CHIHUAHUA.- La madrugada del 24 de septiembre de 2012, un comando reventó el portón de la casa de Erick Aguirre Balbuena, de entonces 27 años. Ingresaron a su casa, en Ciudad Juárez, y lo sacaron en ropa interior. A su esposa le dijeron que lo buscara en la Fiscalía de Chihuahua, que lo llevaban detenido. En ese momento llegó el desorden a la vida de Gloria Rita Balbuena: el desorden del sueño, alimenticio, familiar, emocional, económico y de su salud física. Su cuerpo empezó a mermarse. El hambre y el sueño también se fueron juntos.
Rita permaneció en la fiscalía chihuahuense con la esperanza de escuchar que todo se trató de un error, que sí detuvieron a su hijo pero que saldría libre. Rita esperó, sin resultados, una explicación para la desaparición de su hijo. Incluso se cambió de domicilio, rentó un pequeño cuarto en una vecindad a espaldas de la fiscalía estatal.
Cada día Rita despertaba, si tenía la suerte de dormir un poco, sabiendo que pasaría el día en esas oficinas. Y cada día la atención fue peor que el anterior, hasta que los oficiales optaron por ignorarla, hacer como que no existía. Lo único que supo es que su hijo nunca llegó detenido y que nadie tenía idea de su paradero.
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“Hasta ahorita no sé nada de mi hijo, en la fiscalía nunca tuve respuestas, a pesar de que ahí estaba todos los días, les lloraba, les decía que me ayudaran a buscar a mi hijo, pero nunca hubo respuesta de nada. Solo me ignoraron”, narra.
El primer año, Rita vomitó mucho a causa del desorden alimenticio. Su cuerpo no procesaba bien el alimento y empezó a sufrir gastritis severas, comía muy poco y dormía menos.
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“Pasaban los días y se me olvidaba comer. Tampoco dormía, podía durar hasta seis días sin dormir, dormitaba nomás. Me pasaba toda la noche pensando en mi hijo”, recuerda.
Una tarde saliendo de trabajar, Rita se dirigía a la fiscalía en un camión de transporte público. Pensaba en Erick, como casi todo el tiempo, cuando en la radio empezó a sonar “Sleepwalk”, de Ritchie Valens. Sin pensarlo, bajó del camión y se cruzó la calle donde circulaba otro autobús de transporte; sin embargo, el chofer pudo realizar una maniobra para no atropellarla.
Todavía con el corazón acelerado, Rita supo que la vida no tenía sentido para ella. Apenas puede describir lo que sintió esa vez. En otra ocasión, ella misma se apuntó con un arma de fuego en la cabeza: “Era tanto mi dolor que ya no podía vivir”.
Rita toma todos los días Diacreína con Meloxican de 50 miligramos, Hesperidina de 50 miligramos, Ketorolaco de 10 miligramos y Losartan con Hidroclorotiazida de 50 miligramos.
Para muchas madres buscadoras, el dolor es tan agudo y permanente que su sistema inmunológico las traiciona. Muchas de ellas, que buscan a seres queridos desaparecidos, no resisten y su cuerpo reacciona con diversas enfermedades: cáncer, diabetes, hipertensión, ansiedad y depresión.
OPERACIÓN TRAS OPERACIÓN
La primera vez que operaron a Rita fue por una hernia hiatal y la vesícula. Casi cualquier alimento era rechazado por su cuerpo, su bajo peso se hizo evidente y no tenía fuerza para seguir la búsqueda de su hijo.
Era 2013, cuando la operaron en una clínica particular, el procedimiento costó alrededor de 55 mil pesos y el proceso de recuperación fue duro, porque siguió perdiendo peso, sólo podía ingerir líquidos y a eso había que sumar que la depresión y la ansiedad persistían.
Rita logró recuperarse, estaba en tratamiento médico, psicológico y tomaba medicamento para dormir, Clonazepam, que, aunque le generaba mucha ansiedad y la hacía sentir muy triste, era la única manera que encontraba para poder dormir un poco.
Para 2014, los ataques de ansiedad arreciaron. Se volvieron ataques de pánico que la llevaban incluso a perder el equilibrio y a caer y quedar inmóvil. Se dio cuenta también que estaba perdiendo la facultad de escuchar.
Sus nervios del oído estaban quemados, en un primer diagnóstico le dijeron que no volvería a oír ni a caminar, que no se podía hacer nada. Sin embargo, otro doctor les dijo que era una operación difícil pero que valía la pena el riesgo antes que quedara inmóvil.
Rita no tiene seguro médico. Vendió una camioneta y su otra hija vendió también su auto. Les alcanzó para pagar la operación en una clínica particular. Rita estuvo tres semanas en cama en la misma posición, boca arriba, para que su oído no se moviera. La operación resultó bien, pero no pudo caminar hasta muchas semanas después.
En el oído quedó un zumbido que no se va nunca y que siente insoportable cuando crece la depresión y la ansiedad, que tampoco se han ido del todo.
“La depresión nunca se ha quitado, ahí está, y todavía no es hora que pueda dormir, empezó la ansiedad y no se va. Me internaron por la presión alta a raíz de esto. Todavía uso medicamento para dormir, porque de otra manera no puedo dormir, si no me lo tomo puedo durar días sin dormir”, cuenta.
Para el siguiente año un dolor en el pecho la llevó a descubrir que tenía un tumor, luego de realizarse una mamografía, una resonancia y un ultrasonido. Tuvieron que extirpar el tumor, a pesar de que no era maligno en un procedimiento que dejó a su familia con más problemas económicos.
EL DESGASTE
La condición de Rita exhibe no solo la crisis que enfrenta e impacta en su salud mental, también la de muchas mamás de víctimas de desaparición forzada.
“Es una crisis realmente lo que se está viviendo, las madres (buscadoras) se están desgastando”, alerta Silvia Méndez, directora del Centro de Derechos Humanos Paso del Norte, organización no gubernamental que acompaña y representa legalmente a familiares de personas desaparecidas y sobrevivientes de tortura.
De acuerdo con Méndez, la falta de atención especializada para las víctimas y sus familias es una crisis ya que, por una parte, en un primer momento, está la falta de una atención inmediata y, después, en el caso de desaparición, si la persona no aparece, es un proceso de larga data que desgasta al mantener una búsqueda y enfrentar los nulos resultados de las autoridades, lo que deriva, muchas veces, en enfermedades graves.
“El ver que no existe ningún avance va mermando la salud de todas las familias, emocional y física, pero sobre todo de las madres y ellas son, en mi experiencia, las últimas en atenderse, siempre se postergan”, menciona al periodista Marco Antonio López, de La Verdad.
IMPACTO PSICOSOCIAL
La guerra contra el narcotráfico ha dejado en el país la cifra de más de 100 mil desaparecidos. En Chihuahua hay 3 mil 512 personas reportadas desaparecidas y que no han sido localizadas, de acuerdo con el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas, del gobierno federal.
“Lo emocional está relacionado con cada parte del cuerpo y aunque cada persona es distinta, es difícil disociar la pérdida de una persona con las implicaciones de ese dolor en el cuerpo”, explica Alejandro Durán, psicólogo que acompaña a las familias de las víctimas de desaparición forzada y tortura en el Centro de Derechos Humanos Paso del Norte.
Por ejemplo, recuerda el caso de una mujer que busca a su hijo y que acude a cada rastreo que organizan desde el Centro de Derechos Humanos y que con el pasar de los años va manifestando un problema de hernias en la columna que se refleja en un severo dolor de espalda.
“Mientras ella no encuentre a su hijo va a seguir en los rastreos y mientras eso siga el problema de la espalda va a estar ahí, agravándose”, advierte.
“Es un impacto psicosocial que se tiene que medir desde lo multidisciplinario, pero difícilmente una autoridad va a asumir la responsabilidad porque no lo ven como una consecuencia del hecho que sufren las familias, un dolor físico no lo relacionan con la desaparición de un hijo”, asegura Durán.
Por su parte, Carmen Chinas investigadora del Observatorio de la Participación de las Mujeres (PARITE), subraya que las afectaciones emocionales y físicas son un tema poco estudiado.
“En sus reuniones las escuchas hablar de repercusiones en su salud: diabetes, hipertensión, cáncer. Mala alimentación por todo lo que implica la pérdida de un familiar. Además, lo emocional, el duelo suspendido porque no se sabe si su hijo está vivo, si ha comido, si lo están maltratando. Ese proceso de duelo continuado genera estrés y angustia permanente”.
En México sólo se cuenta con un breve apartado en un informe sobre la desaparición de jóvenes en Ayotzinapa, las repercusiones en la salud a sus madres, esposas, hijas, etc.
“El cuerpo se deteriora, se hacen presentes otras enfermedades que no estaban antes. No es sólo la salud mental y la angustia, el dolor, el estrés, esto se plasma en la salud física, el deterioro de las vidas. Vemos que hay varias buscadoras que han fallecido sin encontrar a su ser querido, por complicación de enfermedades. Ellas apelan (a familiares) que, aunque ya no estén, se siga con la búsqueda. ¡Esa parte es muy dura! Es un tema que urge atender integralmente, el tema de la salud mental y física que al final están juntas”, añadió la especialista.
CÁNCER QUE CARCOME
Desde hace 6 años, Zonia busca a su hijo Jorge Eduardo, estudiante en el Centro Universitario de Ciencias Económico Administrativas de la Universidad de Guadalajara. Se volvió investigadora, activista, psicóloga y guía para decenas de mujeres que, como ella, siguen buscando. Ver en la morgue, fotografías de cuerpos masculinos y femeninos descuartizados, absorber tanto dolor ya cobró factura, ahora se enfrenta al carcinoma ductal infiltrante.
“El doctor me dijo que el cáncer comenzó a formarse hace cinco o seis años. El 20 de febrero se cumplieron seis años de que se llevaron a mi hijo. Está totalmente relacionado con el dolor y la ausencia de nuestros hijos. ¡Definitivamente lo es!”.
Ella era una mujer sana, pero el cuerpo traiciona. Al ayudar a otras mamás buscadoras, revive todos los días su propio dolor, la herida está viva. Ahora el más fuerte motor para dar batalla, es su hijo menor de edad.