Villagrán.- La explosión de un polvorín el pasado 7 de diciembre en la comunidad de Suchitán dejó a muchas más víctimas que las personas que fallecieron o que resultaron lesionadas en el fatídico siniestro. El dolor se extendió a toda la comunidad, pero directamente a la familia Aguirre Galván, y a un gremio comúnmente satanizado cada vez que ocurre una desgracia relacionada con la pólvora.
Luego de la tragedia del miércoles pasado, los críticos contra la actividad de la cohetería clamaban: "Que ya no fabriquen cohetes, dedíquense a otra cosa".
Murieron cinco personas, entre ellas dos niños de 5 y 2 años, víctimas del accidente cuya detonación se escuchó a kilómetros de distancia y destruyó el taller donde elaboraban pirotecnia para las fiestas del 12 de diciembre, Día de la Virgen de Guadalupe, una fecha en la que los explosivos tienen alta demanda, para ser tronados en las fiestas patronales de los barrios y comunidades.
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Alta demanda también en estas fechas, por las posadas que se avecinan, y posteriormente para la celebración de Año Nuevo. Una buena temporada para los coeheteros, pues. Esto, a pesar de que en la vecina Celaya está prohibida la venta y uso de pirotecnia, pero aun así el mercado es extenso en el propio Villagrán y los otros municipios aledaños.
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Actividad ancestral
Familias enteras se han dedicado a este negocio durante generaciones. El riesgo está desde siempre, pero en muchas otras empresas también lo hay.
A Paulina le tocó perder a una parte de su núcleo familiar, mientras ella estaba fuera de la ciudad cuando se enteró de que algo malo había pasado en Suchitán. Sin pensarlo dos veces emprendió el camino a su comunidad, aun sin saber la magnitud de la tragedia.
Al llegar se enteró del fallecimiento de Rodrigo, Juan, Juan Carlos, y de los niños Karla y Diego Enrique, de 2 y 5 años respectivamente.
La mamá de Paulina había resultado con quemaduras y golpes en el cuerpo. Sobrevivió, pero está grave, con fuertes dolores y moralmente destrozada, como por desgracia lo está toda la familia.
En un mensaje en redes, la joven lamenta la falta de empatía ante la dolorsa situación.
Responde a quienes critican y que le señalan que deberían dejar esa actividad. “Entonces que también cierren las fábricas como Deacero y Nacobre, porque ahí también ha habido muertes y amputaciones, gente calcinada y muerta”.
Esos accidentes laborales, asegura, han sido más frecuentes “que las explosiones que puede haber en el trabajo de mi familia”.
Paulina aseguró que, en los 23 años que ha vivido, este ha sido el primer accidente en el polvorín de su familia.
CV