Cd. Victoria.- Los rodean altos y gruesos muros. Desde hace muchos años no ven más allá de estos y siempre ven tristeza, dolor, vidas pérdidas, poco o nada sonríen. Los rostros con el anochecer se tornan sombríos, caminan lentos, como si arrastraran pesadas cadenas.
“Todos los que estamos aquí adentro es por pendejos, porque hicimos una pendeja y nos agarraron. No echemos la culpa a nadie más”, dice Juan Antonio, acusado de homicidio. “Me pelee con un amigo porque en un congal se puso a bailar con una vieja que yo quería. Borracho, saqué la navaja y se la clave varias veces. Era una mujer que ni conocíamos”.
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“Te digo, aquí estamos por pendejos, por haber cometido una pendejada que luego te duele, te arrepientes, pero ya no hay remedio. Y hay que pagar”.
Desde los torreones, custodios armados los vigilan. Son los internos del Centro Estatal de Ejecución de Sanciones quienes en estos días algunos días en los galerones, en sus celdas colocan adornos navideños para alegrarse un poco, aunque no ocultan la tristeza.
Así como a Juan Antonio, Aurelio, Marcelo y otros más les duele que la tarde del 24 de diciembre es hora de poner fin a la visita de las familias, quienes se van retirando y ellos se van quedando solos, con su tristeza, su llanto, su dolor.
“Se siente feo, muy feo, ver que tu esposa y tus hijos se van y nosotros aquí nos quedamos. No quieres que se vayan, que no se acabe la tarde para seguir estando con ellos”.
Tardes de familia y soledad
En el reclusorio, la tarde del 24 de diciembre se celebra una misa. Reclusos y sus familias asisten, luego conviven. Las familias llevan tamales, buñuelos, refrescos, y comparten entre sí. Ríen, platican, juegan con sus hijos. Hasta baile se organiza. Traen uno de esos equipos de sonido y a darle.
“Pero llega la hora en que deben salir, irse y es cuando más te duele lo pendejo que fuiste, la pendejada que hiciste. Te das cuenta de que no era necesario hacerlo”, añade Marcelo, acusado de secuestro y narcomenudeo.
“Duele no ver crecer a tus hijos, estar con ellos, ayudarles hacer la tarea, no convivir con ellos. Te das cuenta lo que vale la familia, que en verdad es lo único que tienes”.
“Por eso en la noche de navidad nada más oyes el pujadero, los gemidos, los chillidos de estar aquí encerrados, lejos de la familia, no poderlos abrazar”, añadió.
“¿Qué los hombres no lloran? como chingaos no”.
Comenta que muchos se cobijan hasta la cabeza, se cubren la cara para que no los vean llorar. Ya quieren que vuelva hacer de día para estar de nuevo con la familia.
“Pero hay otros a quienes nadie los viene a ver. Están solos. La familia, su familia somos nosotros mismos. No sé qué será más duro: que no tenga a quien ver de la familia o que no vengan, así no te pega la tristeza de cuando se van”, dice Aurelio, quien era trailero y varias ocasiones movió migrantes y droga. Corría con suerte pero un día esta se acabó y lo agarraron en un retén.
“Era una buena feria… tenía un terreno y quería construir una casa, tener una camioneta, me llegaron, me ofrecieron una buena lana por el jale y le entré”.
Tiene 49 años, güero de rancho, robusto. “Amigo si tienes una chamarrita extragrande que ya no uses, te la encargo. Aquí aunque los muros son gruesos, las ventajas chicas, se siente mucho frio”.
Y añade: “Cuando ya estás aquí, adentro, te das cuenta de que no era necesario hacerlo. Que era cuestión de tener que trabajar más, echarle chingadazos, ni modo, nacimos pobres. Pero de querer hacerse del dinero fácil es una pendejada, porque igual fácil se va y luego termina por ser el dinero más caro”.
El arrepentimiento
Los reclusos coinciden en que son los días en los cuales más les duele la tristeza, el delito cometido, se arrepienten de lo hecho, de querer cortarse la mano con que sostuvieron la pistola y dispararon.
En estos días de la navidad quienes están en prisión es que se sienten más solos, tristes, arrepentidos, se lamentan de todo y por todo. Pero metros más allá están ellas, las mujeres, tras vallas altas, alambradas, rejas y demás.
También ellas son el mismo llanto, el mismo dolor, el arrepentimiento. A ellas las visitan sus madres, sus hermanas y los hijos no quieren crecer.
Ellas adornan con flores de nochebuena los galerones, las celdas, los pasillos. Colocan un árbol seco con algunas esferas y luces de colores como árbol de navidad.
Hilda, tiene 43 años de edad, es madre soltera y aún le restan ocho años de condena por cumplir.
“No lo niego, por la mendiga necesidad fue que me ofrecí a llevar un carro a la frontera, hice un segundo viaje y también la libré. En un tercer viaje que no quería me detuvieron. Pero lo hice por la pinche necesidad de sostener a mis dos hijos”.
“Y ahora no los puedo ver crecer, eso me duele mucho. Me da muchísima tristeza. Pero me da más vergüenza que vean aquí a su madre encerrada como una delincuente”.
Los ojos se le humedecen y continúa: “A veces prefiero que no vengan a verme. Me da vergüenza estar aquí encerrada”.
Hilda hace algunas manualidades y además corta el pelo entre las mujeres para poder recibir algunos pesos que las da a sus hijos.
“Trabajo, estudio, me porto bien, hago lo que me ordenan, no busco problemas pues ya me quiero largar de aquí. Mi mamá que cuida a mis hijos, ya está grande y no puede con ellos. Me urge salir de aquí”.
Josefina, a quien aún no han dictado sentencia por el delito de secuestro, apunta: “Ponemos adornos de navidad, flores de nochebuena, esferas, pero la verdad es no nos podemos alegrar, la pena puede más te quiebra”.
“Me maldigo y maldijo al pendejo que le creí que el asunto era fácil, que nada más era cosa de vigilar a la gente que se iban a llevar”.
“A esas personas en verdad que les pido perdón, como también se la pido a mi familia, a toda la gente que le hice mal. Porque la verdad si fui cabrona, mala, sin necesidad. Pero ni modo, Josefina ya te chingaste. Y a lo hecho pecho”.
Ellas se juntan, se toman de las manos para consolarse, para sentirse menos solas.
“Entre nosotras nos consolamos, nos damos fuerzas, pero la verdad es que a veces no se consuela ni unos mismo. Y menos en estos días”.