TUXTLA GUTIÉRREZ. - Con sombrero, camisa y pantalón vaqueros y cinturón “piteado”, Arcadio comienza su jornada laboral en alguno de los cruceros de esta ciudad para, con la venta de palanquetas y dulces de coco, ganarse la vida de forma honrada.
Desde hace 12 años él dejó su tierra natal, Nuevo Juan del Grijalva, municipio de Ostuacán, Chiapas, debido a que tuvo problemas con una persona que le disparó con un arma de fuego. Desde esa ocasión y tras perder una de sus piernas producto del impacto de bala, se mentalizó en no decaer.
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Arcadio Jiménez Jiménez, de 29 años de edad, cuenta que, ante la precariedad que vivía en su región, decidió aventurarse a la capital, donde ha trabajado como lavador de carros, vendedor de ropa o de chicles y cigarros, entre otros oficios con los que, sin duda, ha vivido lo mejor posible.
Por ello, su jornada comienza a las 9 o 10 de la mañana, todos los días, y termina hasta las 4 o 5 de la tarde, “hasta que acabe toda mi mercancía” y volver a un pequeño cuarto que alquila con una amiga por 1,100 pesos mensuales, lo cual le incluye los servicios básicos como agua potable.
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Hasta el momento, dice, no ha pensado en casarse ni tener hijos, aunque no descarta esa opción, pero su objetivo, por el momento, es continuar con su chamba y juntar el mayor recurso económico posible.
Pese a que sufrió la pérdida de su extremidad inferior izquierda cuando tenía como 19 años y tiempo antes su madre lo abandonó junto a sus cuatro hermanas y un hermano, advierte que eso no lo detiene e incluso nunca ha sido una limitante para poder trabajar y hacer sus actividades cotidianas.
“Tardé tirado como nueve meses en el hospital, se me ‘cangrenó’ la pierna, el hueso, y me la tuvieron que quitar; me dispararon por la espalda, pero vamos saliendo gracias a Dios, mi vida la disfruto como debe de ser, hago mi vida normal”, comenta el varón que, para caminar, se apoya de unas muletas.
Éxodo por necesidad
En Nuevo Juan del Grijalva, recuerda, su labor la desempeñaba en un rancho, desde sembrar hasta ordeñar vacas o cuidar los caballos. Sin embargo, no le pesa su pasado, pues sólo ganaba 85 pesos, de 8 de la mañana hasta 8 de la noche, todos los días. Para él, su suerte cambió en Tuxtla, sobre todo cuando lavó autos, pues a diario sacaba, mínimo, 400 o 500 pesos.
Arcadio es parte, desde hace como 25 meses, de los más de 1 millón de beneficiarios que reciben una pensión por parte del gobierno federal a través del Programa del Bienestar. Cada bimestre, él recibe 3 mil pesos como apoyo.
Su “salario” lo complementa con la venta de las cocadas y palanquetas que ofrece a los automovilistas cada que el semáforo se pone en rojo: de igual forma, obtiene hasta 400 pesos en una jornada laboral, “gracias a Dios”.
“Mucha gente me criticaba, decía que no iba a servir para nada (por la falta de su pierna), y luego mi familia ni en cuenta; pero acá estoy, me gusta trabajar, salí adelante como debe de ser”, afirma el hombre que logró terminar la secundaria porque su vida estaba destinada a cuidar del rancho de su patrón.
En Tuxtla, Arcadio ha recibido el apoyo de mucha gente, la que le brinda desde una palabra de aliento, hasta comida, empleo o una moneda. Ahora, su sueño es poner un negocio, pero para ello, está consciente de que tiene que trabajar más duro.
De acuerdo con el último censo sobre discapacidad presentado en el 2020 por el Instituto Nacional de Geografía y Estadística (Inegi), de las más de 5.5 millones de personas que viven en Chiapas, 227,818 cuentan con una discapacidad (114,991 son mujeres y el resto varones).
Hay avances
En entrevista, Rosemberg Román, titular nacional de la División para el Fortalecimiento de la Cultura de Inclusión del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), acepta que, en lo que va de este sexenio, sí ha habido avances, aunque refiere que aún falta por hacer.
“Muchas veces estos avances no son un beneficio directo e inmediato para una persona o una familia con discapacidad, pero un primer avance, por ejemplo, es una pensión, como la que da el actual gobierno federal”, resalta.
De hecho, dice que ese recurso sirve de mucho, porque la mayoría de veces las condiciones de discapacidad provocan que esas personas estén sumergidas en pobreza.
Sin embargo, comenta que un mejor “paso” ha sido la publicación, el pasado 2 de febrero, de la Norma Oficial Mexicana (NOM) para la certificación de la discapacidad, lo que significa que habría una restructuración en cuanto a la forma de cómo se ve esta condición desde la institución pública.
Antes de esta NOM, recuerda, la discapacidad se veía “en blanco y negro”, pues las instituciones le otorgaban a una persona un certificado que avalaba que era discapacitada.
“Pero ahora ya no será certificada por un solo médico, sino por un grupo colegiado de especialistas: el neurólogo, el psicólogo o el psiquiatra, entre otros que se requieren para dar un dictamen general, más preciso”.
Lo más importante de ello, añade el experto originario de Chiapas, es que se especificará el grado de la discapacidad que tiene un ciudadano, es decir si es leve, moderada o severa.
“Y aquí viene algo importante que, a principios de este sexenio no se tomó en cuenta, como el que no toda persona con discapacidad debe recibir el mismo apoyo económico, sólo quienes de verdad lo necesiten, y por eso es importante ese proceso de certificación que se avaló el pasado 2 de febrero”.
El apoyo aún es a “cuentagotas”
Basado en datos oficiales, subraya que en México habría por lo menos 10 millones de personas que requieren de la beca gubernamental como la que recibe Arcadio, es decir al menos el 50 por ciento de todas las que existen en el país.
Insiste en que antes había muchos “vicios” por parte de la misma gente, como lo que sucede en algunos pueblos donde, por usos y costumbres o “a punta de machete”, los médicos eran obligados a expedir certificados para “avalar” que una persona tenía una discapacidad.
“Muchas veces ese apoyo no lo necesitaba ese ciudadano, o si lo requería era en menor grado que otras personas con peores condiciones físicas”.
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