San Felipe.- Nunca tuvo empacho en decirlo: “Nací en San Felipe, Guanajuato”. Así lo declaró en una entrevista concedida a un grupo de estudiantes de la carrera de Ciencias Políticas de la UNAM, en 1985, después de haber sido galardonada con el Premio Nacional de Periodismo en la categoría de entrevista.
Un joven alumno, Abundio Núñez, se acercó luego de la ceremonia a entrevistarla sobre su origen y Cristina Romo Hernández, mejor conocida como Cristina Pacheco, le habló de su infancia en el pueblo de las “torres mochas”. Ahí vivió apenas sus primeros 4 años de vida; luego la familia emigraría a San Luis Potosí solamente una breve temporada, y de ahí a la Ciudad de México, donde creció y desarrolló su profesión.
A San Felipe no volvieron, pero Cristina, quien tomó el apellido de su esposo José Emilio, se declaró siempre guanajuatense.
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Accidente y migración
La familia Romo Hernandez fue a la Ciudad de México por un accidente que sufrió la entonces niña Cristina, al caer de unas escaleras. La atendió un especialista cuyo consultorio estaba cerca de la estación de Buenavista.
Al conocer la capital, la madre de Cristina propuso que, ya que estaban en la ciudad, se quedaran a vivir ahí. Aunque el papá se opuso y se regresaron al pueblo, poco tiempo después la sugerencia de la mamá se impuso y se fueron al DF definitivamente. Pesaron más las razones objetivas: la familia campesina no podía salir adelante en medio de la sequía y la fiebre aftosa que acababa con el ganado. Eso los llevó a emigrar en 1946 a la ciudad de México, donde entra a primaria en la escuela “José Arturo Pichardo”, sigue con estudios de secundaria hasta pasar por la Escuela Nacional Preparatoria y de ahí a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde estudió Letras Hispánicas, según reseña el periodista e historiador Federico Velio Ortega.
Mar de historias
Ni Cristina ni su familia regresaron a San Felipe, donde ella había nacido el 3 de septiembre de 1941, pero la conductora de “Aquí nos tocó vivir” lo llevó presente.
Tan presente que, en su magnífica serie de artículos “Mar de historias”, publicado cada domingo en la contraportada de La Jornada, las narraciones mezclaban la nostalgia y la esperanza, la desazón y el júbilo, las distancias y los encuentros, el olvido y la presencia.
Ficciones basadas en la realidad más inmediata, situadas siempre en escenarios de la capital, pero con personajes, situaciones y pobrezas que se ven con facilidad en cualquier municipio del país. En San Felipe, por ejemplo.
Una buena y muy recomendable antología de ese Mar de Historias viene compilada en el libro “El corazón de la noche”.