EL CINE DE DEEPA MEHTA

El cine de Deepa Mehta

La película “Agua”, junto a “Fuego” y “Tierra” conforma la trilogía de la directora india nacionalizada canadiense Deepa Mehta. | María Teresa Priego

Escrito en OPINIÓN el

“Una mujer que es desleal a su esposo muerto reencarna en un chacal”. ¿Quién querría semejante destino? La película “Agua”, junto a “Fuego” y “Tierra” conforma la trilogía de la directora india nacionalizada canadiense Deepa Mehta. “Agua” obtuvo una nominación al Oscar en 2006 como mejor película extranjera.

Una fotografía impecable. Un meticuloso cuidado de las escenas que alcanzan una gran belleza. Una inclinación al detalle. Y al juego, por increíble que parezca en el contexto. “Agua” sucede a orillas del río. Es la historia de una niña adorable de cabellos negrísimos y largos. Se llama Chuyia. Tiene 8 años. Vive en la India colonial de los años 30 y se ha quedado viuda

El marido mayor y enfermo murió la noche misma de la boda. No importa. Ni su edad, ni que jamás convivió con marido alguno. Se le obligó a participar en una ceremonia nupcial –que le dijeron que era la suya– y, por lo tanto, tiene un destino por cumplir: el que decretan los libros sagrados. Las costumbres. Su familia. Chuyia podía haber sido forzada a realizar el rito de Sati: arder en la pira funeraria junto a su marido, podría haberse casado con el hermano más joven del muerto si la familia lo aceptaba y tal hermano existía, y si no, le quedaba retirarse a vivir en el espacio de reclusión que corresponde a las mujeres golpeadas por la peor desgracia. 

El padre de Chuyia la lleva hacia ese ashram dolido y precario donde las mujeres habitan (para siempre) rodeadas de prohibiciones y sobreviviendo de la mendicidad. ¿Se habrá sentido afortunado el padre? Es probable. Su hija –por lo menos– seguiría viva. A pesar de que sabe lo que le espera, la niña insiste en que su madre vendrá por ella. Nadie aparece. El regreso de la viuda a la casa sería la vuelta de una carga económica y de una presencia que provoca mala suerte. Las viudas viven apartadas, son portadoras de malos augurios. Chuyia es rapada. Viste el sari blanco de su nueva condición. ¿Qué puede valer una mujer que no tiene a un hombre?

Un plato de arroz al día. Nada de dulces, nada que produzca placer, nada que celebre la dicha de estar vivas. Horas de rezos. Liberarse de todo deseo y de las “banalidades del mundo”. Cuando una anciana muere. la compañera adulta de Chuyia le dice: “ojalá reencarne en hombre”. El sueño de toda la vida de esa anciana: volver a comer los dulces que probó en su boda a los siete años. Pero Kalyani existe en el ashram, una joven –la única– que sí tiene los cabellos largos. Y se hacen amigas. Y juegan juntas. Kalyani es forzada a prostituirse para beneficio del ashram, pero ninguna de las otras se acerca a ella, está condenada por ese trabajo “sucio” que les da de comer a todas.

Aparece el dulce Narayan, estudiante, seguidor de Gandhi, hijo predilecto de una madre impositiva de la casta brahmana: “si fuera por mi madre estaría casado con una niña de 8 años”. La madre que cuando le dice que está enamorado le pregunta si la elegida “es de un color de piel adecuado”. Pero también del lado de las viudas la futura boda de Kalyani es “un pecado”. Ya existía una ley que permitía a las viudas volver a casarse, pero ellas lo ignoraban. No sabían leer. Parece que –a pesar de todo– el amor y la boda serán posibles, pero la directora elige un giro trágico: Kalyani no se salva. El pasado que le impusieron la atrapa. 

El personaje de Shakuntala –la viuda alfabetizada– es fundamental. Es ella quien libera a Kalyani de la habitación en la que estaba encerrada como castigo por desear casarse. Es ella –quien a pesar de su extrema religiosidad– entiende que la discriminación contra las mujeres, contra las viudas, no puede perpetrarse en nombre de la religión. Es ella quien tras el suicidio de Kalyani se da cuenta que, a partir de ese momento, es Chuyia quien será enviada a prostituirse. La mira regresar a la niña. Destruida. Corre de un lado a otro de la ciudad con ella en brazos. Dicen que Gandhi va a estar en la estación de trenes. Llega, se desliza entre la multitud gritando: “por favor ayúdenla, esta niña es una viuda. Ayúdenla, llévenla con ustedes”. 

Narayan que va en las escalerillas del tren recibe a la niña. Shakuntala solo le murmura a su protegida: “no tengas miedo”. Shakuntala sabe ya que su vida no va a cambiar, vivirá en ese ashram miserable hasta el último de sus días –soñando, quizá– con “reencarnar en hombre”, y, sin embargo, deseó que Kalyani tuviera la oportunidad de regresar al mundo y se arriesgó por ella. Quiso que Chuya recuperara de alguna manera su infancia. Que pudiera estudiar. Que nadie nunca más la abusara. La subió en aquel tren repleto de Gandhi y de sus seguidores y de sus propuestas de una vida sin parias. Shakuntala rompió con sus creencias para abrirse al sueño de la libertad para otra generación de mujeres. “Que lo que no pudo ser para mí, sea para ustedes”. Esas mujeres que han transformado nuestra historia.

María Teresa Priego

@Marteresapriego