#POLÍTICAMENTE

El Senado: entre sillazos y disfraces

De manera reciente las y los ciudadanos hemos sido testigos, a través de redes sociales, transmisiones en vivo o fragmentos virales, de un espectáculo que ha desdibujado por completo el propósito del Senado. | Guillermo Sesma

Escrito en OPINIÓN el

En la arena pública, el Senado de la República debería ser un espacio para el debate serio, el diálogo informado y la construcción de consensos que atiendan las verdaderas preocupaciones de la sociedad mexicana. Sin embargo, lo que en la actualidad presenciamos en esa cámara alta dista mucho de esos ideales. En lugar de argumentaciones sólidas, vemos cartulinas con frases ingeniosas; en vez de posicionamientos ideológicos, hay máscaras de lucha libre y escenificaciones que parecerían más apropiadas para un sketch de comedia que para una sesión legislativa.

De manera reciente las y los ciudadanos hemos sido testigos, a través de redes sociales, transmisiones en vivo o fragmentos virales, de un espectáculo que ha desdibujado por completo el propósito del Senado. Sillazos simbólicos, pelucas ridículas, pancartas provocadoras, botargas, megáfonos, máscaras y disfraces que intentan ridiculizar al adversario político. Cada acción parece estar más pensada para generar likes o memes que para resolver un problema nacional.

La solemnidad del recinto ha sido reemplazada por el sensacionalismo. Lo que debería ser una tribuna de altura se ha convertido en un ring de lucha libre, sin reglas claras ni respeto por el marco institucional. En este grotesco espectáculo, todos los partidos han participado en mayor o menor medida, olvidando que la investidura senatorial no es un disfraz, sino una responsabilidad pública. ¿Cuándo dejamos de legislar para comenzar a actuar?

El problema no es el uso de recursos visuales para expresar una postura. Lo que resulta alarmante es que esos recursos se han convertido en el centro de la discusión, desplazando el contenido. Los verdaderos debates legislativos quedan sepultados bajo montañas de ocurrencias. Los ciudadanos no escuchan argumentos ni propuestas, sino gritos, burlas, insultos y escenificaciones que no se ven ni en los espectáculos de la peor calidad. Así, los temas de fondo han quedado en segundo plano.

Este comportamiento revela una profunda irresponsabilidad política. Los senadores no están ahí para entretener al público ni para alimentar su perfil personal con videos virales, fueron electos para representar con dignidad los intereses del país. Pero muchos han preferido sacrificar esa misión en aras de la teatralidad y la confrontación estéril. ¿Cuánto tiempo de sesión se ha perdido en performances inútiles? ¿Cuántas iniciativas han quedado relegadas por priorizar una buena toma para redes sociales?

Más aún, este circo legislativo alimenta el desprecio ciudadano por la política. La gente, harta de los excesos y el vacío de contenido, termina por deslegitimar no sólo a los actores, sino a la propia institución. Y si perdemos la credibilidad en el Senado, ¿qué nos queda como democracia representativa?

No se trata de pedir silencio absoluto ni debates sin pasión. La política es, por definición, confrontación de ideas. Pero hay una línea clara entre el debate apasionado y el show vacío. Y esa línea, lamentablemente, ha sido cruzada con demasiada frecuencia.

¿Dónde están los senadores serios, los que preparan sus intervenciones, los que conocen los temas y pueden rebatir con argumentos y no con insultos? ¿Dónde están las bancadas que priorizan la negociación sobre la provocación, el diálogo sobre la descalificación? Urge que regresen. Porque mientras el Senado siga siendo una carpa de circo, el país seguirá esperando leyes que resuelvan sus problemas y no performances que exploten sus frustraciones.

En tiempos de polarización, la única salida viable es reconstruir la política como un ejercicio de responsabilidad y altura. Y eso comienza por dignificar el papel de nuestros legisladores. Dejar el show y volver al trabajo. Guardar las máscaras y sacar los argumentos. Abandonar los disfraces y asumir, con seriedad, el rol que les corresponde. México no necesita más actos de lucha libre; necesita legislación de verdad. Y el Senado está a tiempo de elegir entre seguir siendo espectáculo o convertirse, de nuevo, en un verdadero poder de la República.

 

Guillermo Sesma

@gsesma