Cd. Victoria.- Somos 8 o 12 y a veces hasta más los que aquí nos juntamos a pasar el año nuevo. “Compramos nuestras cheves, algo de carnita, alguien se trae un aparato de música y aquí no la pasamos hasta que el cuerpo aguante”. Los hijos, las hijas echadas de las familias o a quienes las familias disfuncionales abandonaron para hacer ellos y ellas su propia familia, entre quienes se divierten y ayudan.
Unos trabajan en lavaderos de autos, otros en tiendas de conveniencia, unas en salones de belleza y otras en cadenas de autoservicio o en la maquiladora. Las edades van desde los 14 a 18 años promedio, pero tienen algo en común: han abandonado, o semi dejado, sus casas, sus familias o los bajos salarios que perciben.
Sus casas son las calles donde se divierten, comen, juegan y duermen. Ahí es donde se sienten libres.
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José Luis tiene 16 años, trabaja en un lavadero de autos y cuenta: “la noche del 31 pues mi mamá quiere que esté un rato ahí en la casa, antes de que me salga con los amigos. Me gusta estar con mi mamá, mis hermanas, pero no aguanto a mi padrastro, es un cabrón bien hecho. Le grita y ha golpeado a mi mamá. Lo quiero agarrar a chingadazos, pero mi mamá no me deja y me dice que lo aguanta por mis hermanas”.
“De lo único que podemos hablar él y yo sin que estemos discutiendo es de futbol y cuando se acaba la plática mejor me salgo de la casa, y me voy a la esquina donde se juntan mis amigos”.
“Sí, aquí me la paso mejor con mis amigos que con mi familia, son los pleitos, los grillos y chillidos de la niña chiquita. Juntamos lana y compramos carne, cheves, alguien se trae un asador o improvisamos donde asar la carne”.
Juan Manuel, quien trabaja en una tienda WalMart, dice: “Yo me traigo un aparato y ponemos música, bailamos y cantamos a veces hasta las 8 o 10 de la mañana”.
“Aquí, en la calle, esperamos que llegue el año nuevo. Cantando, jugando, bailando y chupando que es gerundio”, agrega, y además “tronamos cuetes”.
Chamarra de mezclilla, pelo lustroso con vaselina y siempre sonriente: “Aquí, a la medianoche tronamos cuetes. Desde un día antes vamos y compramos bastantes, pero lo primero es comprar la cerveza, luego los cuetes. Lo primero es divertirnos”.
Paco que trabaja de ayudante en un taller mecánico, tiene por costumbre estrenar tenis esa noche. “Si compramos carne para asar. Pero eso es lo de menos, a veces las muchachas traen tamales o buñuelos, no falta”.
Cerca de casa, lejos de la familia
Para ellos, la prioridad es la diversión, el juego, la música y estar lejos de sus familias, aunque estén cerca de sus casas.
Alicia corta y pinta el pelo, arregla uñas. Trabaja en un salón de belleza: “Yo me distancié de la familia porque me embaracé. Me regañaban muy feo, me decían de cosas, me humillaban, mucho maltrato, así que me salí de mi casa. Lamentablemente perdí a mi bebé. Pero ya no vuelvo a mi casa”.
Pide una cerveza y continua con la conversación: “De vez en cuando voy a la casa a ver a mi mamá. Estoy un rato y le dejo algo de dinero, pero nada más. Estoy muy dolida, lastimada, por eso nada más estoy un rato. No quiero ver a mis hermanas, ni a mis hermanos”.
“Mis hermanos, mis hermanas son ellos, ellas, estos cabrones son mi familia, con ellos me paso la navidad, el año nuevo, las fechas especiales. Tal vez algún día regrese, pero por ahora, el año nuevo lo paso con ellos. Aquí en la calle nos ponemos a bailar y cantar hasta que amanece”.
Otro que vive de trabajar en un lavadero de autos es Rafael, quien es originario de un ejido de Llera: “A mí me mandaron a estudiar la secundaria a Victoria, con unas tías. Al principio iba a la escuela, pero había cosas que no le entendía, no me gusta eso de las matemáticas, física y química. No le entendía siempre reprobaba. Me gusta el inglés porque algún día me quiero ir a jalar al otro lado. En inglés si aprobaba”.
Por ello sus amigos le dicen el “gringo”, pues también le gustan las canciones en inglés.
“Me vine del ejido porque allá el trabajo es de todos los días, desde que el sol sale hasta que se mete. Sábados y domingos también. No hay descanso y si pura chinga en la labor. Por eso les dije que me quería venir hacer la secundaria a Victoria. Pero la verdad es que soy cabeza dura, no me gusta la escuela”.
“Sé del trabajo del campo, pero no me gusta. Es mucha chinga. José Luis me dijo de este jale, de lavar carros, y me metí. Nos divertimos, siempre estamos vacilando, nos divertimos trabajando”.
“Ir a pasar la navidad al ejido no lo creo, prefiero quedarme aquí trabajando, más bien echando desmadre con estos (sus amigos). Les hablaré por teléfono o algo así. Para que sepan que estoy bien”.
“Si se enojaron porque dejé la escuela, pero la verdad es que no le entendía a eso de las matemáticas y la química. No sé para qué me van a servir esas chingaderas. En mi casa creen que ando en el alcohol, la droga, la verdad es que no. Bueno sí algunas cheves, los sábados y nada más, pero de droga nada”.
“Si acaso lo que extrañaré de la navidad, el año nuevo, serán los tamales, los buñuelos, la barbacoa, pero como quiera acá conseguimos, aunque no tan ricos como los que hace mi mamá y mis tías”.
La familia
Él se llama Mario, pero le gusta que le digan Miriam. Lleva una falda negra corta que le hacen ver largas las piernas y un top rojo y sobre el rostro maquillaje que lo ilumina.
Con una voz delgada de entre femenina y de la pubertad, dice: “Yo me salí de la casa pues me gusta vestirme de mujer, me gustaría operarme, pero eso cuesta mucho dinero”. También trabaja en un salón de belleza y hace bien su trabajo. Del salón es al que más buscan las clientes”.
“Yo a escondidas me ponía la ropa de mis hermanas, las blusas, los brasieres, faldas. En mi casa yo me encargaba de limpiarla barrer, trapear y les gustaba como hacia la comida. Pero también me di cuenta de que me buscaban los hombres. Un día mi papá, que es plomero, me vio maquillado, se burló de mí y mis hermanos también. Me dolió, me hirió mucho que no me entendieran, por eso me salí de la casa. Vivo con unas amigas desde hace tres años”.
“De vez cuando voy a ver a mi mamá le llevo algo de dinero o comida o la saco a pasear conmigo. Pero estos son para mi familia. Nos ayudamos como podemos por eso la navidad y el año nuevo me gusta estar con ellos”.
-¿Y alguno de ellos te ha tirado los perros?.
“Todos” (y todos ríen). Están bien feos, para nada meterme con uno de estos”. Y vuelven a reír.
E interviene José Luis: “A la Miriam todos la queremos, se porta bien con nosotros. Nos corta el pelo gratis, vamos al mercado rodante para comprarnos tenis, camisetas. Ella se encarga de escoger. En verdad que si le queremos como una hermana y cuidamos que no la insulten”.
Miriam lo abraza: “Aquí jodidos y todo nos hacemos sentir como hermanos, hermanas, como en familia. Por una cosa u otra nos hemos salido de la casa. Pero aquí todos juntos en la calle nos sentimos como en familia”.
Así tienen cinco o cuatro años de que se reúnen para recibir el año nuevo y a veces también la navidad.
Pero antes de destapar las cervezas, tronar cuetes y hacer desmadre acuden a misa. El reportero se sorprende y duda por lo cual reitera la pregunta “¿En serio van a misa?
“Si en serio. ¿Verdad Juan Manuel? somos cabrones, hacemos alguna que otra travesura. Le vamos a dar gracias a Dios, a la virgencita, para que nos cuide, nos proteja. A dar gracias”.
“Hay quienes se desesperan por no encontrar trabajo y se van a jalar con los malos, les dan una troka, un arma o dosis y a vender. Pero algunos ya no los hemos vuelto a ver. Ta cabrón”.
“Bueno, bueno, ya fue mucha plática chúpale o nada más viniste a platicar. Ah y móchate con un 24”.
Son ellos los niños, los adolescentes, los jóvenes de la calle, los en la calle han construido una casa y familia, donde se divierten y conversan, comen y juegan, donde terminarán el 2023 y empezarán el 2024.