OAXACA

Oaxaca entre sonidos y sombras: el músico ciego que vibra con su acordeón

Hace más de 20 años eligió la calle como escenario, no por falta de talento, sino por la escasez de oportunidades para personas con discapacidad visual

La música le ha abierto amistades y oportunidades en espacios donde suele haber exclusiónCréditos: Citlali López
Escrito en ESTADOS el

Cada vez que Max hace sonar el acordeón, es como si su corazón cantara. Las notas se escapan libres por las calles de la “verde Antequera”, a veces recordando que Dios Nunca Muere, otras, entonando La Llorona.

Maximiliano Cruz Pérez es un músico urbano que llena las calles no solo con su música, también con sus charlas y su amplia sonrisa. Su presencia en el andador turístico de Oaxaca es como el verde de la cantera y el azul del cielo: imprescindible para disfrutar de la ciudad.

Tiene 42 años. Su formación musical fue prácticamente autodidacta. El amor por el acordeón le fue compartido por un amigo. “Él acomodó mis dedos sobre el acordeón y así fue como empecé a practicar”.

La necesidad económica lo llevó a tomar las calles como fuente de ingresos. Para una persona sin el sentido de la vista, los retos para conseguir empleo se multiplican. “Yo tengo que sostener una familia. Tengo que pagar renta. Dos personas dependen de mí: mi hija de siete años y mi esposa”, explica, mientras sus dedos se posicionan sobre los botones que hacen bailotear el fuelle del acordeón.

Sin embargo, su motivación no es únicamente económica. Estar en las calles también le ha permitido forjar amistades y abrirse camino en espacios que, socialmente, suelen estar negados a personas con discapacidad. Desde hace años ameniza con su acordeón en un restaurante, da clases particulares de acordeón y teclado, y también alegra fiestas y reuniones familiares.

Con los sentidos alerta

Guiado por el bastón blanco, todos los días Max recorre el andador turístico, desde la primaria Benito Juárez hasta el Museo de Arte Contemporáneo (MACO). Mentalmente cuenta los pasos para llegar con precisión al sitio que es su escenario. Sin la vista, el tacto, el olfato y el oído se han convertido en sus mejores aliados. Su percepción del entorno es tan asombrosa como simple.

Fiel al ritual de quienes habitan Oaxaca, al mediodía interpreta solemnemente el Dios Nunca Muere del maestro Macedonio Alcalá. Sabe que son las 12 del día porque el sol ya ha borrado la sombra del edificio de cantera y comienza a quemarle las puntas de los pies.

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Calculo en dónde está el sol. Yo me guío con el oído, con el olfato, con los pies para calcular en dónde ando, en qué horario, todo. Cuando vengo con una persona que me está guiando no cuento los pasos porque me siento seguro, pero a veces también me pasa que se me olvida que no es necesario contar y mi memoria va contando. El olfato me ayuda para buscar en dónde comer. Todos los sentidos tienen su chiste”.

Su acordeón, viejo pero fiel, va contando historias que suavizan el ajetreo sobre la verde cantera, acompaña el sopor del día a día y da testimonio de la cultura que engalana cada rincón de la ciudad.

Max no necesita palabras para expresar lo que siente, simplemente se deja llevar por las notas que corretean en el aire. Es uno de esos personajes que dan identidad al paisaje urbano solo por compartir su pasión por la música.

Cada día más difícil

La mañana avanza y apenas algunas monedas han caído en la alcancía, a la que le ata una agujeta para evitar que algún rufián se la lleve junto con su ingreso. Ya no es lo mismo desde la pandemia. La enfermedad desgastó tanto a la población que aún no logra recuperarse, afirma.

Con su acordeón al pecho y una sonrisa en el rostro, Max continúa su jornada, que no es solo su manera de ganarse la vida, también es su forma de compartir alegría, resistir y seguir adelante.

“En mi caso personal, tengo la música. Toco el acordeón, pero también teclado, armónica, flauta… y doy clases de eso también”, dice con orgullo. Su andar por las calles no es por falta de talento, sino por falta de oportunidades. “La gente me dice: ‘¿Por qué tocas en la calle si tocas tan bonito? ¿Por qué no buscas un restaurante u otro lugar donde trabajar?’ Pero no es tan fácil. Aunque toques bien, muchos lugares ya están ocupados. Hay mucha competencia.”

Max eligió la calle, y en ella encontró mucho más que un espacio para tocar. “Aquí se encuentra buena amistad. Yo tengo como 20 o 25 años viniendo a tocar diferentes instrumentos. Inicié con la flauta. He conocido mucha gente, y gracias a eso, me contratan para eventos, fiestas o hasta para tocar en sus casas.”

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La música, más allá del sustento económico, le da sentido a su vida. “Me siento alegre cuando toco. Tengo una discapacidad, pero por lo menos sé hacer algo con mis manos. Como dice un compañero que vende bolsitas, Godofredo: ‘A mí me falta un pie, pero no me faltan los ojos. A ti te faltan los ojos, pero no te faltan los pies ni las manos’. Y tiene razón. Yo agradezco que puedo moverme, caminar, usar mis manos, mis oídos, mi mente.”