LA CASA DE LOS FAMOSOS

La Casa de los Famosos, ¿qué hemos aprendido?

¿Por qué seguimos premiando el conflicto cuando La Casa de los Famosos recurre a este? ¿no sería tiempo ya de pedir —y exigirnos— narrativas que emocionen, pero que no necesiten destruir para entretener? | Fabiola Peña

Escrito en OPINIÓN el

Durante las últimas ediciones de La Casa de los Famosos en México, fuimos testigos —como audiencias— de momentos que oscilaron entre el espectáculo y la agresión. Y aunque cada temporada deja nuevas polémicas, la pregunta persiste: ¿qué estamos aprendiendo como sociedad de lo que consumimos y celebramos?

Las audiencias mexicanas hemos vivido con intensidad los últimos años de La Casa de los Famosos. Nos indignamos, debatimos, hicimos tendencia a nuestros favoritos, denunciamos lo que consideramos excesos… y seguimos mirando. Porque en este formato, como en muchos otros de telerrealidad, el conflicto no es una consecuencia accidental, es parte del diseño. Lo que genera conversación, rating y engagement no siempre es el talento ni la empatía, sino la confrontación, la humillación o la agresión verbal entre participantes. Y eso debería llevarnos a hacernos preguntas incómodas.

Las narrativas dentro del programa suelen construirse en torno a antagonismos: los “villanos” y los “buenos”, los leales y los traidores, los que “se dejan” y los que “dan show”. Pero detrás de cada dinámica hay una producción que edita, amplifica y enmarca lo que vemos. La tensión se alimenta, se distribuye y se monetiza. En no pocas ocasiones, los momentos más virales no son los más luminosos, sino los más explosivos. Los picos de rating coinciden con las peleas, los insultos, las lágrimas y las cancelaciones en tiempo real.

Lo que esto revela no es solo una estrategia televisiva, sino una dinámica cultural: como público, también hemos sido entrenados a reaccionar, a emitir juicio, a elegir un bando, a exigir justicia en hashtags mientras comentamos lo que otros viven bajo encierro, exposición y presión. Y aunque parezca trivial, ese ejercicio tiene consecuencias. Porque lo que se normaliza en el entretenimiento difícilmente se cuestiona en la vida cotidiana.

En las últimas temporadas hemos visto momentos que, las mismas audiencias y protagonistas, señalaron como agresiones emocionales, violencia simbólica o incluso acoso. Se denuncian en redes, se comentan en foros, pero rara vez llevan a una reflexión más profunda sobre los límites de lo que aceptamos como “contenido”. Y mucho menos sobre el papel que jugamos como audiencias que consumen, validan y exigen más de lo mismo.

¿Significa esto que debemos cancelar el formato o dejar de verlo? No necesariamente. Pero sí nos obliga a mirar con más atención lo que estos programas reflejan de nosotros mismos. Porque el entretenimiento no ocurre en el vacío: construye imaginarios, refuerza valores, establece lo que es “normal” y lo que no. Y cuando normalizamos que la agresión es la vía más efectiva para hacerse visible, también estamos diciendo algo sobre el tipo de sociedad que estamos dispuestas a sostener.

Como audiencias, no somos solo espectadores pasivos: también somos parte del engranaje que da sentido y rentabilidad a estos formatos. Cada vez que compartimos un clip agresivo, que alimentamos la conversación en redes con burlas o indignación, o que exigimos más drama para “hacerlo interesante”, estamos validando el modelo.Lo vivimos en la temporada pasada, cuando disminuyó el conflicto, disminuyó el interés. No se trata de asumir culpas individuales, pero sí de reconocer que nuestra atención es capital. Y como tal, tiene un peso en lo que se produce, se edita y se promueve.

Esto no significa renunciar al entretenimiento ni dejar de disfrutar los programas que nos emocionan. Significa ejercer el derecho a mirar con más criterio. A preguntarnos por qué nos atraen ciertos formatos, a hablar con nuestras hijas, hijos y estudiantes sobre lo que vemos, a no minimizar la violencia solo porque ocurre en un reality. La televisión —y ahora también las plataformas— moldean cultura. Y también lo hace nuestra forma de mirar.

Quizá la verdadera pregunta no sea por qué La Casa de los Famosos recurre al conflicto, sino por qué seguimos premiándolo; y si no sería momento de pedir —y exigirnos— narrativas que emocionen, sí, pero que no necesiten destruir para entretener.

Fuera de tema (pero no tanto)
El pasado 16 de julio se publicó en el Diario Oficial de la Federación la nueva Ley Federal de Telecomunicaciones. Mientras discutimos sobre reality shows, peleas televisadas y audiencias apasionadas, también se redefine —en papel y en política— quién tiene voz, cómo se regula y qué alcance puede tener la radiodifusión en México. Vale la pena mirar ambas pantallas: la del entretenimiento y la del marco legal que lo rodea.

Fabiola Peña

@FabiolaPena