Acapulco.- En un negocio de malteadas saludables de color verde, ubicado en la calle Bernal Díaz del Castillo, en la colonia Progreso, dos mujeres se ríen de las compras que están haciendo por la aplicación de Marketplace de Facebook, donde desde hace semanas han aparecido diferentes grupos de Venta a “Precio Otis” o de “Roberto Otis”.
“¿Ya viste en cuánto están los colchones? A 2 mil 800. Ya los vi en el internet y están a casi 4 mil”.
Días después, una fuente certificada confirmará que muchos de los electrodomésticos, lociones, ropa de marca, tenis, colchones o pantallas gigantes están siendo vendidos “a precio Otis” en esta plataforma.
Te podría interesar
ÚNETE A NUESTRO CANAL DE WHATSAPP. EL PODER DE LA INFORMACIÓN EN LA PALMA DE TU MANO
Las mujeres son comadres y ya tienen apartados dos perfumes: “Yo le pedí el Valentino Born”, confiesa la mujer que prepara las malteadas con polvos que prometen bajar de peso, curar insomnio y otros achaques.
Apenas el viernes 22 de diciembre, el usuario identificado como Risko Jiménez promovía en Ventas Acapulco Otis unos tenis para mujer Michael Kors del número 5 en 1,000 pesos. Incluso ponía imagen de la etiqueta de Palacio de Hierro con el precio original de 2 mil 990 pesos.
Otro usuario de nombre Rafael Pérez Ramírez, de plano se voló la barda un día antes: “Ya cayó el aguinaldo para gastar, saquen cositas marca OTIS sobre todo si son de Liverpool, si te da pena por acá, manda inbox”.
Y Laura García, ya cerca de las 5 de la tarde el viernes, dice: “Alguna moto que tengan de Otis, compra inmediata manden inbox!”.
La Silla Rota logra contactar a uno de los vendedores de estos grupos y acuerda ir a ver dos relojes Nivada Skymaster para hombre con etiqueta de Liverpool. El encuentro será en el parque Papagayo. El usuario dice que hace un descuento por ser marca Otis. Quiere 5 mil pesos por los dos. Los relojes en la página de la tienda departamental marcan 4 mil 312 pesos. Eso significaría que por ambos, tendría que desembolsar más de 8 mil 600 pesos.
La cita se concreta. Siete de la noche, cuando el cielo ya está en sus últimos trazos rojos y la bahía silenciosa apenas asoma algunas personas caminando. Un último mensaje para confirmar el encuentro: —¿Cómo vienes vestido amigo?, pregunta el reportero. Pero el vendedor no responde. Pasan las 7:14, dice que ya los vendió.
Los enseres del gobierno, también en oferta
Las ofertas se extienden a algunos enseres, como refrigeradores, estufas y colchones que el gobierno mexicano ha donado a los damnificados. En las mismas páginas otro usuario pregunta: —8 mil en mano por enseres del gobierno.
En unos pocos minutos salen ofertas: “¡Mándame inbox, tengo estufa!”. Un más se suma: “Acá los colchones”. Alguien advierte: “A esos que andan vendiendo les van a caer”.
La venta no para. Hay quienes están usando el dinero de estas ventas para reparar su casa o sus lanchas: “Vendo refrigerador y estufa 10 mil por los dos. Antes de que empiecen a decir que si no los ocupo que los regale!!!... Yo perdí una lancha y me dieron los enseres, pero ocupo dinero para repararla!!!”.
El usuario Látigos Streme dice: “Bien espantados y criticando y hasta ahorita no he visto ninguna publicación que diga ‘a mí no me pasó nada, donaré mis enseres y estaré repartiendo el dinero con gente que de verdad lo necesite’”.
Y aunque algunos acapulqueños aún esperan la llegada de sus colchones y lavadoras, la hibridación de esas ventas entre los enseres del gobierno y los enseres robados que fueron saqueados de las tiendas es una conversación pública.
El modelo de licuadora que Philco Leader entregada por los militares después de que el gobierno mexicano pidió que sólo ellos y la Cruz Roja controlaran las donaciones, hoy es subastado en $350 pesos, mientras que los refrigeradores son ofertados entre 5 y 6 mil pesos. Las ofertas son cada día más recurrentes a través de diversas páginas en Facebook y grupos de Whatsapp y Telegram que son identificadas como a “Precio Otis”.
Al preguntar por la estufa, el usuario Látigos Streme dice que el precio final es de 4 mil pesos.
Una fuente consultada días antes y que fue la encargada de echar a andar al menos cuatro Bodegas Aurrera Express, confirma que la otra devastación en Acapulco se llamó SAQUEO.
“Las tiendas fueron exprimidas al 100 por ciento. Y lo que descubrimos fue que, al menos en las sucursales que a mí me tocó, la mayoría eran vecinos de las colonias, pues todas las calles estaban cerradas y era poco probable que llegaran personas de otros lugares”.
En Acapulco, Guerrero, aún faltan miles de enseres domésticos por entregar y los costeños saben también que aún queda mucho por vender.
Reparan calle porque gobierno anda “ocupado”
Desde esta loma las ráfagas de viento tenían forma de serpiente. Dicen que eran como tornados en zigzag buscando que nada quedara de pie. Que si uno alargaba la mirada podían verlas aproximarse desde la bahía, escarpando los hoteles de lujo, arrancando las palapas, bufando.
Aquí desde la casa de los Matamoros en la Ampliación Bosques de la Cañada, las serpientes de viento se ensañaron con las laderas y las casas maltrechas. Querían borrar sus calles empinadas que aún siguen apretadas de basura y algunos animales muertos, como gatos o perros.
Los escombros de palmeras, láminas y tierra empiezan a reabsorberse como la herida de un hilo en la piel. Porque el gobierno anda bien ocupado y no se da abasto, cuenta Julián Cortés mientras rellena un hueco gigante que las serpientes hicieron en la calle Bugambilia, que conecta su barrio hacia la parte más alta, pegada al cerro.
Al fondo, una mujer de falda con sus hijos pequeños llena una carretilla de escombro que recién les han enviado el gobierno local para que ellos mismos sean albañiles. La historia es fácil de contar. O lo hacían ellos o nadie iría a reparar su calle destruida.
“Creamos grupo de Whatsapp donde los vecinos nos organizamos reparar esto. No podemos quedarnos solo mirando”, expresa Eduardo Matamoros Fierros, entrenador de box amateur en este barrio y quién más delante de esta historia me dará un derechazo de cómo en medio del caos se puede sobrevivir y apostar por un sueño: que su hijo, Gabriel “La Mosca” Matamoros, de 14 años se traiga a esta tierra caliente el cinturón del torneo Puñitos de Oro, en Tijuana, en el que competirá en febrero próximo.
Las hormigas de la Costera
La tarde enrojece. Desde esta loma y sus calles que serpentean se ven las enormes momias de hoteles de lujo y condominios a oscuras, invadidos por un ejército de hormigas trabajadoras. Personas de diferentes oficios deambulan por la Costera Miguel Alemán vistiendo chalecos de las compañías que intentan reparar o reactivar los esqueletos de hoteles dañados.
Ahí deambula “El Candela” como si hubiera perdido. “Es de los playeros”, dice una mujer joven que atiende un Oxxo y que le grita “¿Dormimos juntos o qué?” Pero “El Candela”, de rasgos costeños y piel tostada, activó el modo avión. No escucha. No reacciona. Dice otro de sus amigos que así se puso después de que los vientos huracanados patearon la palapa donde acercaba sillas y vendía refrescos.
En la avenida Costera Miguel Alemán ha surgido un nuevo nicho de turistas temporales. Son los plafoneros, yeseros, choferes de camiones pesados, herreros, plomeros. Cientos de trabajadores traídos de otros estados se han apoderado de la misma acera por donde caminaban turistas.
También deambulan policías mujeres de la Guardia Nacional seguidas de sus compañeros.
¿No le da miedo andar por aquí solo?, pregunta uno de sus compañeros al reportero que se ha detenido a beber un suero y unas semillas en las escalinatas de un hotel destruido acompañado de un gato.
Sus compañeras se reúnen alrededor de la charla. “Aquí hay muchas que somos mamás y que tenemos a nuestros hijos en otros estados”, revela una de ellas que sostiene un arma larga. Lleva varias horas de pie resguardando bancos, Oxxos, farmacias, cajeros, tiendas -de esas que fueron saqueadas tras la devastación-.
Los más visibles son las decenas de autos con las siglas CARSO que avanzan a mayor velocidad que las manos de los vecinos de la Cañada o La Renacimiento, que intentan con sus piernas empujar piedras enormes que empotren debajo del pavimento que amenaza con desgajarse.
En la Costera, de entre las sombras, van apareciendo algunos de los bellboys de los hoteles zombies que esperan la reconstrucción. Algunos son adultos mayores que han trabajado en esos hoteles la mayor parte de sus vidas.
Esta noche solo les tocará ver a las Calandrias, esos carros jalados por una moto con sus luces multicolores y el sonido que rebota en las fachadas destrozadas. Los patrullajes de la Guardia Nacional. La basura. El caos que todo lo abarca.
En casi toda esta vía no funcionan los semáforos. El reglamento de tránsito se llama anarquía. Las rutas de camiones que recorren toda la avenida van casi repletas. El huracán dañó varias de las unidades y también noqueó a los taxistas y sus vehículos. Pero a estas alturas lo que importa es moverse como sea y en lo que sea, solo basta que tenga llantas y gasolina.
Lo mismo da subirse a un vocho con el medallón roto o a un Tsuru con la cajuela aplastada por un árbol. Esta sequía de transporte ha hecho que el gremio cobre lo que quiera. “Hay que aprovechar que hay dinero”, suelta un taxista que desde la Glorieta de la Diana al mercado de la Progreso exigirá 150 pesos como mínimo al reportero.
Los tramos más largos, como ir desde el Zócalo de Acapulco a la colonia Renacimiento, unos 13 kilómetros, oscilan entre los $200 y 250 pesos. En comparativa, un taxi libre con tarifa básica en la ciudad de México podría cobrar 150 pesos (estimando un banderazo de $8.74 pesos y $1.07 cada 45 segundos o 250 metros) por esa misma distancia de 13 kilómetros.
Y si el antojo por los tacos asalta, habrá que entender una regla. Ya no se vende por orden sino por “cuarto”, entre 120 y 150 pesos.
La burbuja de precios de servicios sigue inflándose. Los precios de materiales de construcción, de acuerdo a vecinos consultados, exceden hasta un 30 porciento.
“Hay negocios que dan un precio justo y es ahí donde se hacen largas filas. Me tocó hacer fila desde las 10 de la mañana, pero no alcancé a comprar. Para mañana me dieron la ficha número 6”, cuenta Eduardo Matamoros
En la zona de La Cima bordeando la loma, entre más toneladas de basura arrimadas a las esquinas, se asoma la tienda de materiales Marin. Un centenar de personas realiza filas para la compra de materiales. Buscan láminas, madera, fajillas para hacer los esqueletos de muchos de sus techos. Pero tendrán que esperar por varias horas o sacar un boleto para volver al día siguiente. El material escasea y la demanda no para. La burbuja de precios pronto reventará.
Regresando a la Costera, un trabajador de aires acondicionados que no quiere tener nombre dice: “Yo calculo que apenas estarán listos hasta junio y eso, quién sabe”, refiriéndose al trabajo de reconstrucción de la Torre Acapulco.
Tiene nombre de huracán
A unos metros de ahí, en las escalinatas, Paulina Bravo, una mujer cercana a los 70 años, afina el pulso para retratar las cocas, las papas y la madera, con la que improvisa un espacio pequeño para sobrevivir los próximos meses con la venta de sus productos. Las fotos que Paulina Bravo García toma con su celular son la prueba que el gobierno ha pedido a miles de familias en Acapulco que han recibido dinero para reconstruir o reparar sus negocios o viviendas.
El denominado apoyo económico contempla ayudas que van desde 35 mil hasta 60 mil pesos. Paulina tiene el mismo nombre del huracán que en octubre de 1997 también devastó una parte de Acapulco. Los titulares de noticias hablaban de más de 5 mil casas dañadas y 300 muertes.
“Fue una cosa muy fuerte, murió mucha gente”, dice y cuenta que esta vez Otis arrasó con su puesto de refrescos y botanas en la playa. “Teníamos una bodeguita con mercancía para trabajar. Invertimos todo lo que teníamos ahí”, narra mientras su esposo Teodoro Medina confiesa que está muy cansado, empezó desde las 5 de la mañana. “¡Ya no puedo!”, exclama, mientras su mujer sonríe.
“Con lo que nos dieron ya compramos madera y lámina. Pero aún no le metemos mano. Toda la gente que arregla esas cosas está ocupada”, expresa.
El gobierno mexicano quiere saber si el dinero que les dio para reparar o reconstruir sus casas se está usando para eso. La realidad es que los 35 mil pesos, algo así como 1,750 dólares, divididos en 2 partes, no tendrán el mismo resultado para quienes perdieron más que un negocio, ventanas o muebles.
A diario, por esta avenida se pueden ver a militares habilitados como mudanzas de refrigeradores, estufas, colchones, ventiladores y vajillas. Las autoridades han salido a decir que entregarían 250 mil “paquetes de enseres” domésticos a las familias damnificadas. Pero la sabiduría de los costeños pronto superará al gobierno y sus millones de pesos en ayuda.
Sancho y don Quijote playeros
Entre el caos que mantiene decoradas las esquinas con basura y cables caídos se asoma un sillón que resguardan Cruz García y Celestino Martínez. El censo no ha llegado hasta esta esquina de la avenida del Prado y su desembocadura en la Costera. Porque hay cosas que no se pueden censar. ¿La capilla de la Virgen donde dormía Cruz la noche del huracán es parte del plan de recuperación? ¿Los que pernoctan en los arroyos debajo de los puentes tendrán lavadoras o también las venderían? Lo que más le duele a Cruz no es el huracán sino el abandono de los suyos.
“Abandonado de mi familia, de vez en cuando viene a verme mi hija. Aquí duermo. Aquí yo me quedo. Aquí yo estoy”. Cruz se dirige hacia la capilla. Ahí están sus cosas apiladas. Al fondo, y con una de sus piernas atrofiadas por la mala circulación, Celestino le pide a Cruz que venga a sentarse junto a él. Ambos son escuderos. Los dos se cuidan. “¡Eh tú, ya ponte al tiro”, regaña Cruz. Celestino está a un día de que lo lancen a la calle allá en la colonia Renacimiento, donde nos llevaría más tarde.
En la “Rena” y sus accesos, la estampa es la misma. Avanzamos entre murallas de escombros hasta llegar al barrio de Celestino. A un costado de un cuarto que le rentan por $700 pesos al mes corre una calle inundada de aguas negras y vacas que, en la esquina, se alimentan de desperdicios que no han sido recogidos desde hace semanas. El zumbido de las moscas y el rumiar de las vacas crea una sinfonía que solo entiende Pascual Santiago Zavaleta, el encargado de cuidar el compactador de basura que ha podido ser reparado.
Pascual chicotea a las vacas para que se alejen de los desperdicios, pero a estas alturas es casi imposible prohibirles. “Son de la Sabana” dice, refiriéndose a que pastaban cerca de un río con ese nombre y se dejaron venir hasta la esquina de los desperdicios.
No pasan 2 minutos cuando de pronto un hombre y una mujer quedan atrapados en el charco de aguas negras. Casi caen de la motoneta. Ella mete los pies en la nata pestilente y comienza a empujar la moto hasta que ambos lo logran.
La fuga de aguas negras tampoco ha sido reparada en la “Rena”. Lo que hemos logrado es que Celestino logre pagar sus dos meses de renta para que no sea lanzado a la calle. Pronto volverá a la Costera a abrir puertas de hoteles, lavar autos e intentar ponerse de pie, si es que su pierna hinchada y roja le da tregua. Porque ya pasó la Navidad y se viene el Año Nuevo.