragilidad y la resistencia.
Muscle Men y el humor del cuerpo
En otra faceta, más juguetona, Swift creó Muscle Men, figuras pequeñas de madera con brazos de muñeco. Inspirados en amigos del gimnasio, representan la exageración masculina llevada al absurdo: cuerpos cuadrados, vestimentas ridículas, con detalles de humor y ternura. Aunque cada pieza parece caricaturesca, hay detrás una crítica velada a los estereotipos de fuerza y masculinidad.
El mundo al revés
En 2018 Swift trabajaba en una instalación monumental llamada The Upside Down World. Se trataba de cien figuras que colgarían boca abajo de cuerdas, como si la gravedad y el orden natural se hubieran roto. No había decidido si pintarlas, dejarlas en blanco y negro o exhibirlas tal cual, mostrando el proceso inacabado. El proyecto buscaba confrontar al espectador con un mundo volteado, donde lo extraño y lo incómodo obligan a replantearse la manera en que miramos la realidad.
La paradoja de Edward Swift
Quien lo conoce en persona entiende la paradoja: Edward Swift es un hombre sonriente, cálido, que transmite confianza y ternura, pero su obra está llena de rostros vacíos, miradas huecas, cuerpos torcidos y vigilantes que parecen observadores de otro mundo. Su trabajo navega entre la ironía, el dolor y la burla, pero también entre la fascinación y la belleza.
A lo largo del paso del tiempo, Lo recuerdo como un gigante sonriente, explicando con sencillez que sus criaturas estaban hechas de papel maché. Y pienso que, en el fondo, esa frase resume su arte: de lo frágil y humilde —el papel, el alambre, los zapatos viejos— nacen mundos que nos cuestionan, nos inquietan y nos obligan a mirarnos en esas miradas vacías.
Edward Swift encontró en San Miguel de Allende un hogar para él y para sus criaturas. Y en cada obra dejó la huella de esa mezcla entre lo humano y lo extraño, lo cómico y lo oscuro, lo tierno y lo inquietante. Un universo entero sostenido, quizá, en una sola pierna.
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