NUEVO RÉGIMEN POLÍTICO

Hacia un nuevo régimen político

A partir del último trimestre de 2024 estaremos ante el intento y potencial logro de reformas de gran calado que implicarán en la práctica una nueva Constitución para el país. | Ricardo de la Peña

Escrito en OPINIÓN el

Es posible dividir la historia reciente de México en ciclos de cuatro sexenios, de poco menos de un cuarto de siglo por tanto. De tomarse este esquema de periodización, estaremos por entrar a un nuevo ciclo, aunque su duración y características estarían por escribirse.

Los ciclos cuatrisexenales

De 1952 a 1976 sería un período de predominio de un régimen hegemónico cerrado, con una legitimidad ganada a través de un crecimiento económico sostenido que se aparejó con un proceso de urbanización creciente y elevación de los niveles educativos de la población.

El período que iría de ese 1976 hasta 2000 se podría caracterizar por el desmantelamiento del régimen hegemónico para dar paso, paulatinamente, a una realidad de competencia político-electoral y de pluralización de la sociedad en sus creencias y medios de expresión.

De 2000 a 2024, el ciclo que está por terminar, sería el de la pluralidad, con instituciones que garantizan aun cuando fuera de manera deficiente la expresión de la diversidad social y política de la República y con certidumbre en los procesos electorales e incertidumbre en los ganadores.

El nuevo ciclo en ciernes

A partir del último trimestre de 2024 estaremos ante el intento y potencial logro de reformas de gran calado que implicarán en la práctica una nueva Constitución para el país. Ello es posible por la contundencia de la victoria de una fuerza política y el desplazamiento —conforme a las leyes establecidas por quienes hoy son oposición— de las fuerzas opositoras a un papel casi testimonial, que muestra que el cambio no representa solamente la emergencia de un proyecto político partidario que se ha vuelto mayoritario, sino la adopción o quizá recuperación por gran parte de la población de una lógica asistencial-populista y el arrinconamiento de sus detractores a una situación en que serían incapaces de frenar cambios al marco constitucional y la dinámica del ejercicio del poder en el país.

¿Qué caracteriza este nuevo régimen? Por un lado, el desmantelamiento de las instituciones que han permitido la expresión de la pluralidad en el ejercicio del gobierno. La desaparición de los organismos autónomos y la adopción de una lógica comicial para definir a los responsables de impartir justicia son tal vez los elementos definitorios más claros de este proceso. Además, aunque menos definida, una posible reforma en materia electoral que afectaría al sistema mixto, amén de reconformar los organismos electorales, podría llevarse pronto adelante para disminuir, por encima de lo dictado por los votos, la presencia y potencial de las oposiciones, ante una opción ahora convertida en hegemónica, que tendería a perpetuarse en el poder ante el beneplácito de las mayorías poblacionales. Estas reformas sistémicas no gozan de respaldo de una oposición disminuida e incapaz de impedirlas, pero a pesar de ello formarán parte del nuevo sistema político mexicano.

La nueva política social

Pero hay otro lado que no debe soslayarse: la recuperación de lo que algunos ven como una lógica social progresista y otros como asistencialismo populista, que elevaría a rango constitucional y daría estabilidad a programas sociales convertidos en políticas públicas obligatorias. Eso fue dado en parte ya desde antes del inicio del ciclo, pero al arranque del periodo ello se completará y se reforzará. No hay que olvidar que las políticas sociales sí han logrado una disminución de la pobreza y una mejor distribución del ingreso en el país, lo que facilita a la nueva mayoría hegemónica la disposición de un resorte que reproduzca su respaldo entre la población y alimente la entrega de confianza y sometimiento de la ciudadanía a un establecimiento de suyo autoritario. Esta vertiente cuenta con consenso y respaldo de los núcleos opositores, aunque conlleva erogaciones de crecientes gastos que irán presionando las finanzas públicas y demandando nuevas fuentes de extracción de recursos a fondo perdido cada vez más difíciles de obtener y que, por cierto, serán finitas.

El primer ciclo indicado, de 1952 a 1976, pudo sostenerse no sólo por la concentración del poder en el priismo vuelto gobierno, sino por aquello que se llamó el “milagro mexicano” y que sucumbió hasta el cambio de ciclo económico mundial por la ruptura del esquema de Breton Woods y la crisis petrolera que se llevó a ese sueño de crecimiento sostenido y derivó en una realidad de crisis recurrentes y deterioro del crecimiento económico per cápita.

El ciclo que cierra es el de la globalización, donde el acuerdo comercial norteamericano se consolidó como la vía para mantener precarios pero reales niveles de crecimiento, pero con aumentos en la desigualdad regional y social. No es claro cuál será la relación de nuestro país en el concierto internacional en la etapa que se abre, pero lo cierto es que los parámetros desde los que se actuará al interior podrán provocar modificaciones también en la ubicación de México en el escenario mundial. 

Este asunto, como muchos otros ámbitos, entre los que destaca la persistencia de una elevada corrupción en las esferas gubernamentales, la apertura de un espacio para el ejercicio administrativo de las instancias militares y un problema de violencia y presencia del crimen organizado con un papel central en la conformación del nuevo orden, que como se dijo podría calificarse como autoritarismo populista, son temas que habrán de irse definiendo con mayor claridad en el futuro inmediato, pero que marcan sin duda las aristas más cuestionables de la realidad política, económica y social del porvenir nacional.

Ricardo de la Peña

@ricartur59