La política social de la cultura en Colombia al servicio del gobierno del cambio.
En 1997 el artista belga radicado en México Francis Alÿs, realizó una acción en video titulada "Cuentos Patrióticos". En el video Alÿs guía un borrego atado a una correa, seguido sucesivamente por una fila de borregos, alrededor de la bandera nacional en la Plaza de la Constitución (Zócalo) en la Ciudad de México, donde diariamente es izada.
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Cuentos Patrióticos, 1997, Francis Alÿs. Captura de pantalla obtenida de https://mubi.com/es/mx/films/patriotic-tales
La acción de Alÿs toma como referencia uno de los eventos documentados del movimiento estudiantil de 1968 y conocido como la "Ceremonia del Desagravio". En este acto, el gobierno ordenó a trabajadores del Estado ocupar el Zócalo para arriar la bandera que integrantes del movimiento estudiantil izaron la noche anterior. Sin embargo, en un ejercicio de protesta y solidaridad con los estudiantes, los trabajadores ingresaron a la plaza gritando: "¡Somos borregos, somos acarreados!".
Como sugiere la obra de Alÿs, los Estados nacionales necesitan articular enunciados estéticos precisos que apelen a la sensibilidad de la ciudadanía. Esto les permite legitimar su autoridad y garantizar tanto su reconocimiento como su aceptación. En otras palabras, los Estados buscan hacerse visibles y materializarse para ser plenamente reconocidos y asumidos por sus ciudadanos.
Uno de los medios a través de los cuales el Estado ejerce deliberadamente la estética es el arte, transformando enunciados, obras y manifestaciones culturales en mercancías que promociona para embellecer su gestión. Por ejemplo, el Estado mexicano desde su fundación supo articular el muralismo como una herramienta al servicio de sus intereses, una práctica que se extendió hasta la llegada de los gobiernos neoliberales, donde la cultura y el arte comenzaron a ser utilizados como cartas diplomáticas.
Ahora bien, aunque en Colombia los programas sociales del arte no llegaron a consolidarse como un eje estructural del proyecto de nación, como sí ocurrió en México; el ejercicio de embellecimiento de estos programas bajo el gobierno de Gustavo Petro (2022-2026) constituye un claro intento por publicitar una narrativa que legitime su administración.
El primer gesto de esta maniobra inició con el cambio de nombre del Ministerio de Cultura al Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes. Manifestación simbólica que estuvo acompañada de promesas de descentralización, un incremento en el presupuesto destinado al financiamiento de proyectos culturales y el compromiso de mejorar las condiciones laborales de los trabajadores de este sector.
Sin embargo, como advirtió Francisco de Quevedo: "Prometer mucho significa dar poco". Este cambio de nombre, junto con la realineación temática de la política social de las artes, orientada a priorizar proyectos centrados en reclamos identitarios, la construcción de paz y la equidad, tiene poco que ver con una auténtica reestructuración del Ministerio de las Culturas. Aún están pendientes asuntos fundamentales. Entre ellos, la descentralización efectiva de sus funciones y presupuestos, la transferencia de capacidades administrativas a las regiones y la garantía de los derechos laborales de los trabajadores del sector.
Lo que ha ocurrido, más bien, es una serie de acciones frívolas e insustanciales, que, lejos de resolver los problemas estructurales de este Ministerio, los enmascaran. Un ejemplo claro es el innecesario cambio en el nombre de la institución. Recordemos que el singular de cultura ya implica de manera inherente la noción de pluralidad. Lo que realmente define, e incluso excluye, es la cultura misma. Dicho de otro modo, la especificación no es más que una forma de categorización cultural. En este sentido, cultura y especificidad terminan siendo sinónimos.
Mientras tanto, el gremio de trabajadores del arte en Colombia enfrenta un doble proceso de precarización. Por un lado, deben lidiar con la degradación de las condiciones laborales en el ámbito privado, un sector que, paradójicamente, ofrece salarios mínimos, a pesar de exigir altos niveles de especialización. Por otro lado, dependen de la financiación pública para la ejecución autónoma de sus proyectos. Si desean participar en los presupuestos públicos, deben someterse a los lineamientos temáticos que responden a los eslóganes del gobierno. Esta problemática se ve agravada por la incapacidad del Ministerio de las Culturas para sortear las crisis presupuestarias y administrativas que atraviesa año tras año. Un ejemplo de ello fue lo ocurrido el 11 de diciembre de 2024, cuando se anunció un recorte del 90 % de su presupuesto para el 2025, tras el hundimiento de la Ley de Financiamiento en el Congreso.
Ante la preocupación por el desfinanciamiento, el ministro de cultura Juan David Correa alentó al pueblo colombiano a salir a las calles a manifestarse por sus derechos. Sin embargo, el Ministerio de las Culturas haría bien en recordar que la ciudadanía no es ingenua. Más que insistir en cuentos patrióticos, debería volcar su atención hacia las demandas legítimas de su propio gremio ¡No somos borregos, no somos acarreados!
Aura Daniela Celeita Diaz*
Artista Pla´stica y Visual, de la Universidad Distrital Francisco Jose´ de Caldas. Estudiante del doctorado en Estudios del Desarrollo. Problemas y Perspectivas Latinoamericanas (DEDPPLA) del Instituto de Investigaciones Dr. Jose Mari´a Luis Mora.