“Contar hormigas, ver moscas, cantar para no volverse loco.” Así describe César Fierro su rutina durante más de dos décadas en confinamiento solitario. Nacido en Ciudad Juárez, este hombre trabajaba como recolector de chiles en El Paso, Texas, cuando en 1979 fue acusado del asesinato del taxista Nicolás Castañón.
Lo obligaron a firmar una confesión falsa después de amenazar con torturar a su madre y a su padrastro, según confirmó la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH). Sin pruebas físicas, y con un testimonio dudoso de un menor con problemas mentales, fue sentenciado a muerte en 1980.
Pasó casi toda su condena en aislamiento, 23 horas al día sin luz natural. En varias ocasiones estuvo a punto de ser ejecutado. “Una vez estuve a cuatro horas de morir, pero no tenía miedo. Sabía que era inocente”, contó en entrevista con BBC News Mundo.
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Una confesión arrancada con miedo y tortura
Cinco meses después del crimen, la policía de El Paso lo detuvo mientras visitaba a su hermano. Fue acusado falsamente de tráfico de drogas y, bajo custodia, recibió la llamada que cambiaría su vida: las autoridades mexicanas le dijeron que su familia sería torturada si no confesaba.
Fierro firmó el documento y, poco después, se retractó. Sin embargo, el daño ya estaba hecho. La CNDH comprobó que el director policial de Ciudad Juárez, Jorge Palacios —miembro de la Brigada Blanca, un grupo paramilitar conocido por torturar detenidos—, estuvo involucrado en las amenazas.
Pese a las inconsistencias, fue declarado culpable y condenado a la inyección letal. Durante años, distintos jueces reconocieron que su confesión fue coaccionada, pero por tecnicismos legales nunca se le concedió un nuevo juicio.
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La vida dentro del encierro
En la Unidad Polunsky, donde pasó la mitad de su condena, Fierro vivió prácticamente aislado del mundo. Intentó suicidarse en varias ocasiones y fue despojado de su ropa y pertenencias. “Me echaban gas, me tiraban con jabones, no me daban de comer”, recuerda.
Con el paso del tiempo, se convirtió en el recluso con más años en el corredor de la muerte en Estados Unidos. Perdió a su madre durante el encierro y sufrió graves secuelas psicológicas. “La justicia me quitó todo. Si me pasó a mí, le puede pasar a cualquiera”, afirma.
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Un documental para reconstruir su libertad
En 2020, un tribunal de Texas anuló su sentencia de muerte y le concedió libertad condicional inmediata. Fue deportado a México, sin hogar ni trabajo. “No sabía cómo vivir fuera”, dice.
Durante la pandemia, el cineasta Santiago Esteinou lo ayudó a readaptarse y dirigió el documental La libertad del Fierro (2024), continuación de Los años del Fierro (2014), que retrata su vida tras salir de prisión.
Hoy, Fierro vive modestamente en Ciudad de México, toma clases de inglés y practica taichí para sobrellevar la ansiedad. Aún espera una disculpa formal y una compensación económica, como recomendó la CNDH.
“No estoy 100% bien, pero ahí voy”, repite con serenidad el hombre que sobrevivió al silencio, a la tortura y al olvido.
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