DÍA INTERNACIONAL DEL TRABAJO DEL HOGAR

Trabajadoras del hogar: paso sin verte

Exigir un salario y no un pago, pedir prestaciones como el aguinaldo o un seguro social para que te puedas jubilar, para que recibas medicamentos es un derecho y no una limosna. | Manuel Fuentes

Escrito en OPINIÓN el

¿Cuántas veces pareces invisible ante los ojos de los demás? Cuando caminas, cuando vas en el transporte, con miles de personas que transitan por el mismo camino, pero por distintos rumbos. 

Eres mujer, y vas apurada por llegar al trabajo, la patrona te espera impaciente, te dicen que eres la sirvienta, en el mejor de los casos.

Has tenido que usar tres transportes: la combi, el metro, un camión, y después caminar apurada cinco calles, casi dos horas de camino. Vas llegando y tu corazón se acelera, mi patrona me espera, dices en tu pensamiento. Apuras el paso, nadie te mira, tu obsesión es llegar a tu lugar de trabajo, falta poco, apura, apura.

Apenas llegas, y te miran con reclamo, de arriba abajo. “¿Por qué llegas tarde?”. “Fueron sólo cinco minutos”, contestas, te responden, “a la próxima no te recibo, ahora de castigo te vas a quedar una hora más tarde”. Te asomas y la casa está hecha un desastre, ropa tirada por todas partes, basura en el piso, trastes sucios. 

Te dicen casi en la puerta, “ni se te ocurra tomar algo del refrigerador porque te corro por ladrona”. Tienes que apurarte a ordenar las recámaras, a limpiar la cocina y los baños, a darle de comer a la mascota, cuidar a los niños. No puedes olvidar lavar la ropa.

Apenas se va la patrona, abres la ventana para respirar, suspiras un poco, te detienes un momento, sólo un instante. Sabes que no puedes perder el tiempo, tienes que empezar de inmediato. No te debe doler el cuerpo, ni la cabeza, pero te duele, sin embargo, te tragas el dolor porque de otra forma pierdes el empleo.

Empiezas a barrer y recuerdas cuando la patrona se molestó contigo al pedirle que te diera de alta en el seguro social, te advirtió que, si no estabas contenta, buscaras otro trabajo, te lo dijo en voz alta para que no insistieras. Te preguntaste: “¿Entonces para qué sirven los anuncios del gobierno sobre tener derecho al seguro social?”.

Recuerdas cuando fuiste a una delegación del IMSS y te atendió una empleada de mala gana. Al decirle que venías a darte de alta sólo escuchaste como te decía con voz burlona que era el patrón quien debía hacerlo. No olvidas cuando apretaste tu puño y con esa frustración que has estado cargando le reprochaste que el derecho a tener el seguro social era tuyo como trabajadora, y no de la patrona.

Todavía recuerdas cuando esa empleada te preguntó con una risa despectiva: “¿Tiene contrato de trabajo?, ¿recibos de pago? ¿alguna credencial?” ¿Recuerdas cómo te hizo sentir?, te quedaste callada unos instantes y con un nudo en la garganta le dijiste: “No, no señorita, mi patrona se ha negado a dármelos”. 

Casi para despedirte, te dijo: “¡Cuando traigas a tu patrona te damos de alta! ¡El que sigue!”. 

No se te olvida, mientras limpias las ventanas, que esa empleada, al salir de su oficina, pasó sin verte, como si no existieras. 

Cuando refriegas el piso, te detienes un momento, se confunden tus lágrimas con el agua sucia que juntas para que se vaya por esa coladera. No te diste cuenta de que habías empezado a llorar. Te limpias rápido para que nadie te vea, te pueden correr.

Te respondes: no, mi esperanza no, esa no se va por la coladera. No debo permitir que me traten así. Mientras pones en orden la casa, sientes que viajas en un mundo distinto, donde te miran con respeto. Donde no te dicen sirvienta o criada. Donde te saludan y te reconocen como trabajadora del hogar.

Mientras limpias las escaleras, te vas dando cuenta que exigir un salario y no un pago, pedir prestaciones como el aguinaldo, vacaciones o una prima vacacional, un contrato de trabajo, un seguro social para que te puedas jubilar, para que recibas medicamentos, que puedan atender a tus hijos, a tus padres, a tu pareja, es un derecho y no una limosna.

Cuando llegas a la recámara, que es todo un desastre, sigues soñando con tener un sindicato de trabajadoras del hogar, donde haya personas como tú, que sientan lo mismo, que se enfrenten a esa sociedad que no las mira al pasar, ni en las ventanillas del gobierno, ni en los tribunales que se dicen de justicia.

Pasas a la cocina y empiezas a hervir el agua y a cortar las verduras, te miras junto a otras trabajadoras del hogar, donde se reconocen a sí mismas, se dan fuerza, aprenden a conocer y defender sus derechos, te hacen sentir que sí existes y que tu trabajo es tan digno y honorable como el resto.

Terminas y cierras la puerta, te descubres sonriendo tímidamente imaginando estar en ese mundo distinto. Te subes a la combi y en la radio te enteras que es 22 de julio, Día Internacional del Trabajo del Hogar. Te preguntas, ¿se reconoce nuestro trabajo?

Cuando te subes al metro encuentras una hoja que te llama a acercarte al Sindicato Nacional de Trabajadores y Trabajadoras del Hogar (SINACTRAHO) para defender tus derechos con tus iguales. Suspiras con esperanza.

Durante todo el regreso en el metro no te puedes sentar, ya no sientes tus pies de tanto cansancio, no miras a nadie. Apenas llegas a casa, abrazas a tus hijos, les das de comer y haces lo propio contigo, preparas la comida para el día siguiente, repites todo el trabajo que hiciste en la casa de tu patrona.

A veces tienes insomnio en las noches, esperando a que mañana la plancha ya esté reparada o tengas unos nuevos guantes para limpiar. Te inunda el miedo de accidentarte o enfermarte porque te pueden despedir. Y solo esperas que mañana no te griten, menosprecien o sufras acoso sexual.

Al final de la jornada logras al fin acostarte y miras el firmamento cuando cierras los ojos, que se humedecen, y no sabes porqué.

En mucho tiempo no sentías esa alegría silenciosa que sabe a esperanza; te das cuenta de que existes como una persona con derechos que crecen cuando te unes con otras mujeres que, como tú, son orgullosas de ser trabajadoras del hogar que defienden su dignidad.

Cierras los ojos y ya no sientes tu cuerpo, pero tu conciencia, que despierta, te cuida.

Manuel Fuentes

@Manuel_FuentesM