Esta semana se ha llevado la palma, el déspota y autoritario presidente de México, Andrés Manuel López Obrador. Llevamos cinco años y casi tres meses, de escándalos tras escándalos cada día, cada semana, cada mes; no hemos tenido descanso los mexicanos de ir y venir con todo tipo de miserias humanas por parte del mandatario y su gobierno.
Han escalado cualquier tipo de temas en el ámbito social, económico y político. Con la habilidad de sorprendernos a todas y todos los mexicanos, con cuestiones inimaginables en el día a día, nunca vividos por el pueblo. Hemos pasado de la falta de combustible, la incertidumbre y miedo de tener que hacer largas colas para llenar el depósito de nuestros coches, a comprar garrafas y llenarlas de gasolina para almacenarlas como si viviéramos en un estado en guerra.
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Hemos vivido lo nunca antes visto, con el desabasto de medicamentos, insumos para análisis clínicos de “rutina” cómo analíticas sanguíneas y ni que decir, de medicinas para enfermos crónicos y en muchos casos, terminales, que no han contado con medicinas para cubrir sus ciclos de tratamientos, encontrando la muerte por la negligencia de los políticos encargados de la salud pública.
El ascenso incontrolable de la inseguridad pública. Como nunca, el país convertido en zona de guerra donde los cárteles de la droga se han multiplicado por cientos, en todo el territorio nacional, donde son la ley y la autoridad que gobierna municipios, entidades federativas y regiones completas, ante la complicidad comprobada del gobierno federal, que ha articulado una inaudita política pública, denominada “abrazos y no balazos”. Lo que ha llevado al gobierno de AMLO, como ningún otro mandatario, a ser considerado y calificado por los propios mexicanos y por el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica, como un narco-presidente.
Un auténtico Estado fallido, incopetente de generar y garantizar su propio funcionamiento o los servicios básicos a la población. Incapaz de controlar la criminalidad y hacer crecer la economía del país. Con altos niveles de corrupción, impunidad, inseguridad ciudadana, altos niveles de terrorismo y narcotráfico. Incapacidad probada de las fuerzas y cuerpos de seguridad, altos niveles de pobreza e ineficacia gubernamental.
Cómo nadie en la historia moderna de México, López Obrador, se ha entrometido en la vida institucional de los otros dos poderes. Ha sido indolente, irresponsable y déspota al no respetar la división de poderes y considerar que él, está por encima de la ley. “Por encima de la ley, está la autoridad moral y autoridad política. Yo represento a un país y represento a un pueblo, que merece respeto”. ¿Qué tal? Menos mal, que juro cumplir y hacer cumplir la constitución y las leyes que de ella emanan.
¿Qué hay en la cabeza del autoritario y déspota mandatario? Desde luego, que represión y miedo. A más represión gubernamental, mayor temor tendrá la población. Eso le ha sucedido a la clase política y a los partidos políticos. Pero ese mayor temor en los ciudadanos produce otro efecto, menos conocimiento sobre el apoyo que el dictador tiene entre la gente.
Un poco o nulo conocimiento de lo que piensa la gente, aunque se llene la boca en decir que la gente está “feliz, feliz”, el tirano presidente tendrá mayores justificaciones para también él tener miedo. AMLO no sabe en verdad, si los apoyos que recibe son sinceros, si los informes o datos que le mandan son verdaderos, si sus amigos lo son realmente. Llega así a temer a todos: ciudadanos, militares, amigos y colaboradores.
La locura de López Obrador es tal, que lleva los conceptos de totalitarismo, absolutismo político, tiranía, despotismo, los trastornos mentales del poder del presidencialismo al límite, sabedor que ya pronto, en siete meses se va.
¿No cree usted?
Dr. Carlos Dìaz Abrego