VIOLENCIA SEXUAL INFANTIL

"Mi nueva pareja abusó de mi hija menor de edad": la historia de Lulú que enfrentó vacío legal

En entrevista con La Silla Rota, Lulú, madre queretana que logró la detención del hombre que abusó de su hija, relata cómo “la justicia no es pronta ni expedita”. Su búsqueda, impulsada más por ciudadanos que por instituciones, terminó con el agresor en prisión, pero evidenció penas insignificantes

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Querétaro, Querétaro -Lulú —nombre ficticio para proteger su identidad— aún recuerda el día en que encontró a su entonces pareja en una situación íntima e inapropiada con su hija de catorce años. “Ese día se me cayó el mundo. Me temblaron las piernas. No supe ni cómo respiré”, relata en entrevista con La Silla Rota.

La historia de Lulú y la débil respuesta del Estado ante la violencia sexual infantil. Foto: Margarita Solano/La Silla Rota.

La mujer, nutrióloga de profesión y madre de tres hijas, conoció a su entonces compañero sentimental en un club deportivo familiar de Querétaro durante la pandemia en el año 2020. Él trabajaba como instructor y tenía una imagen impecable entre los usuarios. “Era amable, educado, sonriente. Todos confiábamos en él, absolutamente todos”, cuenta.

Hoy, 18 de noviembre, en el marco del Día Mundial para Prevenir la Explotación, los Abusos y la Violencia Sexual contra los Niños y Promover la Sanación, Lulú relata cómo el delito de estupro —el engaño y manipulación que derivan en una relación sexual con una persona menor de edad— le cambió la vida para siempre y la obligó a enfrentar un camino de dolor, denuncia y búsqueda de justicia.

El inicio del engaño

Con la llegada de la pandemia en 2020, más de sesenta gimnasios en Querétaro cerraron sus puertas, según confirmó la Cámara de Comercio. Lulú dejó de ejercitarse fuera de casa y el instructor que conocía del club deportivo —ese hombre amable y atento que saludaba a todas las familias— perdió su empleo.

Sin trabajo fijo, él comenzó a ofrecer entrenamientos al aire libre. Varias mujeres, hombres y familias se sumaron a esta nueva rutina en espacios abiertos, incluida Lulú. Fue en ese parque, a unos pasos de su hogar, donde empezó un acercamiento que ella entonces interpretó como apoyo y compañía.

Durante los meses siguientes intercambiaron mensajes, notas de voz y algunos cafés. “Hubo un bombardeo de amor muy intenso”, recuerda Lulú. El hombre se mostraba encantador, buen conversador, atento, incluso juguetón con sus hijas, de su primer matrimonio. Gradualmente, construyó una relación basada en confianza… y manipulación.

Con los meses, el romance entre Lulú y el entrenador era ya una realidad que le ayudaba a atravesar la cuarentena con un poco de esperanza.

Una tarde, él llegó con globos para ella y para sus hijas. “Tenía detalles increíbles”, recuerda. Poco después propuso formar una familia y mudarse juntos. Lulú aceptó, pensando que estaba construyendo un hogar distinto y más estable que el que tuvo con el padre de sus hijas. Pero el espejismo duró poco.

Una mañana de domingo, todo se desplomó cuando Lulú sorprendió al entrenador en una situación prohibida con su hija menor, un hecho que por ley constituye el delito de estupro.

A la fuga y a esperar

Aquel domingo, Lulú llamó al 911. “Marcaba y marcaba… nadie contestaba”, recuerda. La emergencia tardó casi tres horas en llegar entre la llamada y la patrulla.

Mientras hablaba por teléfono, vio lo inimaginable: su hija salió en pijama y el entrenador se la llevó. “Los vi irse… y no sabía si estaba a salvo.”

Cuando por fin llegó la policía, solo preguntaron si quería denunciar. La trasladaron a la Fiscalía 2 para reportar la desaparición; la Alerta Amber se activó hasta horas después. En plena madrugada tuvo que acudir también a la Fiscalía 4 para denunciar el delito sexual, repitiendo una y otra vez lo que había visto. “Te hacen dudar de ti. No te tratan como víctima”.

Lulú recuerda que incluso le insinuaron que su hija “se había ido por voluntad propia”. La abogada Sofia Moreno Mota, en entrevista con La Silla Rota, calificó esa postura como revictimizante y errónea. “Esa narrativa confunde, desplaza responsabilidades y deja solas a las víctimas”, afirmó.

Al final, la instrucción oficial fue la misma: irse a casa y esperar noticias. “Y esperé… sin saber si mi hija estaba viva o muerta.”

Un delito con castigos insignificantes

Lulú había publicado por segunda vez un llamado colectivo para localizar al agresor en sus redes sociales, mientras ella y sus hijas seguían viviendo con miedo en la misma casa donde todo comenzó. La confirmación llegó con un mensaje en Internet: “¿Es él?” acompañado de una imagen. Y sí, era él.

El entrenador fue capturado en el caribe mexicano, lo encontraron vendiendo planes turísticos en el Caribe. Su detención no fue obra de las instituciones públicas, sino del esfuerzo de personas comunes que decidieron ayudar donde las autoridades no bastaron.

Tras su captura, el hombre fue puesto a disposición de las autoridades de Querétaro, donde enfrentó el proceso penal por estupro. La Fiscalía 4 logró mantener abierta la carpeta de investigación y un juez validó la orden de aprehensión. Fue uno de los pocos casos en que este delito, no clasificado como grave en México, avanzó con rapidez.

El entrenador ingresó al penal de San José el Alto de Querétaro en el año 2022 mientras continuaban las investigaciones. Ahí permaneció sin sentencia condenatoria durante meses, "un reflejo de la lentitud del sistema judicial mexicano", señala la madre de familia. “La justicia no es pronta ni expedita”, lamentó Moreno Mota, que acompañó a la familia en todo el proceso.

Finalmente, el agresor permaneció "únicamente un año y tres meses" en prisión porque las penas por estupro varían según el país y la gravedad del caso, pero generalmente implican prisiones bajas y multas pequeñas. Aunque la sentencia tardó en definirse, su permanencia en el penal representó una victoria a medias para Lulú y para quienes la apoyaron, al tratarse de una de las primeras órdenes de aprehensión por estupro logradas en tan poco tiempo.

A la par del proceso, Lulú fundó la asociación Justo para Vic, dedicada a ofrecer asesoría legal gratuita y acompañamiento a víctimas de violencia sexual. “Lo hacemos porque sólo una mínima parte llega a denunciar, y menos aún a sentencias”, dijo en entrevista.

Con el agresor detenido y un movimiento comunitario fortalecido, Lulú transformó su historia en una causa. Su caso se convirtió en un testimonio de resistencia y en un llamado urgente para mejorar la protección y el acceso a la justicia de niñas, adolescentes y mujeres en México.

Un país que no logra medir su herida

En México, intentar saber cuántas niñas, niños y adolescentes viven violencia sexual es como mirar un paisaje a través de un cristal empañado; se distinguen las sombras, pero no los contornos. 

Aun así, las cifras preliminares de 2024 permiten entrever la magnitud del daño. La Secretaría de Salud reporta ocho mil 775 menores atendidos por lesiones derivadas de violencia sexual: bebés de hasta cinco años, niñas y niños que apenas empiezan la primaria, y sobre todo adolescentes —casi siete mil— que cargan con heridas que no siempre se ven. La desproporción es grande; más del 92 % de las víctimas son mujeres. 

La Secretaría de Salud estima que en lo que va del año se atendieron ocho mil 775 infantes por lesiones de violencia sexual: 610 menores de cero a cinco años; mil 217 de entre seis y 11, y seis mil 948 adolescentes de 12 a 17 años. De las víctimas, el 92.71 % (ocho mil 136) fueron mujeres, el 7.06 % (620), hombres, y el 0.21 % (19) no se especificó.

La Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares del INEGI en el 2021, revela que 12.4 millones de mujeres mexicanas reconocen haber vivido violencia sexual en su infancia. Cifras que no solo describen un problema, sino el eco de una herida colectiva que el país aún no sabe medir del todo.

Las cifras que desnudan a Querétaro

En Querétaro, la violencia sexual contra mujeres, niñas y adolescentes no es una excepción, es una sombra que lleva años creciendo a plena luz del día.

En 2022, el estado alcanzó una tasa de 12.13 denuncias por cada cien mil habitantes, colocándose en el primer lugar nacional en todas las violencias de género, de acuerdo con el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública. Un año después, la situación no mejoró: en 2023, el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO),declaró a Querétaro como la entidad peor evaluada del país en delitos sexuales.

Para Lulú, que vive en este mismo Querétaro donde las estadísticas se confunden con historias reales, estos números no son sólo informes oficiales, son el eco de su propia vida hecha trizas.