Con el regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, también han vuelto los viejos conocidos de su estilo político: declaraciones incendiarias, amenazas arancelarias y un lenguaje que más recuerda a una negociación corporativa que a la diplomacia tradicional. En días pasados Trump anunció nuevos aranceles a productos mexicanos, desatando inquietudes tanto en los mercados como en sectores productivos a ambos lados de la frontera. Sin embargo, es importante mirar más allá del sobresalto inmediato y entender lo que realmente significa esta jugada: es parte del manual de negociación del empresario convertido en político.
Donald Trump no ha cambiado. Su enfoque sigue siendo el mismo que usó durante su primera administración: crear presión a través del conflicto aparente, elevar los costos del desacuerdo y, luego, abrir la puerta a la negociación con base en lo que él considera una “victoria”. No se trata de una guerra comercial en forma, sino de una táctica repetida. Así actuó con China, con Canadá, con la Unión Europea, y, por supuesto, con México.
Durante su primer mandato, ya había recurrido a esta estrategia al amenazar con imponer aranceles a todas las importaciones mexicanas si la administración de López Obrador no tomaba medidas más contundentes para frenar el flujo migratorio hacia Estados Unidos. La tensión creció durante semanas hasta que ambos gobiernos alcanzaron acuerdos en materia de seguridad fronteriza. Para Trump, eso representó una victoria política; para México, significó una respuesta medida, aunque costosa, que evitó una confrontación mayor.
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Ante este nuevo episodio, la postura del gobierno de México, encabezado por la presidenta Claudia Sheinbaum, será crucial. La tentación natural en cualquier administración ante una amenaza directa es responder con fuerza, sin embargo, aquí es donde se debe actuar con inteligencia y serenidad. Trump no busca una guerra, busca un posicionamiento político: quiere mostrar a sus votantes que puede “doblar” a otros gobiernos y proteger la economía estadounidense. Cualquier reacción desproporcionada desde México solo serviría para alimentar esa narrativa.
México tiene fortalezas claras en la relación bilateral: somos el principal socio comercial de Estados Unidos, pieza clave en la cadena de suministro de múltiples industrias y aliados estratégicos en temas de migración, seguridad y energía. Además, México ha demostrado ser un interlocutor confiable ante gobiernos republicanos y demócratas por igual. No hay razón para abandonar esa postura ahora. Más bien, se debe capitalizar la experiencia diplomática adquirida durante la administración anterior y mostrar que el país tiene la madurez política para encarar este tipo de retos sin caer en provocaciones.
La presidenta Sheinbaum enfrenta una gran prueba internacional, su capacidad para mantener el equilibrio entre firmeza y diplomacia será determinante no solo para resolver esta coyuntura, sino para definir el tono de la relación bilateral en los próximos años.
Estados Unidos y México comparten más que una frontera: comparten economías profundamente entrelazadas, flujos migratorios, cadenas productivas, proyectos energéticos, cooperación en seguridad y por supuesto una relación de hermandad fortalecida por la gran cantidad de mexicanos que viven en los Estados Unidos. Si bien las amenazas arancelarias de Trump pueden generar incertidumbre, no deben hacernos olvidar la profundidad de estos vínculos.
La rudeza política del presidente estadounidense puede ser molesta, pero no es impredecible, de hecho, su estilo sigue patrones bastante claros: elevar tensiones, intimidar, negociar desde una posición de aparente ventaja y luego declarar victoria. Lo que México necesita hacer es no entrar al juego emocional. No se trata de debilidad, sino de claridad estratégica; no es necesario responder golpe por golpe, sino construir una respuesta con base en intereses nacionales, información técnica y diplomacia firme.
Finalmente, es importante recordar que la relación bilateral no es un juego de ganar o perder, sino de construir soluciones sostenibles. México no necesita confrontar para demostrar fuerza, ni someterse para mantener la estabilidad. Tiene las herramientas y la legitimidad internacional para enfrentar este reto con inteligencia.
La diplomacia no es debilidad, en tiempos de rudeza, la verdadera fuerza se muestra con cabeza fría y visión de largo plazo. Claudia Sheinbaum y su equipo tienen ante sí la oportunidad de demostrar que México puede ser firme sin ser agresivo, y estratégico sin ser sumiso. Si lo logran, no solo superarán este desafío puntual, sino que consolidarán un nuevo liderazgo en el escenario internacional.
